CHARLAS CON ADOLFO
AÑO 1958
Nota del Autor: Esta NOVELA es el fruto de años de
trabajo, trata sobre el amor, el cariño perdido, las ausencias y todas aquellas
emociones que hacen al ser humano. Nada tienen que ver con un apoyo a ninguna
política que no contemple los derechos humanos en su totalidad. Es fruto
en parte de mi la imaginación y también de las duras vivencias de mi padre y mi
hermano en los lejanos desiertos del sur argentino. Las opiniones de los
lectores corren por su exclusiva cuenta
ISBN
978-987-29218-1-1
Germán
Diograzia
Índice
Primera Parte
Reconocimientos
Palabras
Previas
Introducción
El Diario
de mi padre Enero 1958
Después
del descubrimiento del Diario y las cartas
Alejandro
Faro de la
Isla Leones Código ARG HS: Arg-071
El largo
viaje de los Lobos Grises al lejano sur
La Goleta
y un Submarino,1945 Bahía de Samborombón Argentina
Investigaciones
en las aguas Argentinas. En la búsqueda de los U-Boats
1945 -
Cuatro meses después de finalizada de la Segunda Guerra
La Vida en
la Isla
La
Casa-Faro
El llamado
a un U-Boat. El Fin de la Inocencia
Carta
desde la Isla Leones, 5 de mayo de 1960
Carta
desde la Isla Leones, 10 de junio de 1960
Carta
desde la Isla Leones, 14 de Julio de 1960
Carta
desde la Isla Leones, 17 de Agosto 1960
El Escape
de la Isla Leones
El
conocimiento del desembarco del Submarino Alemán
El U530 El
Acta de Rendición y la gran recepción en Argentina
Alejandro
y su deambular por la Patagonia
Las Cartas
La vuelta
a Buenos Aires
Judith
Olga
Ana
El Final
de Alejandro
Segunda Parte
El Diario
de mi padre. Las Charlas con Adolfo
15 de
Enero 1958
18 de
Enero 1958
Frida
19 de
Enero 1958
20 de
Enero 1958
21 de
Enero de 1958
22 de
Enero de 1958
23 de
Enero de 1958
24 de
Enero de 1958
25 de
Enero de 1958
26 de
Enero de 1958
27 de
Enero de 1958
28 de
Enero de 1958
1 de
Febrero de 1958
2 de
Febrero de 1958
3 de
Febrero de 1958
6 de
Febrero de 1958
7 de
Febrero de 1958
8 de
Febrero de 1958
9 de
Febrero de 1958
11 de
Febrero de 1958
12 de
Febrero de 1958
13 de
Febrero de 1958
14 de
Febrero de 1958
15 de
Febrero de 1958
20 de
Febrero de 1958
21 de
Febrero de 1958
3 de marzo
de 1958
4 de marzo
de 1958
8 de Marzo
de 1958
9 de Marzo
de 1958
10 de
Marzo de 1958
11 de
Marzo de 1958
12 de
Marzo de 1958
Nota del
autor
La
decisión final
Dichos
Referencias
U-Boats o
Lobos Grises
Submarinos
Alemanes “Perdidos”
Isla
Leones
Faro de la
Isla Leones
Parque
interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral
Museo
Perón
Biografía del autor
Reconocimientos
Al
inestimable apoyo de mi familia, mis hijos Alexis, Maximiliano, Soledad y mi
mujer Sari quienes me soportaron en el largo camino por llegar a la verdad.
A
mi amigo Álvaro López Mellían investigador y periodista, quien me motivó a
armar y comprender cada pieza del drama y a entender que mientras no olvidemos
tendremos alguna posibilidad de cambiar desde el pasado éste presente oscuro y
temible.
A
mi padre, al que poco conocí, el que dejó escritas sus impresiones y su doble
vida en la entrevista más extraordinaria de todos los tiempos.
A
mi querido hermano Alejandro al que descubrí a través de sus cartas y en cuyo recuerdo he intentado modestamente
armar cada pieza de esta historia. Lo que me ha permitido entenderla y
entenderme. Ha sido en un largo viaje. Comenzó casi por casualidad y ha llevado
a algunos de sus protagonistas por la inmensa Patagonia en busca de respuestas
que les diesen un sentido a sus vidas. Finalmente deberé tomar la decisión más
importante, de la que dependerá o no la vida de millones de seres.
A
mi hermana Ana a la que sólo conozco a través de mi hermano, pero que la quiero como si siempre
hubiésemos estado juntos. Con ella se cierra el último capítulo de esta
historia. La tragedia de las vidas que se vieron involucradas.
Sé
del poder que se encuentra en su sangre, en sus genes. Capacidad única y
maravillosa que la convierte en un ser humano excepcional.
A
todos los enemigos de la humanidad, en todos los tiempos, conquistadores,
reyes, déspotas y ahora presidentes (salvo honrosas excepciones) porque gracias
a su extrerna dedicación para someter de mil manera a los pueblos, me han
permitido al fin comprender su verdadera y cruel entidad.
A
la naturaleza que en su extraordinaria ingeniería me ha dotado (como a todos)
de un maravilloso y único cerebro, que me permite distinguir entre la multitud
a los falsos profetas.
Palabras previas
Muchos
años después de la muerte de mi padre llegué a la casa de su hermano por pura
casualidad. Esa tarde estuve a punto de no hacer la visita, pero el destino me
esperaba. Luego de un café mi tío me pide un favor. Necesitaba retirar un par
de objetos de la boardilla. Él ya no podía subir. Una vez en ella encontré lo
pedido. Me dirigía hacia la salida cuando tropecé con un viejo baúl que se
volcó. Cayó una carpeta, en ella estaba un Diario manuscrito y una serie de
cartas. Bajé con ellas. Al ver la letra de mi padre pedí permiso a su hermano
para estudiarlas. Él no tenía idea de su existencia. Ya en casa abro el viejo
libro amarillento con su letra clara y varias cartas de mi hermano, muerto años
atrás. Pasé parte de la noche leyendo con incredulidad todo aquello. Papá
relataba hechos extraordinarios y lo más sugestivo: la certeza de la existencia
en Argentina del hombre más odiado del
planeta.
Varias
de las mismas fueron enviadas desde la Isla Leones, que contara con un Faro
(hoy fuera de Servicio). Mi hermano cumplió allí, durante tres años, su
Servicio Militar. Perteneció así a la Dotación de la Marina en aquel lugar
perdido. Fue confinado en castigo en aquel pedazo de roca, supuestamente por
una desobediencia.
Una
segunda tanda de cartas fue despachada a lo largo de la Patagonia. Él logró
escapar de aquella isla en una carrera para salvar su vida. Huyó al comprobar
la visita de extraños personajes, a esos remotos lugares.
Permaneció
en la clandestinidad largo tiempo sin que la familia supiese su paradero.
Nadie
conocía una vida paralela y fantástica de mi padre. Mucho menos los hechos que
se relataban como verídicos.
Si
bien el Diario y las cartas aparentemente carecían de conexión, surgía
claramente un patrón. La aseveración que políticos argentinos habrían ocultado
y brindado apoyo a la elite del poder
alemán de la Segunda Guerra. El posible acceso a tecnología sin precedentes,
traídas a la Argentina en ése tiempo. Y finalmente la información más valiosa
de la historia del hombre. Un grial único y maravillosamente cercano, capaz de
cambiar la vida de millones de seres. Pero había más, mencionaba casi al final
del Diario un hecho singular: allá lejos en el sur Argentino, a una escasa
milla y media de la costa y a menos de 70 metros de profundidad, descansaría el
último U-Boat, una maravillosa máquina creada por lo mejor de la ciencia
alemana. La nave que junto a otras once, habría llegado a la Argentina desde la
lejana Alemania. Según el escrito tuvieron apoyos logísticos para cumplir con
una larguísima navegación. Lo extraño es que las fechas lejos de coincidir con
el fin de la Segunda Guerra, los ubican desde el final de la misma y pasados
los años 1960. Algo totalmente inverosímil.
Cuando
mi padre (al final de su Diario) transcribe las coordenadas exactas del
submarino hundido, dice textualmente “Algo se oculta en el vientre del U-Boat
allá en la lejana Santa Cruz. Y espera a ser liberado de las frías aguas del
sur argentino. Si es que aún perdura. La información allí contenida nos
brindaría el acceso a conocimientos no imaginados aún.”
Momentos
antes de morir mi hermano menciona en una carta a Ana, nuestra hermana,
poniendo su vida en mis manos. Ella posee características únicas y
extraordinarias, que más adelante mencionaré.
Cuando
el viaje acabe y todas las piezas del rompecabezas encajen, encontraremos que
otra vez nos han engañado, contándonos una historia falsa. Los gobiernos
siempre utilizándonos para sus propios fines.
El
poder de mi hermana ha llegado finalmente a mí. Como si fuese una jugada del
destino, deberé elegir entre darlo a conocer o callar. Arriesgarlo todo y
entregarle a la humanidad una salida extraordinaria a muchos de sus
padecimientos o despertar en el ser humano lo peor de su condición. Quizás al
terminar este libro, que me servirá como una gran catarsis, tendré el temple y
la voluntad para decidir.
Esta
historia llevó a seres inocentes, como a mi hermano Alejandro, a sufrir una
larga persecución, sencillamente por haberse encontrado en el lugar y tiempo
equivocado.
Aquellos
papeles podrían haberse quedado allí sin que nadie los encontrara. Si tan solo
esa tarde hubiese hecho otra cosa no me encontraría en la actual situación.
A
veces es preferible la ingenuidad o la simplona indiferencia. Ciertas personas
cuentan con una curiosidad exacerbada, que las lleva a investigaciones que
sería mejor desconocer. Yo tuve la necesidad de subirme a mi auto para buscar
un vino de determinada bodega. Otra persona salió unos minutos después de su
casa y cruzó la esquina sin mirar. Frené de golpe fuera de la línea de la
bocacalle. El inspector de tránsito que estaba en el bar de enfrente salió justo en ese momento. Me levantó una
multa. Discutimos. Mientras el peatón gritaba que había querido pisarlo. Me olvidé
del vino y regresé malhumorado a casa, pero a dos cuadras vive mi tío y decidí
pasar a saludarlo. Yo no lo sabía pero ese día él debía concurrir al médico, en
el mismo horario en que golpeé a su puerta. Una llamada lo hizo perder tiempo y
postergó la visita. Finalmente yo estuve en casa con el Diario y las cartas.
Tantos hechos concatenados, tantas casualidades son tal vez la causa de este
libro. Como sea todo ha cambiado y ahora mi vida transcurre entre el trabajo
diario y esta amenazadora realidad.
Introducción
El
callejón de tierra se pierde en la soledad de la llanura. A lo lejos un
destartalado camión cruza el puente, levantando el polvo del camino. Estoy
frente a esta tumba incierta, en el cementerio de Saldungaray, cerca de Sierra
de la Ventana, Provincia de Buenos Aires.
El
mármol deletrea acaso un nombre más, Otto Luwing. Quizás allí abajo haya otro
hombre que intentó cambiar el mundo.
En
un pequeño pueblo, acaso otro villorrio, a kilómetros de allí, se tejió la
última trama de la vida de ése hombre. Historia que tocó a personas de esta
Argentina. Seres que sufrieron parte del horror y encontraron quizás el posible
camino entre la verdad y la mentira. Descubrieron, a costa de sus propias
vidas, la trama secreta del poder.
El Diario de mi padre
Enero 1958
Mi
nombre es Mario Enrique Diograzia. A veces con suerte, transito esta vida.
Otras con mínimas posibilidades para mantener a mi familia, compuesta por mi
mujer y mis dos hijos pequeños.
Recorro
pueblos y caminos vendiendo productos de ferretería. Mi familia permanece en
Mar del Plata, alquilando una antigua propiedad.
He
decidido llevar este Diario. Tal vez me sirva para no sentir la soledad que me
acicatea noche a noche.
Con
mi vieja camioneta llegué a este pueblo de la Provincia de Buenos Aires. En el
cruce, donde un viejo cartel deletrea su nombre, detuve la marcha. Adelante el
camino invitaba a seguir. Un fuerte viento golpeó de lleno la camioneta y miré
el anuncio oxidado. Algo me llamaba a recorrer los pocos kilómetros hasta la
entrada. Salí de la ruta y lo busqué.
No
hace falta describir el pueblo, apenas un conjunto de casas propias de la
llanura. Un almacén de ramos generales, un par de bares, algunos negocios y el
Hotel.
En
la puesta de sol y luego de tomar un coñac intenté dar una vuelta a la plaza y
presentarme en el almacén para llevar al día siguiente los muestrarios de
herramientas. Entonces lo vi, sentado en un banco, apoyaba su encorvada espalda
en el paredón descascarado del almacén. Solo cruzamos nuestras miradas. Lo
saludé
Dijo
algo pero no lo entendí. Luego conversé largamente con el dueño del negocio y
quedamos en vernos al día siguiente.
En
esa primera charla mi vida toma un giro inesperado: me ofreció trabajo ¡un
empleo efectivo luego de tanto tiempo de recorrer caminos!
Después
de cenar y llamar a mi mujer ya pensaba en la propuesta de don Atilio
Bevilaqua, el dueño del almacén de ramos generales.
Estar
en casa o no es lo mismo, mi mujer se ha acostumbrado a mis largas ausencias.
Podré viajar los fines de semana a visitarlos.
La
idea de un pueblo triste, lejos de acongojarme, me produjo un sentimiento de
excitación que no pude comprender.
Uno
de los bares prometía cierto movimiento en aquella inmensidad. Entré y todas
las cabezas giraron hacia mí. Saludé a la concurrencia y ofrecí una vuelta para
todos. Una buena impresión siempre es fundamental.
Al
fondo, casi en la penumbra, una mesa me invitaba a ocuparla. Mientras me
acercaba apareció la figura del viejo. Amablemente pero con autoridad me dijo:
siéntese hombre. Así lo hice. En ese momento algo se disparó en mí. Una alarma.
Esos ojos como abismos inmensos, me parecieron lugares siniestros observándome.
Su acento duro y algo gutural, aunque en casi perfecto castellano, señala una
procedencia europea. Es evidente que se encuentra muy enfermo.
Disparó
la primera pregunta con dificultad -¿Un hombre proveniente de una gran ciudad
viene a enclaustrarse en este pueblo olvidado, solo para rudos hombres de
campo? Le contesté con otra pregunta -¿ya se supo? Miró a los campesinos
desparramados en las mesas y luego hacia la puerta, como queriendo señalar lo
ínfimo de la presencia humana en la inmensidad de la llanura pampeana. Volvió
sus ojos oscuros hacia mí. -Claro cómo no saberlo, son tan pocos -le dije. Sus
manos temblaban y noté una evidente dificultad para respirar. No obstante trató
de ocultar esa debilidad.
-¿Qué hace usted acá?
¿Qué busca?
Le dije llanamente la verdad -estoy mal de trabajo y mi mujer me quiere lejos,
o quizás yo quiero estarlo. Esbocé una sonrisa, buscando en su cara una chispa
de humor y aprobación. Solo una máscara impenetrable analizaba cada gesto mío.
Quise irme, me levanté y dije estar cansado. Me tomó del brazo y dijo
-¡Siéntese! No pude oponerme y quedé otra vez a su antojo. Allí supo en una
catarata de palabras quien era, donde vivía mi familia, que trabajos había
realizado, mis estudios y hasta mis preferencias políticas. Él solo escuchaba y
cada tanto como un bisturí, cortaba el relato, hacía una pregunta y yo
continuaba.
El
mozo trajo una cena frugal. Él no comió.
Al
día siguiente, una vez que aceptara el trabajo ofrecido, partí a Mar del Plata
a buscar algunas pertenecías y a explicarle a mi mujer el nuevo camino que
tomaban nuestras vidas.
No
hubo quejas, ella quería estar sola y yo también.
Tuve
que realizar una serie de trámites en Buenos Aires. En el centro de la ciudad
comenzaron los hechos, aunque la palabra es quizás demasiada amplia. Caminé
cinco cuadras por la Avenida 9 de julio, doblé por Avenida de Mayo hacia el
Congreso Nacional, dos hombres me seguían. Me detuve y pararon. Seguí,
continuaron persiguiéndome a unos cincuenta metros. Al dar vuelta por Callao
hacia Corrientes los perdí.
Al
finalizar las diligencias, entré en La Americana, pedí una pizza y una cerveza.
Los dos hombres sentados a solo dos mesas hablaban entre ellos. Alcancé a oír
algunas palabras pero no identifiqué el idioma. Pagué y me fui, no me
siguieron, tal vez solo fue casualidad.
El
tercer día, ya en Mar del Plata, con la camioneta cargada de ropa, algunas
pertenencias y mis libros, partí hacia el pueblo.
Al
anochecer descargaba todo en mi
habitación del hotel. Bajé a cenar y otra vez estaba el viejo en la misma mesa.
Me vio y dijo -Venga Mario siéntese.
Hasta
ese momento mi nombre lo sabía solo mi nuevo patrón, hombre agradable y
bonachón. Corroboró mis antecedentes y conocimientos y me contrató. Luego supe
del accidente de su hijo, quien fuera su mano derecha en el negocio. Había
quedado solo y con todo el trabajo. Requería de alguien dispuesto a secundarlo
y a vivir en el pueblo lugar. Así entré al villorrio con facilidad y fui
aceptado sin rodeos. Más tarde comprendí mi suerte. No era sencillo ser uno más
en un pueblo con tradiciones que solían cerrar las puertas a los foráneos
Allí
estaba cenando con el viejo que ahora me acompañaba con carne y vino. Noté que
trataba de ocultar el temblor sus manos.
-¡Al
fin lo tenemos entre nosotros! Va a estar bien, Don Atilio es un buen hombre, no
lo defraude. -Jamás lo haría- le dije
-Cuénteme sobre usted- me exigió. Así le
relaté mi vida, mis idas y venidas.
Un
importante puesto de Administrador en Iguazú, Misiones. Una muy buena carrera
administrativa. Al llegar el Peronismo mi mujer no soportó aquello. Siendo
funcionario público todos debíamos obedecer al partido y sus prácticas.
Fascismo puro. Ella me hizo renunciar a mi puesto. Así dejé ese buen trabajo.
Regresamos a Buenos Aires y de allí a Mar del Plata. Conseguí una distribución
de ferretería y aquí estoy
-¿Qué puesto ocupaba
usted en ese lugar, en Iguazú?
- Sub Intendente, no
era político sino de carrera administrativa.
-¿Su mujer se opuso a
un gobierno que otorgaba derechos al pueblo?
-¿Derechos?, sí,
algunos muy importantes. Claro que a cambio de embrutecer a las masas en lugar
de educarlas. ¿Escuchó aquello de alpargatas si libros no, dicho por el
peronismo?
-No, pero conozco muy
bien al movimiento. ¡Mire a lo que llegamos ahora! ¿Qué opina del fascismo?
-¿Yo? En fin, lo
ideal es la democracia, la elección libre de los representantes del pueblo. En
ese momento una amplia sonrisa se apoderó de él y dijo mofándose
-¿Elección libre?,
¿Representantes del pueblo ¿Usted cree que la gente realmente elige en una
democracia? Es un hombre leído y declara la barbaridad más grande. Mire Mario
nosotros dos vamos a hablar un largo tiempo.
-Usted me agrada,
casi veo en sus ojos mucho más que un simple campesino -le dije-.
-No soy un campesino.
Trajo muchos libros, ¿Usted escribe?
-¿No hay acaso en
este pueblo algo de privacidad? –le pregunté–.
-No, no la hay.
Contésteme ¿Ud. escribe?
-Algo hago, pero nada
importante, solo ensayos breves.
-Con eso basta. Ya
hablaremos. Vaya a descansar es tarde.
-¿Cuál es su nombre?
-le pregunté. Secamente dijo: Otto Luwing.
Se
levantó sin decir palabra. Lentamente llegó a la puerta. Arrastraba una de sus
piernas. La oscuridad intensa solo me dejó ver a tres borrosas figuras
alejándose, una era el viejo.
Mientras
pensaba en el extraño personaje, el canto de los grillos me trajo a la
realidad. Un viento suave acariciaba los árboles. Las estrellas llenando el
cielo me alcanzaron lejanos recuerdos de mi niñez. El gran caserón en Palermo.
Mis padres llegados de Italia. Mis correrías por aquél barrio inmenso. Las
aventuras en el arroyo Maldonado. Mi adolescencia. El recuerdo de mi padre que
llego al país con algo de dinero y una sólida cultura. Mis hermanos y hermanas.
Toda una época terminada. Nostalgia y también tristeza por la mala relación con
mi mujer que pasa su vida trabajando sin descanso. Un sentimiento de culpa por
escapar siempre. Por ser así, un solitario sin cariño, sin una palabra de
aliento. Nunca una mano tibia al regreso al hogar. Escuchar siempre el
reproche, la queja.
De
pronto ante mi soledad, en esta llanura enorme abierta hacia el oeste y al sur,
la luna apareció. Un hálito de tranquilidad y una breve paz inundó a mi
inquieta alma. Entonces una música suave como de flautas muy tenues e
indeciblemente dulces llegó a mí. Ese sonido de pura belleza recorrió la plaza.
La melodía logró llenarme de gozo. En ese momento no logré saber que
maravillosos dedos creaban tanta maravilla. Luego lo sabría y nunca más dejaría
de soñar en mis momentos amargos con ella.
Después del
descubrimiento del Diario y las cartas.
Luego
del descubrimiento en el desván, pasaron varios días sin saber qué camino
seguir. Si hacerlo público, investigar su autenticidad o simplemente guardar
aquel largo relato de mi padre con cierto reconocimiento literario. Encontré
peligroso dar inmediatamente a luz aquello. Se deban nombres, fechas, hechos de
una naturaleza casi surrealista. Se acusaba a personas. ¿Y si fuese cierto? Lo
que menos buscaba en ese momento era afectar de alguna forma mi posición social
y trabajo.
Nunca
imaginé el tremendo secreto que aquello encerraba. El riesgo en el que me
pondría.
Mucho
tiempo más tarde pude comprender la inmensa soledad de mi hermano. Luego de su
escape permaneció varios años perdidos en la estepa patagónica, perseguido como
una fiera. Finalmente regresó a Buenos Aires. Tiempo más tarde muere por un
aparente ataque cerebro vascular. Aún recuerdo sus ojos en la camilla, minutos
antes de morir.
En
sus ropas encontré un papel arrugado con una sola palabra legible: Ana. Volví a
tomarlo de la mano. Sus ojos se apagaron lentamente y finalmente murió. En
aquel momento nada pude aclarar. Mi padre estaba muerto, mi hermano también y
nadie en la familia había escuchado nada sobre un Diario escrito por papá.
Cuando
preguntaba sobre el largo deambular de mi hermano, aparentemente prófugo, la
familia se refería a ello como la aventura de un muchacho extraño. Nunca
hicieron referencia a hechos fuera de lo normal.
Su
entierro fue en un día de intensa lluvia, en el Cementerio de La Chacarita, en
Buenos Aires. Llevamos a pulso su ataúd bajo la cortina de agua. El cielo
cerrado había hecho descender la oscuridad en pleno día. Mientras los rayos
cada tanto iluminaban aquel peregrinar entre las tumbas.
Me
estremeció el sepulcro anegado al recibir el cuerpo de aquel muchacho que
tantas penurias pasara.
Detrás
de unos árboles dos hombres miraban la escena. En aquel momento no les preste
atención, pero luego tomarían una dimensión siniestra.
Un
mes después de encontrar el Diario me contacté con un amigo, residente en
Israel, Eric Samuel Tohen. Juntos cursamos la escuela media. Eric, con su
Licenciatura en Historia consiguió una beca en Jerusalén. Nos escribíamos
regularmente. Ante la supuesta aventura de mi padre no dudé en consultarlo.
¿Quién mejor que un israelí para dilucidar la veracidad del escrito? ¡Qué
error! Nunca me arrepentiré lo suficiente. ¡Si solo hubiese imaginado lo que se
desencadenaría!
Eric
me contestó en solo dos días, muy interesado, para él se trataba de una simple
cuestión literaria. Me pidió que le enviara una copia en forma inmediata, lo
que no hice. Algo en el tono de su voz me alertó, aunque no en forma
consciente.
En
la mañana, antes de recibir su llamada y mirar hacia el parque, un pájaro negro
se detuvo largo rato mirando hacia mí. Grandes y frías nubes cubrieron la
ciudad. Mi ánimo ya se había perturbado. ¿Coincidencia? quizás. Minutos más
tarde llamó Eric y supe que algo ocurría.
Dos
días más tarde en una de las esquinas de mi casa, apareció el primer hombre.
Otra vez, desde un automóvil, estacionado en la vereda de casa, me observaron
largo rato. Comenzaron a llegar correos electrónicos ofreciéndome dinero por el
Diario.
Llamé
a Eric. No contestó nunca más. Me contacté con la Universidad donde
supuestamente trabajaba, no lo conocían.
Con
la ayuda de un amigo que trabaja en Air France (Eric se quedaría unos días en
París y luego volaría a Jerusalén), descubrí que nadie llamado Eric Samuel
Tohen había volado en esa aerolínea. Intenté en otras sin resultados. Fui a su
departamento en la calle Suipacha al 2300 en la ciudad de Buenos Aires. El
encargado del edificio, un tal Walter, de mala gana me dijo que no conocía a
ningún Eric. ¡Yo estuve allí muchas veces!, nunca me había topado con el
encargado. Le pedí me acompañara al quinto piso C. Se negó, me dijo que hacía
dos años un matrimonio vive allí. Le ofrecí dinero y subimos por el mismo
ascensor como tantas otras veces.
El
quinto piso, estaba oscuro. Noté que el encargado no sabía dónde se encontraba
la llave de la luz. La encendí y nos miramos. Toqué el timbre en la misma
puerta del departamento de Eric. Reconocí el picaporte, las manchas en la
pintura en la parte inferior de la puerta, costumbre de él de empujarla con el
pie.
Cuando
se abrió estaba preparado para todo menos para lo que ocurrió. Una mujer de un
metro ochenta, corpulenta, de unos cuarenta años, me miraba sin un gesto. Su
cabello, de un amarillo intenso brillante, contrastaba con su traje militar.
Emitió algunas palabras en un idioma incomprensible. La ventana detrás de ella
llenaba la estancia de luz. Nada estaba allí como yo lo había visto. Lo
asombroso es que no se entraba a living, primero se abría un pasillo ¡colocaron
una pared!
Me
fui de allí sin pronunciar una palabra. Huí por las escaleras, pasos
inconfundibles me perseguían. En el segundo piso se abrió una puerta, alguien
miraba lo que ocurría. Llegué a la calle, corrí cuadras. En el obelisco detuve
mi carrera. No me seguían. Abordé el subte hacia Constitución, recuperé mi
automóvil y tomé la larga carretera a casa.
Mientras
la noche se abría ante mi marcha, mi mente saltaba de un pensamiento a otro.
Volvía a Eric, a su desaparición, a la calle Suipacha, a los hombres que me
observaron. ¿Qué debería hacer ahora? Entonces una idea llegó de pronto a mi
mente. Se abrió paso con fluidez. ¿Por qué papá no dio trascendencia al Diario?
Quizás no tomó en serio cada palabra de aquel anciano con quien conviviera un
tiempo. Tal vez para él solo fue un viejo cansado al final de su vida. Aun
estando frente al hombre más odiado de la historia, tuvo compasión de aquel ser
que ya no podría causar más mal al mundo. Cabía otra alternativa, que el Diario
encerrara un secreto que de hacerse público incomodara a ciertas personas, o
tal vez diese alguna pista sobre algo que se buscaba. Podría ser entonces un
arma realmente peligrosa. Pero en mi manos y habiendo transcurrido tanto tiempo
parecían solo un montón de hojas y los dichos de un anciano sin poder.
¿Qué
razón llevaría a algunos a perseguir a mi hermano Alejandro durante años? ¿Por
qué me seguirían ahora a mí? Lo que es mucho más significativo y preocupante es
¿qué secreto había descubierto mi padre?
Alejandro
Mi
hermano, huérfano al nacer, fue dejado al cuidado de unas tías solteras. Su
vida transcurrió en viejo caserón, en un pequeño cuarto, entre personas
mayores.
Cuando
papá se casó con mi madre ésta no llevó a Alejandro a la nueva familia. Mi
padre nunca se ocupó de él, sencillamente se fue sin preocuparse jamás por su
hijo.
Ahora,
tantos años después recuerdo mi propia historia, me veo libre, en un mundo sin
cibernética, con muchas menos comodidades pero definitivamente feliz. La
inseguridad, los problemas sociales no existían. ¡Fui libre! Acaso la felicidad
consista en carecer de problemas.
Aunque
tengo apenas un puñado de recuerdos con mi padre, siempre estuvo lejos, ello no
me afectó.
Pero
Alejandro sufrió su soledad que lo convirtió en un ser desprotegido y
desamparado.
Pocos
datos tengo de su niñez. Mi padre se casó años más tarde con mi madre y luego
llegué yo. Mi hermano Alejandro siguió en aquella enorme casa del barrio de
Flores, en Buenos Aires. Su carácter débil y sin una madre lo condenó desde
chico a la dependencia. Sin iniciativas y con un padre que nunca estaba a su
lado.
Imagino
su tristeza al ver a papá con una nueva familia. Yo era chico y lamento
enormemente no haberme acercado a él. Ahora ya es tarde. Así comprendemos,
cuando ya todo es inútil, que aquello que no hicimos, la palabra justa, quizás
un simple gesto de cariño, volverá en el futuro para recriminarnos.
En
edad de cumplir, por entonces con el servicio militar lo confinaron en una
pequeña Reserva Militar, en la isla Leones, allá en el extremo de la Patagonia.
Largos años pasó cautivo allí. Y señalo palabra exacta: cautivo. Si bien una
vez al mes cruzaban el peligroso canal y pasaban algunos días en Camarones,
Chubut, siempre estuvo muy bien custodiado.
En
aquel tiempo 1958 - 1960 el pueblo contaba con no más de 30 o 40 casas y muy
poca gente. Las conexiones con la capital del país eran lentas y se tardaban
días en llegar. Nadie salía o llegaba sin ser visto.
Esa
pequeña isla rocosa se encuentra a un kilómetro del continente. Pero desde la
costa hasta Camarones se necesita, aún hoy, recorrer largos sesenta kilómetros
de duro camino. Solo huellas en el ripio.
Para
cruzar hasta la isla solo contaban entonces con un bote a remo. Para montar las
altas olas predominantes se requería temple marinero y mucha suerte. Los
brutales vientos ponían en peligro a la pequeña embarcación.
La
soledad infinita del lugar y el silencio, solo interrumpido por el aullar del
viento en las noches y el tambor de la marejada convirtieron a mi hermano un hombre
taciturno. Una dotación de cuatro hombres vivían allí. Una vez al mes recibían
correspondencia y víveres.
Faro de la Isla
Leones Código ARG HS: Arg-071
Funcionamiento 1917 a
1968 (*)
(*) Nota: La historia
que se narra sobre los sucesos del escritor en la Isla, fueron publicados, como
una historia en su libro “Historias de la Nada” en el año 2013. Sin embargo y
ante la supuesta evidencia de varios hechos, aquí se la describe ampliada y
ajustada estrictamente a la realidad.
Acicateado
por las dudas sobre la autenticidad del Diario y las cartas de mí hermano,
organicé un viaje a Camarones, allá en el sur de la Provincia de Chubut.
Estaba
resuelto hacer una serie de entrevistas a los pobladores y llegar al faro. Si
mi hermano había dicho la verdad, alguien recordaría algo.
No
esperaba encontrar nada en la Isla Leones, pero necesitaba tocar aquellas
paredes. Caminar la isla y recorrer cada sendero que había pisado mi hermano.
Actualmente
toda la bahía de Camarones, el Cabo Dos Bahías y más al sur es hoy el Primer
Parque Nacional Costero. Por lo que seguramente contarían con Guarda Parques,
para guiarnos.
Buscando
en Internet encontré fotos y archivos de viajes. Así conocí el nombre y la
dirección de la única persona autorizada a llevar gente hasta el lugar. Me
contacté con él y se puso a mi disposición. Tuve la suerte (eso pensé) que el
baqueano en cuestión viajaría a Mar del Plata a buscar una nueva embarcación,
apta para aquellas difíciles aguas. Un día llegó a la ciudad y lo invité a
cenar a casa. Hablamos largamente. Establecimos una fecha y los primeros días
de febrero partimos con dos amigos.
El
viaje resulto largo y tedioso. A la tarde del segundo día nos encontrábamos en
la entrada al pueblo. Camarones dista 70 kilómetros de la ruta nacional 3, la
cual llega al sur del continente.
La
palabra es “lejos", el pueblo es casi el fin del mundo. Lo recorrimos y
solo encontramos a dos personas caminando por esas calles anchas de ripio y
cantos rodados.
Nos
alojamos en el Camping Municipal, único lugar (salvo un par de pequeños
hoteles). Nos asignaron una habitación con vista a la costa.
Cocinaríamos
en un improvisado galpón abierto. Aunque el furioso viento nos obligaría a
calentar breves refrigerios en la habitación.
¡Al
fin estaba en el pueblo donde alguna vez mi hermano viviera sus aventuras!
Salimos
a conocer el lugar. En la actualidad cuenta con no más de veinte manzanas.
Posee un breve puerto, una playa “céntrica” de cantos rodados, un muelle y un
par de barcos chicos. Una mínima estación de servicio, un almacén de ramos
generales y un par de pequeños mercados. Eso es todo.
Los
días infinitos, el ulular del viento y el mar furiosamente blanco, nos
entristecieron.
Al
final de la playa del puerto encontré un viejo galpón ¡La Casa Rabal! Lugar que
tantas veces mi hermano mencionara en sus primeras cartas. Su dueño supo ser un
buen hombre que ayudaba a los marineros del faro. Entré al atardecer. Pregunté
por los descendientes. Todos habían muerto. Su actual dueño no me dio
explicaciones. Solo mostró algunas viejas fotografías y un par de botellones
recuperados de la isla. Nada más.
Al
siguiente día fuimos a la casa del marino quien nos aseguró que nos llevaría
pronto al faro, en cuanto el tiempo mejorara. Éste hombre y su hijo cuentan con
una embarcación que utilizan para asistir a las naves que no pueden acercarse
al muelle. Aprovechando la obligada estadía comenzamos la búsqueda de los
residentes más antiguos.
Mi
hermano en sus cartas mencionaba varios nombres, entre ellos a un tal Lucero (dueño
de un bar en aquellas épocas). En uno de los mercados alguien lo nombra ¡esta con vida y lúcido! Minutos después
golpeaba a su puerta. ¡La primera decepción! Una mujer joven nos dijo que no
nos atendería. Buscamos sin éxito a otros. El viaje parecía condenado al
fracaso.
Fui
a comprar algunas provisiones al almacén de ramos generales Casa Rabal, allí se
detuvo una camioneta y bajó un hombre mayor. Nos saludamos presentándonos. Fue
imposible pasar desapercibido en aquel pueblo donde lo único que corre por las
calles es el viento. Éste hombre, afable y simpático, lejos de rechazarnos, nos
invitó a su casa. Resultó ser el señor
Gerardo Roberts. Charlamos una larga hora. Sin duda es una persona culta.
Incluso nos proporcionó algunos de sus escritos. No se acordaba de mi hermano.
En esa época se encontraba en Buenos Aires.
Nos
relata una aventura en la Isla Leones. Permanencia que casi le cuesta la vida,
al intoxicarse comiendo mejillones.
Fue
sincero al decirnos que no tenía conocimientos de los submarinos, ni de
alemanes en aquellos parajes. ¿Por qué le hicimos esas preguntas? Es uno de los
puntos fundamentales de la historia que más adelante veremos. Pero algo
sugestivo ocurrió. Señalándonos una foto en la pared nos dice -Uno de esos dos
jóvenes era papá ¿reconocen al otro? No pudimos. Nos explica que era Perón
joven, íntimo amigo de su padre. El padre de éste vivía en una estancia, en la
zona. Solía venir su hijo en las vacaciones. Allí nos enteramos que en el
pueblo funciona un pequeño museo sobre el tan discutido líder.
Nos
despedimos no sin especular sobre semejante personaje en esas soledades.
Al
siguiente día el viento seguía soplando del sur. El mar blanco por el oleaje no
presagiaba nada bueno. A pesar del día salimos en una breve excursión de pesca.
Navegamos unos cinco kilómetros. Ya en el lugar dos personas pescaron. Otra se
preparó para bucear, yo lo acompañé. Allí abajo, a unos 22 metros descansa un
barco de 60 metros de eslora. Se fue al fondo en solo minutos, al ser embestido
de través por otra embarcación.
La
tripulación pudo ser rescatada. Nos avisaron que tuviésemos mucho cuidado. Las
redes están en cubierta, cabos, cables y elementos peligrosos. Yo estaba un
poco cansado, el mar peligroso y ya habían pasado las cuatro de la tarde. Tenía
que bajar. Descender en ese mar, llegar al fondo. Debía ver si un submarino
podría haberse escondido en esos fondos. Minutos después flotábamos sobre las
cubiertas abarrotadas de objetos. Grandes meros y un enorme salmón nos miraban
sin asustarse. Entraban y salía por las escotillas abiertas. Su negrura nos
llamaba a entrar. Allí, lejos de toda seguridad, imaginaba lo que habría
adentro. Solo un demente se habría aventurado a ingresar en el naufragio.
Veinte minutos más tarde subíamos lentamente. Aquello fue peligroso en
extremo.
El
buceo fue una confirmación más de mis sospechas. Un submarino tendría unos
metros más que aquel navío. Esos fondos podrían haber ocultado perfectamente a
U-Boat (Ya veremos porque)
Camarones
se encuentra en una gran bahía. En frente, la costa dista unos ocho kilómetros.
Para poner pie en la Isla Leones hay que llegar al extremo sur de la bahía.
Pasar por un estrecho canal entre otra pequeña isla y el continente. La
navegación en total son cuarenta kilómetros. En ese paso se producen furiosos
escarceos. La velocidad de la corriente suele ser muy peligrosa. Lo mismo
ocurre al intentar desembarcar donde se encuentra el faro. Ante la
imposibilidad de alcanzarlo fuimos a visitar al Intendente del nuevo Parque
Nacional. Nos atendió con cortesía, previniéndonos del riesgo de la navegación
hacia nuestro destino.
Abiertamente
le mencione sobre la vida de mi hermano en esos lugares. Le comenté que en una
de sus cartas cuenta que durante un mes se quedó aislado sin posibilidades de
regresar al continente. En aquel momento compartió la aventura con otro marino.
Debían sobrevivir solos. Si bien contaban con provisiones, se les agotaba la
leña. Sin ella no podrían cocinar.
El
bote había quedado en el continente. El camión de reabastecimiento
descompuesto. El temporal no prometía detenerse. Así se quedaron sin leña y
ello implicaba sobrevivir a fuerza de abrigo y licor. Contaban con una gran
cantidad de latas de conserva pero no podrían prender el necesario fuego.
Cuenta
Alejandro que un día salió a cazar, buscaba liebres y cómo último recurso carne
de lobo marino. También podrían recolectar cholgas, vieras y pulpos, que
obtenían en la costa.
En
esa carta menciona al galpón de los ingleses. Hacia la orilla opuesta de la
Isla se encuentra una vieja construcción. Lugar que lo llaman el galpón de los
franceses. Allí a principios del siglo XX funcionó una planta que procesaba la
grasa de los lobos y pingüinos. Mi hermano cuenta que se lleva la puerta para
poder usarla como leña.
El
Guarda Fauna me muestra una foto del lugar (sacada por él en uno de sus viajes
a la isla en un control de la fauna) ¡Es verdad la puerta no está! Mi hermano
la había usado para poder prender la cocina a leña que aún, después de tantos
años, se encuentra allí.
Ocurriría
otro significativo hecho, para el que no estábamos preparados. A solo unos
cientos de metros vive el baqueano, quien debería llevarnos a la isla. Fuimos a
visitarlo. Nos presentó a su mujer y su nuera. Brevemente le comentamos la
historia de mi hermano y la llegada, a esos lugares, de extrañas presencias,
mencionadas en sus cartas. Ella nos dice que vive en la Estancia San Jorge, a
solo unos cuantos kilómetros del pueblo. Su abuelo, un alemán, había muerto
poco tiempo atrás. La Estancia se ocupa de la cría de ovejas. Ante nuestra
sorpresa nos dice que contaban con dos sótanos. Según su relato el
establecimiento fue allanado pues las autoridades policiales. Suponían que allí
habrían ocultado a nada menos que a Adolfo Hitler. Nuestra sorpresa fue
mayúscula. No esperábamos semejante afirmación.
Nos
dijo que visitáramos a su padre, quien nos contaría. ¡No podíamos creerlo! Pero
ello no sucedió. La chica no volvió a aparecer en la casa de sus suegros. Al
preguntarles a sus parientes simplemente dijeron que había viajado.
Nuestra
estadía en el pueblo comenzó a hacerse sospechosa. Una mujer nos paró en la
calle y nos preguntó qué estábamos buscando.
El
siguiente día amaneció con muy poco viento. ¡Llegaba el momento de ir al faro!
Volvimos a la casa del baqueano que ya tenía su embarcación en el agua. Todo
listo, pero puso una excusa y otra vez la excursión se hacía imposible. Así
pasaron 3 días más, de los cuales en 2 las condiciones fueron perfectas para la
navegación de ida y vuelta. Nuevas escusas. Al fin comprendimos que no nos
llevaría.
Tomamos
una decisión. Iríamos a la isla por nuestros propios medios. Contábamos con
tres kayaks. Si lográbamos llegar por los senderos y recorrer las huellas por
más de sesenta kilómetros, estaríamos frente a la isla, más un cruce de un
kilómetro. Eso sin contar con los dueños de los campos que abrirían fuego si
nos viesen. Fuimos advertidos del riesgo. No diríamos nada. Simplemente nos
despediríamos y al amanecer comenzaría la aventura.
Hay
que llegar a la estación de servicio. Luego doblar hacia la izquierda (viniendo
desde la costa) Allí comienza el camino, que se divide en dos. El de la derecha
(en perfectas condiciones) es un paseo. Luego de recorrer 30 kilómetros se
llega a un mirador, desde allí se divisa a lo lejos la Isla Leones. La huella
de la derecha es la que lleva al faro. Es un camino difícil. Adrede los
paisanos han dejado que se destruyera. Contábamos con un par de palas y tablas.
En el caso que la arena atrapara nuestro vehículo tendríamos alguna oportunidad
de liberarlo.
Pagamos
la estadía y nos despedimos, avisando que nos iríamos muy temprano. No
deseábamos que se enteraran de nuestras intenciones.
Al
siguiente día iniciamos la travesía. Pocos kilómetros después, el primer cartel
anunciaba “Camino Cerrado. Propiedad Privada” Pasamos la primer tranquera
esperando algún balazo. Nada ocurrió. Faltaba poco para llegar cuando caímos en
un pozo de arena. Nos llevó más de dos horas liberarnos. Los tablones nos
sirvieron espléndidamente. Luego de horas de polvo y ripio ¡habíamos llegado!
Cubrimos
el vehículo con una gran manta que lo camufló, escondiéndolo tras unos
peñascos. Debíamos cruzar el canal.
El
Guarda Fauna nos había advertido sobre el riesgo de las corrientes. La marea
sube y baja a más de siete nudos. En el momento que pusimos los kayaks en el
agua ésta terminaba de subir. Contábamos con unas horas antes que el canal se
convirtiera en un infierno. ¡No imaginábamos lo que nos esperaba!
Yo
iba adelante. Nos dirigíamos hacia la playa que se encuentra al sur. Único
lugar para desembarcar desde la costa que mira al continente.
Remábamos
presa de la emoción. Yo aún más. Quería pisar esas piedras perdidas. Entrar en
las habitaciones. Subir la escalera, llegar a la torre. E ese momento imaginaba
que tal vez encontraría alguna respuesta a mi búsqueda. Sin embargo una
desagradable sorpresa nos aguardaba en esa soledad. La costa se acercaba.
Mi
hermano contaba que una vez desembarcados les esperaba un arduo trabajo. Desde
el mar hasta el faro, que se encuentra en lo alto de la isla, transportaban los
víveres y elementos que necesitaban en una zorra. Los rieles aún están allí. En
Internet pueden verse algunas fotos actuales.
Al
fin pusimos el pie en la costa. Únicos seres humanos en decenas de kilómetros.
Subimos las embarcaciones. Las dejamos dentro de uno de los galpones.
Mis
amigos deseaban volver esa misma tarde. Yo insistí. Uno de ellos dijo sentirse
agobiado. La vieja construcción les inspiraba un vago temor. Miraban hacia el
mar en todas direcciones, como si esperasen que algo viniese hacia nosotros.
Insistí en protegernos de los fuertes vientos pernoctando en una de las
habitaciones. Nadie estuvo de acuerdo.
Armamos
una tienda. Aseguramos las estacas; colocado piedras encima. Luego de una cena
fría nos acostamos. Fue imposible mantener el fuego prendido por el viento.
Apagamos el farol que nos brindaba algo de calor. Acurrucado en mí bolsa de dormir no podía conciliar el
sueño.
Hacia
las tres de la mañana se desataron los hechos. En ese momento escuchamos un
grito, al menos eso parecía, pero no un sonido humano, fue algo mucho más
desgarrador, como si todas las gargantas del cielo se abrieran y vociferaran
con la fuerza de un huracán. ¡Y eso era! Una tromba marina colosal chupaba
cataratas de agua hacia lo alto. Tocó la costa y oleadas de piedras volaron
succionadas por una fuerza increíble. Yo grité ¡al faro! Fue nuestra única
posibilidad. Mientras la tienda de campaña volaba hecha girones, uno de mis
amigos tropezó y cayó. En el fragor de los truenos y el mar que se acercaba lo
escuché maldecir. Lo levantamos, sangraba copiosamente.
Miré
hacia atrás y comencé verdaderamente a asustarme, el mar nos perseguía,
golpeaba contra cada obstáculo. La espuma se abría como un cuerpo destrozado,
se rehacía y continuaba hacia nosotros. Las piedras, el sendero, todo fue
materialmente deshecho.
Mi
amigo lastimado gritó que nos detuviéramos para descansar unos segundos. En ese
preciso momento la oscuridad nos envolvió casi instantáneamente. Una negrura
pegajosamente viscosa. Otra vez un rugido que helaba la sangre estalló en
nuestra mente, como si un martillo inconmensurable descargara toda su fuerza.
La isla entera tembló, entonces el rayo llegó en un fulgor blanco y azul. El
cansancio y dolor del herido desaparecieron ante el espectáculo. En el frenesí
de la locura llegamos. La única entrada, protegida por una fuerte puerta, nos
recibió en silencio. Antes de cerrarla y con el último rayo explotando a poco
metros, horrorizado vi una enorme masa de agua que se abalanzaba hacia
nosotros. Coloqué un tirante de madera, esperando que resistiera. Quedamos
sumergidos en la oscuridad.
Encendimos
una linterna, entonces en el paroxismo de la locura el mar llegó hasta
nosotros.
¿Qué
puedo decir? ¿Cómo expresar en palabras el sentimiento, nuestra pequeñez ante
aquellas fuerzas descomunales? ¿Qué es el hombre en comparación con el océano
terrible y furioso? El golpe de la ola nos tiró al piso. Toda la estructura de
la construcción se sacudió ante la masa de agua. Crujía, gritaba, cada piedra
imploraba. Al golpearse la linterna se apagó. Tuve la sensación de encontrarme
a miles de metros de profundidad, sofocado por la noche eterna y por el peso
brutal de la presión.
Uno
de mis amigos gritó -¡subamos!, escapemos hacia lo alto, ¡La puerta va a
romperse!
Corrimos,
trepamos a ciegas por la escalera caracol. Volvimos a encender la linterna, esa
luz minúscula pero efectiva evitó que pisáramos los escalones podridos.
En
una subida interminable para nuestras fuerzas, nos sostuvimos fuertemente de
los pasamanos, lastimándonos por el gastado metal. El mar otra vez castigaba
sin piedad cada roca.
Llegamos
a la parte más alta. Pocos vidrios estaban en su lugar. La luz no se había
encendido en años, los espejos ya no estaban. El viento ingresaba en la torre
empujándonos contra las paredes.
Fue
Pedro que gritó presa del pánico, “¡Miren el mar, el mar!” Enmudecimos y no
dijimos nada más. La isla ya no estaba, el agua la había cubierto
completamente. Aquello sencillamente no era posible.
Los
truenos brutales e incesantes, los rayos hiriéndonos los ojos nos mostraban el
frenesí de las fuerzas desatadas. En cada fogonazo inmensas nubes bajaban desde
lo alto, como si todo el cosmos se abatiera sobre esa isla perdida en los
confines del mundo.
Nos
acurrucamos y pasamos aquella noche espantosa en silencio. Esperando que en un
golpe del mar, el faro se deshiciese, llevándonos para siempre a las negras
profundidades.
Cuando
empezó a amanecer otra vez la isla apareció ante nuestros ojos. Atónitos
corrimos por nuestros kayaks ¡estaban donde lo dejáramos! No encontramos
ninguna explicación.
En
el momento de subir a mi embarcación, a lo lejos una sombra pareció deambular
intranquila. Mi hermano me saludaba quizás desde algún lejano limbo.
En
el regreso a Camarones pensaba en él, en su destino, en la razón por la cual
siempre fue un ser indefenso y perseguido.
En
silencio cruzamos el canal y nos alejamos de aquel lugar.
La
soledad puede jugar extrañas sensaciones a nuestra mente. Los viejos fantasmas
revolotearon entre nosotros. Allí quedaban los recueros que solo yo podía
entender.
El
viejo armatoste de hierro aún guarda indolente la cocina a leña donde tantas
veces Alejandro hiciera de cocinero. Utensilios, ollas, resto de vajilla. Un
par de borceguíes. Latas donde se guardaban los alimentos.
Cruzando
el canal vi por última vez el lugar donde se tejieron aquellas historias. El
faro definitivamente apagado duerme su último sueño, como un marino que espera
su próximo fin.
Como
dije en Camarones recorrí casi cada casa, pregunté por los marinos, por
aquellos hombres curtidos por los vientos. Busqué a los viejos habitantes
(mencionados en las primeras cartas que Alejandro). Nadie recordaba nada. Todos
mencionaron que cuando llegaron al pueblo el faro ya no funcionaba. Sin embargo
sé que no es verdad. Ha sido claro que no ha sido así. Primero quien nos
prometió llevarnos a la isla no lo hizo adrede. No pudimos hablar con el señor
Lucero, quien conoció a mi hermano. La estancia San Jorge, dicho por una de sus
actuales residentes, habría sido investigada por la supuesta colaboración para
ocultar al líder nazi, muerto supuestamente en Berlín, mucho tiempo antes. Las
extrañas residencias de Perón en Camarones, quien luego tuviese todo el poder y
amplios vínculos con la Alemania de la guerra. ¿Verdad? ¿Ficción?
¿Casualidades? Demasiadas.
Regresé
con una profunda tristeza y preocupación que acrecentaron un malestar
creciente. Allí, sin duda, ocurrieron, hechos y tragedias. El aislamiento, el
desamparo. La isla rocosa, abandonada a las brutales inclemencias del tiempo,
me llenó de una preocupación creciente.
La
negación de los pobladores a hablar sobre el Destacamento Militar fue
perturbadora.
Los
largos inviernos que tan bien relatara mi hermano en sus cartas. El mar
aullando sobre la espuma. Las heladas noches cubiertas por un inverosímil manto
de estrellas, el lejano norte. Todo eso inflamó mi imaginación y me dejó muchas
preguntas.
Ahora
el Diario y las cartas, han tomado otro sentido.
Regresé
de aquel viaje con mi estado de ánimo alterado.
Durante
días estuve intranquilo. Mi subconsciente tardaba en revelarme un hecho. Intuía
que allí había visto algo que no podía recordar. Miré una y otra vez las fotos
que trajera, hasta que se hizo la luz, una leyenda sobre una de las paredes
internas del faro: O-16 LOC AZZ92 19011. Mucho más tarde esas letras y números
volverían a mi mente como una luz reveladora. Son una prueba contundente más
que confirmarían las presencias de extraños personajes en las épocas de
Alejandro y la causa de su escape.
Como
dije volví a ver mi hermano muchos años después en su lecho de muerte.
Debe
quedar claro que él no leyó nunca el Diario de nuestro padre. Mucho más tarde
llevo a cabo ciertas investigaciones, en el sur. Ese hecho, me consta, ocurrió
casi al fin de su vida y significó otro dolor para él, quizás el más grande.
Así conoció a nuestra hermana. Ella aún conserva la llave a ese conocimiento
supremo al que he aludido. Nuestro padre nos ocultó la existencia de Ana y a
ella la nuestra.
El largo viaje de los
Lobos Grises al lejano sur
La “Rendición de
Alemania”
A
las 8,30 horas del 5 de mayo de 1945 cesaron su resistencia en el teatro de
operaciones europeo las Fuerzas Armadas alemanas. El Almirante Doenitz, que
había conducido hasta el borde del éxito total la campaña submarina alemana y
que por mandato de Hitler asumía la responsabilidad de la rendición, comunicó
mediante mensaje especial (núm. 0953/4) a sus preciados submarinistas la
dramática nueva: Alemania estaba vencida. Al capitular automáticamente entró en
vigor la operación “Arco Iris”: el grueso de la flota germana se hundía a sí
misma. Ello provocó la inmediata reacción del Alto Comando Aliado, que exigió a
Doenitz pusiera fin a la destrucción de buques en cumplimiento de las cláusulas
de rendición. El 6 de mayo, por Radio Flensburgo, recordó al personal naval “...la prohibición de hundir los barcos o
dejarlos inservibles mediante la destrucción de toda o parte de sus maquinarias
o instalaciones”.
Efectuada
la capitulación de Reims el 8 de mayo, ese mismo día el Almirantazgo Británico
radió un mensaje a los submarinos alemanes en alta mar, advirtiéndoles que,
bajo el riesgo de quedar fuera de la ley, “...deberán
subir a la superficie; izando una bandera o pendón negro, informando respecto a
su posición en lenguaje claro a la estación inalámbrica más cercana y seguirán
navegando en superficie hacia aquellos puertos que les sean indicados, con
torpedos desarmados y el cañón en crujía”.
El
8 de mayo se registraron las últimas acciones bélicas de los submarinos
germanos. Frente a las costas del noroeste europeo fueron hundidos el vapor
inglés “Avondale Park” y también un carguero noruego.
El
9 de mayo, a 50 millas del Cabo Lizard, emergió izando un paño negro el
“U-249”, en acatamiento a las instrucciones de rendición. En los siguientes
días más de sesenta submarinos se entregaron en puertos de Escocia, Irlanda,
Gibraltar y Noruega; cinco lo hicieron en aguas norteamericanas y uno en
Canadá.
El
11 de mayo la agencia informativa “United Press” difundió una noticia que causó
sensación en Chile y Latinoamérica: el jefe del Distrito Naval Norte de Chile
“habría” anunciado que un submarino alemán navegaba frente a Iquique. La misma
agencia informó más tarde de una “conversación entre la tripulación alemana que
pedía permiso para rendir el submarino en el puerto de Tocopilla y el Jefe de
la Base que accedía a lo solicitado”. No obstante ésta y otras minuciosas
“informaciones” de la U.P. al respecto, no se tuvieron en día posteriores más
noticias del presunto sumergible alemán.
El
20 de mayo el “U-963” emergió cerca de la costa portuguesa y después de abrir
los grifos de inundación, su tripulación abandonó la nave en botes neumáticos.
Con la presencia de este último submarino, todo parecía indicar que finalmente
el Atlántico estaba libre de submarinos alemanes.
Para
fines de mayo el Almirantazgo Británico tenía en su poder a las más altas
autoridades navales del Reich, como así también a los proyectistas de la guerra
submarina. A ello había que agregar los testimonios de los jefes de flotillas;
la información de los astilleros; el diario de operaciones del comando de
submarinos y toda la documentación secreta; en resumen, la Kriegsmarine no
tenía ya secreto alguno que no estuviera en poder de los ingleses. Así, éstos
estaban en condiciones de establecer la cantidad de submarinos alemanes en alta
mar al final de la guerra.
Sobre
la base de la información disponible, fue que en la noche del 28 al 29 de mayo
de 1945 el almirantazgo comunicó a todos los países que “... los buques que naveguen en el Atlántico podrán hacerlo con las
luces encendidas”. No obstante su laconismo, en nada disminuyó la tremenda
fuerza del anuncio inglés: después de casi 6 años, el Atlántico podría ser
navegado sin temor a los “lobos grises”. Cierto era que aún se desconocían el
paradero de algunos pocos submarinos, pero resultaba posible que sus
tripulaciones hubieran destruido las naves y desembarcado secretamente en
Noruega u otro lugar para intentar el regreso al hogar; también resultaba
posible que submarinos considerados “averiados” en realidad estuvieran
hundidos.
Cuando
el 3 de Junio otro submarino germano se presentó ante Leixoes, Portugal, el
periodismo de las potencias vencedoras difundió la teoría de “Hitler huyendo en
submarino hacia alguna remota base secreta” y el de la “colaboración con
Japón”. Si bien la Inteligencia naval de los Estados Unidos e Inglaterra no era
influida por tales noticias periodísticas, no dejó por cierto de llamarles la
atención la presencia de un sumergible a casi un mes finalizada la Guerra y las
declaraciones de los jefes navales prisioneros. Una vez hecho esto y para
tranquilizar la opinión pública, el 13 de junio el Departamento de Marina de
los Estados Unidos hizo conocer la siguiente declaración: “si bien se desconoce la suerte de 4 ó 6 submarinos alemanes en el
Atlántico, se cree que han sido hundidos... por otra parte se tiene la
seguridad de que (en caso de que hubiera alguno) no operan ya en el atlántico y
no es de creer que alguno tenga el suficiente radio de acción para llegar a
Japón”.
En
tanto la marina norteamericana emitía tal declaración, dos submarinos germanos,
con armamento completo, se deslizaban a máxima velocidad bajo las aguas del
Atlántico Norte, eludiendo todo contacto con naves de superficies.
El
9 de julio una dramática noticia conmovía a América latina; el crucero
brasileño “Bahía” había naufragado en las cercanías de las rocas de San Pedro y
San Pablo. El siniestro había ocurrido el 4 de julio, pero recién se tomó
conocimiento cinco días más tarde cuando el carguero ingles “Belfa” comunico
haber recogido una balsa con 33 sobrevivientes del “Bahía”.
En
un primer momento las autoridades de la Armada Brasileña consideraron que la
tragedia pudo ocasionarla una mina a la deriva, dada la seguridad de las
pólvoras modernas que hacía muy improbable la explosión de la santa bárbara del
buque por combustión espontánea. Pero 24 horas después de conocido el
hundimiento, una noticia sensacional vendría a agitar al Brasil: Un submarino
se rendía en la Argentina.
Sin
bien no se encuentra relacionado directamente con las aventuras de mi hermano y
las no menos extrañas de nuestro padre, existe otro hecho revelador y
finalmente conectado con toda la historia. Al sur de Santa Cruz reposa, a
escasa profundidad, otro Lobo Gris, un submarino alemán Clase XXI. En su
vientre supuestamente se encontrarían contenedores herméticos, aprueba de agua
con lo mejor de la tecnología alemana de finales de la Segunda Guerra. Podrán
decir que es obsoleta. Es posible que no sea así. Y aunque así sea, allí se
accedería a una información más que valiosa Podría ser una de las causas por la
cual Alejandro fue buscado durante años. Pero no fue la única. Incluso, cuando
todo parecía haber terminado, seguían tras él. Algo que suponían él debería
saber. Es cierto que las razones de su escape y de su largo peregrinar por las
soledades patagónicas fue la de salvar en aquellos momentos su vida.
Con
el tiempo algunos llegaron a conocer su historia y creyeron que él había tenido
acceso al inmenso secreto. Información que podría cambiar en parte a la
humanidad. La llave de la vida. La posibilidad de procrear seres humanos sin
enfermedades, sanos, con una mente lista para brillar entre todos. Un sueño y
un peligro en sí mismo.
Cuando
de nuevo en la casa de sus tías se creyó a salvo lo buscaron nuevamente. El
Grial no había sido hallado. El método para lograr la juventud perfecta e
increíblemente prolongada, seguía perdido. Sin duda buscaban a Ana. Él no tenía
idea de aquello. Si bien, mucho más tarde, la conoció no imaginó sus
extraordinarias posibilidades.
Si
buscaban a Ana, si de alguna manera habrían trascendido sus peculiaridades, no
tendría sentido la búsqueda del U-Boat en el sur patagónico. Imagino que lo que
pueda hallarse en su interior aún es apetecido.
Ana
es un objetivo, el submarino es otro. Sin duda la búsqueda de mi hermana fue y
es lo más importante para quienes estén detrás de todo esto.
Alejandro
se vio obligado a colaborar con los oficiales de los submarinos alemanes, dos
Lobos Grises, allá en la Isla Leones. Es fundamental que el lector tome nota de
la siguiente afirmación, por eso la recalco: La Guerra había finalizado quince
años atrás. Supuestamente aquellas embarcaciones habrían estado operativas
varios años después del conflicto.
Su
actividad con los alemanes duró poco tiempo durante su permanencia en Isla.
A
veces los alemanes se quedaban algunos días, una forma de relajarse de los
largos y solitarios días en el mar.
Un
muchacho que hablaba un español aceptable se hizo amigo de mi hermano y
recorrían juntos la isla. Este alemán tendría unos veintinueve años y era el
operador de radio de uno de los U-Boats.
Él
le contó sobre la flota de submarinos que al final de la guerra trajeron
cantidades de personas, militares y civiles.
Cuando
el conflicto finalizó muchos submarinos fueron abandonados y hundidos. De hecho
de los 1100 submarinos fabricados por Alemania en pocos años, más de 100 fueron
reportados perdidos. Tal vez varios en combate pero otros sencillamente se
esfumaron. Aparentemente las costas argentinas les sirvieron de refugio incluso
hasta mucho tiempo después de la guerra.
Años
más tarde, la Marina Argentina emprendió
una búsqueda amplia de los submarinos, en la costa norte de Río Negro.
El
alemán fue más allá, le mostró una libreta con muchos nombres. Quienes habían
llegado a la Argentina durante los últimos meses de la guerra. Le habló de una
estancia en la Provincia de Buenos Aires, lindando con el mar. Fue el lugar
donde se recibían a los “llegados”. Algunos permanecían un tiempo allí y luego
eran derivados a otros destinos. Los de mayor rango eran transportados
inmediatamente al norte o sur del país. A veces al oeste. Esta gran operación
se cerró al finalizar la guerra.
Dos
mujeres, una alemana y otra argentina compraron, prepararon y establecieron esa
base de operaciones. La estancia funcionaba como tal y no despertaba sospechas.
Claro que las autoridades argentinas dejaban hacer y no formulaban muchas
preguntas.
Todos
los trabajadores eran alemanes y el encargado de las comunicaciones (el
establecimiento contaba con una disimulada y poderosa antena) fue nada menos
que uno de los radiotelegrafistas del Graf Spee.
El
muchacho alemán había realizado más de un viaje hasta aquella estancia.
Alejandro memorizó y anotó alguno de aquellos nombres. Incluso en su pequeña
libreta de tapas negras (que también encontré junto a sus cartas y al Diario de
papá) habla de importante personajes. Pero eso no fue todo. Su “amigo” le
narró, con lujo de detalles, como una
flota de once submarinos cruzó el atlántico. Bajaron desde Recife Brasil hasta
el norte de Uruguay. Llegando a las costas Argentinas. Dos de ellos se
entregaron en Mar del Plata, el 10 de julio de 1945 el U 530 con 53 hombres, al
mando de Otto Wermouth y el 17 de agosto el U 977 con 31 hombres, al mando de
Oberleut Nant Heinz Zchaffer. Además estos son hechos públicos documentados y
publicados una y otra vez por muchos medios gráficos. Cualquiera que coloque en
un buscador de Internet la frase “rendición de submarinos alemanes en Mar del
Plata, Argentina”, podrá verificarlo y ver las fotos. También la llegada de
funcionarios norteamericanos que investigaron hasta el cansancio a cada
tripulante preguntándoles si habían traído civiles y o militares. A coro todos
respondieron que no. Ni civiles ni militares, claro ellos eran Boy Scouts.
Si
bien para la Argentina esos tripulantes eran “prisioneros de guerra” la
historia fue otra. A tal punto llegó el apoyo Argentino que en la Base Naval de
Mar del Plata se realizó una gran fiesta de bienvenida.
Los
militares argentinos lejos de tratarlos como enemigos posaron en infinidad de
fotos al lado de los marinos. Claro que las autoridades norteamericanas
recriminaron esos tratos. Posteriormente se llevaron las dos embarcaciones y a
sus tripulantes.
Volvamos
al amigo de Alejandro en la Isla Leones. Una noche en que ambos se
emborracharon el alemán dijo que en 1945 uno de los Lobos Grises, especialmente
preparado para el largo viaje, llegó a menos de 100 kilómetros de Punta
Dúngenes. En el punto más austral del continente americano, el extremo este de
la Argentina, antes de cruzar el Canal de Beagle y llegar a Tierra del Fuego.
(Esta información pude corroborarla por otra fuente hace poco tiempo. Ya
hablaré sobre ello) Empezaba entonces la primavera de 1945. En aquellas
soledades y con ese mar el apoyo logístico que necesitaron para ese desembarco
fue formidable. Según el alemán por lo menos un barco argentino participó en la
operación y desembarcó a todo el personal, menos dos marinos que volaron la
nave. Los cuales llegaron a tierra en un bote inflable. Los esperaban con
varios camiones. Hoy los restos de la nave reposan en un fondo no muy profundo.
Seguramente su acero aun resiste en aguas heladas y mares bravos, pero allí
está sin duda.
En
mi gusto por la práctica del buceo creí, junto a un gran amigo, que nosotros
dos llegaríamos al naufragio y realizaríamos uno de los descubrimientos más
importantes. Una forma de mostrar la amistad argentina-alemana.
El
conocimiento del hundimiento nos llegó sin ninguna relación con el Diario o las
cartas de Alejandro. Mi amigo estuvo casado varios años con una hermosa
alemana, que lamentablemente falleció por causa de una larga enfermedad. Ese
matrimonio cobijó la amistad de un ex oficial alemán y su hija. Relación que perduró
por años. El marino, en confidencias, le contó sobre su llegada a la Argentina
en un submarino. Que la operación se realizó en el sur argentino. El mismo
submarino que el amigo alemán le contara a Alejandro.
En
diversas reuniones mi amigo le preguntó las coordenadas donde habían hundido al
Lobo Gris. El alemán sistemáticamente se negó a ello.
Prueba
de su pertenencia a la tripulación es la medalla al mérito que mi amigo
conserva, regalo de la hija del oficial. Puedo describirla como un círculo de olivos
en cuya parte superior despliega sus alas el águila alemana. Cruzando la misma
un U-Boat remata la insignia. Entre el águila y el submarino una esvástica une
el símbolo.
El
hombre se enfermó y estuvimos es ascuas, esperando lo peor. Si moría y no nos
daba la posición todo estaría perdido. Finalmente en el 2010 fallece. Mi amigo
llama a la hija para darle las condolencias. Telefónicamente ésta le dice “Anote unos datos que le dejó mi padre”.
¡Era la posición del U-Boat tanto tiempo buscada!
Nos
encontramos ansiosos en casa. Extendimos la carta náutica de Santa Cruz,
Argentina. Colocamos las regla paralelas y trazamos un círculo. Contábamos con
la Latitud Sur y La Longitud Oeste, en grados y minutos. Esto significa un
punto en la carta. Faltaban los segundos. Por lo tanto la búsqueda comprendería
un cuadrado de 00 a 60 segundos para cada lado. Recordemos que un grado es el
equivalente a 60 millas náuticas, una milla es un minuto, un minuto corresponde
a 60 segundos y un segundo a 30,6 metros. Todo está en relación a la
circunferencia terrestre.
La
búsqueda equivaldría a rastrillar un área pequeña del fondo marino.
Contábamos
con G.P.S, un radar de barrido lateral para revisar sistemáticamente el fondo y
hasta un robot que nos prestarían para filmar toda la nave. Soñábamos con
sumergirnos y tocar el viejo acero, pero fue imposible ya que la operación
implicaba recorrer el fondo a más de 70 metros. ¡Está hundido en un muy buen
pozo! Cualquier trabajo de ese tipo requeriría una embarcación y tiempo que no
podríamos pagar. Así que desechamos de muy mala gana aquella aventura.
Es
importante señalar que el amigo del que hablo es un conocido periodista
argentino. Según sus dichos, y no tengo razones para no creerle, realizó varias
notas en la Patagonia sobre el ingreso de alemanes en submarinos.
En
época de la dictadura fue “visitado” por cierto personal militar. El mensaje
fue claro, si seguía investigando su vida no valdría nada.
Ahora
el viejo submarino parecía llamarme desde los oscuros abismos, anunciándome que
me esperaba…
Las
viejas cartas de mi hermano, el Diario de papá, todo regresaba como piezas de
un enorme rompecabezas. ¿Podría creer que todo aquello en realidad habría
ocurrido?
Tiempo
después de encontrar el Diario conocí a una persona, un técnico que trabaja
para la Base Naval de Mar del Plata. Me narra una historia que le contara a su
vez una mujer mayor. Esos dichos afirman que esa señora había presenciado el
desembarco de un submarino alemán, de todo su personal. Año 1945.Varios
camiones esperando a los tripulante. Luego presenció la voladura de la nave. Es
la misma posición que tenemos nosotros. Es decir reafirma los datos dados por
el oficial alemán fallecido y concuerdan con lo mencionado por mi hermano.
La Goleta y un
Submarino,
1945 Bahía de
Samborombón Argentina
Dije
que encontré el Diario tiempo después de la muerte de mi padre y de mi
hermanastro Alejandro.
He
pensado que si saliese a luz, entonces podrían detectarme y comenzarán
nuevamente las persecuciones. Quizás ya no en forma física, pero pueden existir
otras maneras, tal vez más sutiles y peligrosas. Han ocurrido algunos hechos
que no dejan de preocuparme.
Ellos
saben que el tiempo es su enemigo. Los testigos van muriendo. Ahora tienen
mucho más que perder ya que si no logran obtener la información pronto, la
perderán para siempre. De allí el riesgo que puedo correr. Soy el último que
puede llegar a poseer la información más valiosa.
Mi
interés por la náutica trajo a mis manos una historia extraña, que parecería
solo eso. Pero ahora a la luz de los hechos, todo encaja y se torna oscura y
sombría.
El
relato que sigue fue publicado en varios medios en Internet. Su resultado fue
la recepción de una carta desde Italia, urgiéndome a presentarle todas las
pruebas que tuviese sobre la presunta llegada de altos oficiales nazis a la
Argentina.
El
acontecimiento encierra un hecho fundamental, una lata supuestamente con
aceite, recogida sin ninguna razón aparente, en pleno mar argentino, traído a
bordo de una goleta. Eso ocurrió el día anterior a la entrega en el puerto de
Mar del Plata del submarino alemán U-977. El envase portaría no aceite, como le
dijera el capitán a su tripulación, allí posiblemente se encontrarían
capitales, quizás diamantes, para la financiación de actividades alemanas. La
nave no podría rendirse con esa carga, que seguramente habría sido confiscada.
Respecto
de la relación entre la goleta y el U-977, es sorprendente la historia que
personalmente me contara el Ingeniero... (No puedomencionar su nombre) en una
cena en el Club Náutico de Mar del Plata, en la noche del 12 de julio del 2008.
En esa ocasión un grupo de navegantes deportivos (veleristas) compartíamos
buenos momentos. Tales reuniones solían realizarse una vez al mes. Éste
Ingeniero contaba entonces con 80 años de edad, a pesar de ello su porte y
forma de expresión no se habían visto afectadas en lo más mínimo. Había fundado
justamente la Escuela de Náutica en Mar del Plata hace muchos años. Le referí
que estaba yo preparando un Sitio Web denominado El Portal de los Barcos y que
me interesaría su opinión. Me dijo -¿Quiere
una extraña historia? -¡Sí!, le dije, y comenzó:
Estamos en 1945, por
aquel entonces con un amigo nos iniciábamos en la navegación a vela. Surgió un
viaje desde Buenos Aires a Mar del Plata. Un velero haría el trayecto y nos
invitaban. Así podríamos realizar un sueño, nuestro primer crucero oceánico.
En el puerto de San
Fernando abordamos una hermosa goleta. Fue adquirida en Inglaterra y en ella
llegó el extraño marinero (con el que no cambiamos ni una palabra). Su Capitán,
un hombre de 50 años, resultó ser conocido del padre de mi amigo. Así logramos
un pasaje de ida.
Antes de la 12 de la
noche zarpamos con un buen viento de través.
Un viaje de esas
características por mar y a vela puede demorar no menos de 53 horas, en el
mejor de los casos. Si sopla sur se agregan muchas más horas. No hay forma de
navegar contra el viento y nuestro destino estaba justamente en esa dirección.
En una navegación a
vela es importante avanzar aprovechando el buen viento.
En el segundo día nos
encontrábamos a mitad de la Bahía de Samborombón. En ese lugar se abre un gran
espacio y la costa se aleja muchos kilómetros. Anochecía.
El marinero, un
hombre de gruesos brazos y abundante cabellera negra, de no más de un metro
sesenta de estatura, nos preparaba la comida y servía en silencio. Sus ojos
extraños y oscuros me observaban de tal forma que trataba de apartar la mirada.
Su típica camiseta a rayas, su cuerpo fornido, una cara marcada y arrugada por
mil soles delataban a un ser que había estado más tiempo en el mar que en
tierra.
A las 21 horas el
Capitán nos llamó e impartió una orden inconcebible -Muchachos fondearemos aquí, nos esperarán.
Michel y yo iremos a buscar unas cosas en el bote de apoyo. Inútil fue
preguntarle por qué razón suspenderíamos la navegación, adonde irían cuando la
costa estaba a kilómetros y de noche
-Ustedes se quedan y
esperan. Fue la única respuesta que obtuvimos. Así sin saber que hacer
permanecimos en absoluta oscuridad, con el temor que algún barco no llevara por
delante. Sin luna no veíamos ni la proa del barco.
Las estrellas apenas
se divisaban entre una tenue capa de nubes. Cada tanto el cielo sea abría y la
Vía Láctea en pleno nos regalaba su luz.
El viento había
cesado. Los catavientos, esos pequeños hilos que se colocan en las jarcias para
señalar la dirección del que procede, pendían inmóviles. ¡Nunca sentí tan
fuerte y profundo el silencio!, jamás tal desamparo.
El mar puede ser
tolerante con el marino o brutal. Su humor depende solo de circunstancias que
no podemos prever. La diferencia entre la paz de un mar tranquilo como un
espejo y el infierno depende del humor de los elementos. Ahora ese sentimiento
de temor y respeto se incrementaba en la oscuridad.
Un casi inaudible
ronronear del agua contra el casco, parecía decirnos ¡aquí estoy! El mar en su
bravura descansaba por ahora.
Nos ordenó apagar la
luz de los dos palos. Solo una blanca en la popa, como un mínimo ojo, nos mostraban a solo unos pocos
metros.
Cuatro horas más
tarde escuchamos un sonido que iba creciendo, era el movimiento de los remos en
el agua. Finalmente el Capitán y el extraño marinero subieron a bordo. Portaban
una lata negra. Ante nuestro asombro le preguntamos que contenía. Con un dejo
de furor contenido en su voz nos dijo -¡Aceite para el Motor!
Nos miramos con
nuestro amigo. La respuesta era inaudita. La goleta no necesitaba navegar a
motor, para eso están las velas. Nadie en su sano juicio abandonaría a una
tripulación, en una peligrosa zona de navegación, a oscuras para buscar aceite.
Cualquier Capitán revisa toda su embarcación antes de zarpar y el motor es una
parte de ello.
Llegamos a Mar del
Plata en nuestro tercer día de navegación, bien entrada la noche. En esa época
el Puerto Náutico Deportivo no existía como ahora (hoy lo comparten cuatro
Clubes Náuticos). La noche había avanzado. El volver hasta nuestras casas sería
complicado. Decidimos quedarnos a bordo y bien temprano en la mañana dejaríamos
la goleta.
Al amanecer bajamos
del barco muy contentos con la aventura y todo lo aprendido. Si bien el Capitán
no dejaba de ser un hombre peculiar, nos enseñó unos cuantos secretos de
marinería.
Pasaron muchos años.
En una cena como ésta se me acercó un hombre y luego de observarme un rato me
dijo -Usted es el Ingeniero... Estuvo trabajando en puertos en tal y cual
ciudad en el extranjero. Le pregunté cómo conocía una buena parte de mi vida y
continuó -Usted y su amigo el Señor…, navegaron en una goleta desde Buenos
Aires a Mar del Plata.
-¡Así es!, pero cómo?
-Corría el año 1945
¿Lo recuerda? Cuando ustedes desembarcaron a su lado estaba amarrado un
submarino
-¡Es cierto!
-Bien, ese submarino
era el U 977, uno de los dos que se entregaron luego de terminar la guerra.
-¿Y nosotros que
teníamos que ver?
-Sospechamos que
podrían haber colaborado con esa nave, que estuvo navegando muy cerca de la
goleta, o haber bajado personal.
-¡Nosotros no hicimos
nada!
-No se altere, ya
pasó tanto tiempo, después de todo solo eran deportistas. Un gusto Ingeniero
buenas noches ¡cómo ha pasado el tiempo!
El
Ingeniero había terminado su relato y su cena, se levantó, me miró, saludó y se
dirigió hacia la puerta. Tomó el picaporte y se dio vuelta. Una sonrisa brilló
por primera vez Dijo -¿Le gustó la
historia? Antes de retirase por última vez me preguntó -¿Qué habría en la lata? Yo estaba anonadado, le dije que
escribiría la narración. Me pidió que no lo nombrara.
La
publique en la Web y fue al mundo. A los pocos días recibí un E-mail desde
Italia. Una tal Sara Levy un poco ofuscada se presentaba y me exigía toda la
documentación que podría yo tener sobre la supuesta llegada de jerarcas
alemanes a la Argentina. Ésta mujer (conocida escritora israelí) me explicó que
colaboraba con una rama de los servicios que buscan a los criminales nazis en
el mundo. Junto a su carta recibí el link a dos libros en línea que hablaban
sobre el tema. Hasta ese momento desconocía la frondosa existencia de
literatura al respecto. Así conocí las diversas investigaciones que se llevaron
a cabo en el país.
Investigaciones en
las aguas Argentinas
En la búsqueda de los
U-Boats
Permítanme
hacer primero un comentario sobre los submarinos alemanes en las costas
argentinas. He dicho que contamos con una buena cantidad de historias,
avistamientos y hasta contactos con la oficialidad alemana que supuestamente
venía en ellos. He recorrido el sur del país muchas veces en mis excursiones de
buceo. Navegué sus costas, visité algunas
estancias y poblaciones cercanas al mar. Hablé con sus residentes y
busqué la prueba definitiva que determinase de una vez la presencia de esas
naves.
En
una de las estancias, en Chubut, el mayordomo (luego de mucho hablar y tomar
mate) me llevó a uno de los galpones. Mi sorpresa fue mayúscula, aún funciona
un generador eléctrico. Pude leer claramente la fábrica alemana. El paisano,
muy confiado me dice ¿Ve Don? Es de uno de los submarinos que anduvo por acá. Y
esas latas con esa cruz rara, eran de combustible. Perplejo alcé una de los
bidones, la cruz “rara” era una esvástica. ¿Quién tomaría de un U-Boat un
generador? ¿Cómo lo habían sacado?
Datos
hay cientos, pruebas abundan, aunque no son definitivas.
Supongo
que al igual que ocurre con las leyendas, no todo es cierto, es más, muchos son
temas disparatados. Pero la verdad se oculta muy bien debajo de las
inconsistencias contadas una y otra vez. En éste caso hay mucho más.
Bastante
se ha escrito y realizado en la búsqueda de los submarinos alemanes en aguas
argentinas. El lugar más “famoso” es la Caleta de los Loros, cerca de las
Grutas en Río Negro. Alguien dijo haber visto desde el aire la sombra de un
submarino. La marea lo cubría y lo hacía visible regularmente. Nunca apareció.
Se hicieron intensas búsquedas. Incluso la Marina Argentina barrió la zona sin
resultados.
Si
existe un gran profesional del mundo submarino es sin duda Tony Brochado. Tuve
la oportunidad de estar en su casa en San Antonio Oeste, en Río Negro. Recibí
de primera mano la información sobre aquella frenética carrera por encontrar un
sumergible alemán. Tony trabajó a pedido del Diario Ámbito Financiero en la
expedición. Armaron un campamento a orillas del mar. Durante días barrieron los
fondos sin éxito. Pero hay algo interesante y sugestivo que Tony me dijo,
necesitaron una guardia armada de la Prefectura Naval Argentina. El campamento
tuvo protección pues fueron amenazados. Esto es absolutamente verídico.
Le
pregunte a Tony si aún cree que uno o más submarinos estén en algún lugar. Dijo
-¡Sí están! Solo es
cuestión de tecnología, no le quepa duda.
¿Por
qué no aparecieron cuando fueron buscados? Es sencillo. Me viene una terrible
frase a la memoria “miente, miente algo quedará”. Se ha querido ocultar la
verdad. Nadie quiere reconocer el apoyo brindado al perdedor de la Segunda
Guerra ¿Y si hubiesen ganado? Tal vez nuestra historia hubiese sido otra.
Supongo
que gran parte de la información sobre avistamientos de los Lobos Grises en Argentina
es adrede falsa. Es sencillo ocultar la verdad con datos incomprobables, pero
les aseguro algo los Lobos Grises, o lo que quede de ellos están allí abajo, en
la profundidad Argentina.
Muchos
son los intereses, a pesar de los años transcurridos, para que todo se pierda y
se diluya en el tiempo. (Claro que sin de dejar de buscar lo que tanto les
interesa). Finalmente le escribí a Sara Levy. No obstante algo es cierto: los
oídos de algunos están siempre abiertos. ¿Por qué razón? Ya ha pasado tanto tiempo.
¿Qué importancia podría tener? Hay algo más, que ellos, los alemanes que
llegaron a Argentina dejaron y que es fundamental encontrar. Es claro que es la
información que desesperadamente han buscado sin éxito.
Un
dato más para el lector: Recién en el 2020 Estados Unidos “desclasificaría” la
información que poseen sobre estos temas. Pregunto ¿Por qué? ¿Qué ocultan si ya
pasó tanto tiempo?
1945 - Cuatro meses
después
de finalizada la
Segunda Guerra
En
tanto que dos de los U-Boats se rendían en Mar del Plata, otros Lobos Grises
siguieron su curso al sur, entre ellos el U-Boat Clase XXI mencionado.
Recordemos
que la guerra termina en 1945. Ya antes había comenzado la operación de
transporte de Jerarcas y diverso personal Alemán a Sud América.
Es
interesante hacer mención a un documento fundamental, del Ministerio de Marina
de la Argentina, recientemente desclasificado,(llegó a mis manos por la
gentileza de un amigo Ex Inteligencia de la Marina) enviado a su Excelencia el
Señor Ministro de Relaciones y Culto Dr. César Ameghino, el 17 de mayo de 1,
Bajo Letra SP 2 Número 49 PR (Para Personal Reservado) y dice textualmente: “Tengo el agrado de dirigirme a V.E. para
comunicarle que a raíz de una información suministrada a este Departamento,
según la cual, submarinos alemanes se encontrarían en caminos cuyas direcciones
coinciden con los que ya vienen hacia nuestra costas, he puesto sobre aviso a
las Escuadras de Mar y Ríos y a la Prefectura General Marítima, con el
propósito que puedan adoptar las medidas pertinentes ante la posible
eventualidad de que su intención sea entregarse o hundirse, en proximidades de
nuestro territorio. Aprovecho la oportunidad para saludar al señor Ministro con las expresiones de mi más distinguida
consideración”
De
semejante documento surge claramente el perfecto conocimiento que las
autoridades conocían perfectamente los movimientos de los submarinos alemanes.
Además se aseguraba, en el más alto nivel político, que un grupo ya navegaba
hacia Argentina y otro podría -aparte- entregar o hundirse.
La
historia que se relata sobre la vida de Alejandro en el Faro y su posterior
escape ocurre, como mencioné, desde el año 1959 al 1961. Luego huye y se pierde
durante años, escapando por la Patagonia.
Dos
años antes, en 1958, nuestro padre traba una fundamental relación amorosa con
Frida, que traerá impensables consecuencias mucho tiempo después.
Muerto
Alejandro transcurrió largo tiempo hasta el hallazgo del Diario en la casa de
mi tío. Allí me enteré de la tragedia de mi hermano y de las andanzas de papá.
Abrí la Caja de Pandora. Así nuevamente desperté el interés por la búsqueda del
mayor secreto.
Los
Lobos Grises navegaron las aguas argentinas durante años de terminada la
Segunda Guerra. Operatividad que como dije decididamente requirió del apoyo de
las autoridades locales.
Mi
hermano cayó en la red que tan hábilmente tejiera el por entonces gobierno
argentino con los últimos líderes nazis y por su puesto con el beneplácito de
los norteamericanos. Ellos permitieron todo el movimiento de jerarcas alemanes
en Argentina. Así fue más sencillo el control. Además necesitaron muchas veces
de su consejo. Cada uno de los desarrollos tecnológicos para la guerra,
aviones, submarinos y armas de todo tipo, que fueran tomadas por el ejército
norteamericano, requería de información para su estudio y fabricación
posterior. Era obvio que no podían hacer públicas tales relaciones. Además con
el mundo dividido y el riesgo de la URSS el gobierno Norteamericano necesitaba
de la “Inteligencia Alemana”. No olvidemos que tuvo que unirse medio mundo para
vencerlos. Esto lo comprobaremos absolutamente del Diario de mi padre. Su
amante alemana, al final de su relación, le contará todo con lujo de detalles.
Claro
que algunos que no integraban el grupo de privilegiados, como Eichman fueron
dejados a su suerte y a veces (solo a veces) capturados, aunque aquí también
existen serias dudas.
Ciertos
documentos recientes dicen que Eichman trabó una relación política con el
gobierno argentino, con el absoluto conocimiento norteamericano. Los israelíes
se decidieron, solos a su secuestro. Durante el juicio se temió que el imputado
hiciera una declaración sobre profundos secretos militares. Eso no ocurrió. Si
eso es cierto, se abrirían situaciones insospechadas. No obstante ello no es
parte de la historia que nos interesa. Pero permítame el lector sospechar algo:
lo buscaron a Eichman ¿por qué no a Mengele que atendía como médico en Buenos
Aires, con su propio nombre, y tantos otros? Es una buena pregunta.
Al
momento en que Alejandro debía cumplir con el servicio militar, nuestro padre
amigo del Jefe de la Armada, consiguió colocar a mi hermano en el Comando en
Jefe del Ejército. Así estaría cerca de su casa y podría volver casi todos los
días.
Pero
él fue castigado por largo tiempo al destacamento militar de la Isla Leones, en
el lejano sur.
Una
vez allí ya estaba perdido. Supongo que la llegada de los alemanes a la Isla no
estaría planeada antes de su llegada. Sencillamente habrán recibido órdenes
desde Buenos Aires y ese lugar fue, en esos tiempos, un punto más de contacto.
La Vida en la Isla
Si
bien Alejandro había sido “condenado” a permanecer durante todo su Servicio
Militar y más aún, en aquel lugar, no lo tomó tan mal. Ello podemos apreciarlo
en las pocas cartas que le enviara cada tanto a sus tías. En esos duros marinos
encontró camaradería y vivió una aventura única. Una experiencia límite para un
chico porteño que jamás sospechó como cambiaría su existencia. Así dejó su vida
de ciudad y comenzó a transformarse en hombre.
Sin
embargo esos mismos militares lo hubiesen matado a fin de evitar que hablara
sobre lo que ocurría allí. Hasta ese momento decisivo fueron sus camaradas. Él
llegó a sentirse casi un igual.
Cada
mes, a veces cada dos, también cuando se festejaba una fecha patria o la de un
santo, los marinos del faro viajaban a Camarones, para salir del encierro.
Recorrían
los largos 60 kilómetros, sin caminos, hasta el pueblo, donde alquilaban una
casa, Allí se armaban mesas de juego. No faltaban las carreras de caballos y
los bailes. Alejandro no se perdía nada. Jugaba a todo lo que podía. Imagino el
cambio que se produjo en él.
Como
he dicho menciona a varios personajes y lugares. Uno era un bar, sitio obligado
de reunión de los pocos parroquianos que habitaban el entonces el pequeño
villorrio. Nos cuenta como ellos se servían en el bar, como si fuese su casa.
Nombra
también a un Club. Un lugar de tiro al blanco. Dos hoteles (el de arriba y el
de abajo), según la ubicación (en la zona más alta o baja del pueblo). El de
arriba pertenecía a un chileno cuya mujer se entregaba por dinero.
Nombra
a tres negocios de Ramos Generales que abastecían a la comunidad. En aquella
época los comercios llamados almacenes contaban con una variedad de mercadería
y acopio, dadas las enormes distancias que lo separaban de los grandes centros
poblados. Casa Victoria, Casa Rabal, y Casa Gil. Uno de los bares pertenecía al
Hotel España y el otro a Lucero. Formaban también parte del lugar, una pensión
y varias casas particulares.
Según
mi hermano la propiedad que alquilaban era lugar de juego y refugio de
ladrones. Otras casas son señaladas arriba del cerro.
Hace
mención especial a las maestras de la escuela de Camarones. Imagino la vocación
de esas jóvenes chicas en semejante páramo.
En
uno de sus relatos Nos cuenta que en una de las estancias, en plena estepa
patagónica, vivió durante varios años Amalia. Fue enviada por el gobierno
nacional junto a un grupo de profesionales recién recibidas para la escuela de
Camarones.
En
la Estancia San Jorge le habían dado un
Zaino negro. Con el que ayudaba en las tareas de recoger hacienda lanar
en la temporada de esquilas. Cuando las ovejas sufrían el estrés de quedar sin
su vellón y los más pequeños perdían a sus madres. La maestra, debía recogerlas
a caballo.
Aquellas
maestritas hacían patria mientras el drama se preparaba muy cerca, en una lejana
e ignorada isla de los mares del sur del mundo.
Entre
otros temas señala el permanente olor a pescado que envolvía a todos, claro
ejemplo de una de las principales actividades del lugar.
En
cuanto a las gentes de ese tiempo es interesante la descripción y los nombres
que nos da: Don Lucero muy atento y servicial. El mismo que quise ver y me lo
impidieron. Otro personaje era el dueño del bar Victoria Julio Ivanovich, con
cuarenta años, buen jugador, casado con una bella esposa, con dos hijas mayores.
Mi
hermano narra la hospitalidad de los lugareños, casi perdidos en la inmensidad
de la estepa. Tan lejos de todo. Imagino importante dar esos nombres. Si bien
parecen no tener relación directa con la historia, están puestos de puño y
letra por mi hermano y son parte de las pruebas irrefutables que poseo y que
cualquiera podrá verificar.
Camarones
era el lugar donde convergían muchos de los peones de las grandes estancias del
sur.
Los
temporales brutales, cuando llegaba el invierno, son dignos de leerse. Él se
entretenía horas contando todo. Escribir y cocinar era casi todo lo que podía
hacer. Imagine a la Isla Leones: apenas tiene 2 por 2,80 kilómetros. En su
centro un galpón y el faro.
A
pesar de ello aún algunos pescadores, esporádicamente, se refugian todavía en
él. Los torreros de la Marina accedían a la isla cruzando el peligroso canal de
unos 1,38 kilómetros, en el precario bote. En el cual cargaban víveres para más
de un mes, equipos y el personal.
Era
normal quedar aislados semanas enteras mientras el viento a más de 130
kilómetros por hora barría la Isla si piedad. Ni un árbol, nada que frenara la
implacable fuerza de los elementos.
El
silbido insoportable del viento contra las rocas aturdía los sentidos, hasta
agotarlos. Luego la lluvia interminable y las nubes siempre negras o grises
cubrían el horizonte. Ocultando el espantoso castigo que día a día soportaba la
dotación militar. Las largas cartas tardaban a veces hasta dos meses en llegar
a destino.
Tejía
sus sueños, leía incansablemente y cocinaba para todos en una precaria cocina a
leña.
En
algunos cruces desde el continente a la isla, la navegación en el bote estuvo a
punto de hacerlos zozobrar. Olas de hasta cinco metros creaban paredes para que
aquellos pobres hombres no pudiesen llegar a destino.
Aterrorizado
Alejandro una vez casi salta del bote, claro que desconocía que caer al agua
implicaba una muerte segura por hipotermia.
Transcurrió
todo 1959 sin más novedades que el clima bravo, salpicado cada tanto por días
de poco viento, algo de sol y las fiestas en el pueblo.
Hacia
el segundo año comenzaron los hechos que desencadenaron finalmente el escape.
Cuando
los temporales impedían el reabastecimiento desde el continente, tomaba su
rémington y salían a cazar en aquel roquedal en pleno océano atlántico sur.
Desde
éste presente tan lejano lo veo en su escape, deambulando solo, perseguido y
desamparado en el inmenso desierto patagónico. Librado a su suerte. Buscando
alguna voz, una mano amiga. El calor de un fuego en tantos días solitarios.
La Casa-Faro
El
faro se conectaba con radio a Trelew, donde pasaban las novedades y el parte
del tiempo.
El
agua la obtenían de la lluvia. En la ladera oeste, por la cual se accede a las
construcciones, se construyó un muro de contención. Permitía juntar el agua que
corría por la ladera para canalizarla hacia los piletones.
Fuera
de la casa-faro se encuentran las cisternas de almacenamiento. Aún están allí.
En el interior las habitaciones no tienen contacto directo con el exterior. Hay
un primer anillo que circunda en su totalidad la casa para aislar las salas de
estar. Buena idea para soportar el extremo clima del lugar. Otro detalle es que
todo está construido en metal, placas remachadas como una embarcación. Ahora
vemos cómo ha soportado tanto tiempo.
En
el centro se encuentra un gran estar en el que se destaca la base de la torre.
Entre ese espacio central y el anillo exterior se encuentran las habitaciones
distribuidas en 360 grados. Cuenta con veintidós.
Como
dije aún perduran algunos de los objetos que la Dotación utilizara hace tantos
años. Recuerdos de un tiempo. Los pocos que logran llegar al lugar quizás
ignorarán que quienes usaron aquellas cosas tuvieron sueños, alegrías y
tragedias. Así es la vida.
En
el breve tiempo que permanecí absorto en el faro, los imaginarios fantasmas me
alcanzaron. La charla de aquellos hombres, el humo del tabaco en las espantosas
noches de invierno, una botella de licor compartida. La radio, único vínculo
con la civilización, desparramaba quedamente la música que llegaba entrecortada
del norte.
Afuera
todo se conjugaba para refugiarse junto al fuego. La lluvia, la dureza del
viento. Las olas enloquecidas castigando las rocas. Dentro del círculo de
acero, el breve calor de la madera encendida permitía entibiar un poco el alma.
El llamado a un
U-Boat
El Fin de la
Inocencia
Volvamos
al primer encuentro de Alejandro con los oficiales alemanes. Corría el mes de
febrero de 1960, desde la Isla, escribió otra carta a sus tías. Ya habían
cenado. Solo tres hombres ocupaban el faro. Los demás estaban en Camarones. Con
el temporal no podrían volver en varios días. Se encontraban aislados. Afuera
la tormenta arreciaba. La lluvia golpeaba con furor los gruesos vidrios que
protegían la luz en lo alto. Alejandro cumplía la guardia. Los destellos de los
rayos lo hipnotizaban. Extasiado intentaba ver más allá del abismo negro de la
noche.
Soñaba
con volver a su casa de Flores en Buenos Aires. Caminar por la Avenida
Rivadavia, entrar en algún cine. Ese sueño inalcanzable en lugar de
entristecerlo, le daba esperanzas. Imaginaba que la aventura terminaría y el
largo viaje en tren lo llevaría definitivamente a su mundo, lejos de la
soledad.
El
trueno estremecía la construcción imperturbable. Las olas a lo lejos estallaban
en un blanco furioso cada vez que el rayo las iluminaba. El viento alzaba su
grito ensordecedor en decenas de tonos. Aullaba, gemía y llegaba a su frenesí
en la explosión del trueno, para volver a empezar una y otra vez.
El
miraba la ametralladora sobre su trípode. La noche anterior había llegado hasta
la costa en busca de pulpos. Subió el bote varios metros con un malacate. Se
avecinaba la tormenta. Lo amarró fuertemente a dos gruesos hierros clavados en
la playa de cantos rodados. Entonces vio las luces desde la costa. Textualmente
dice en la carta “Anoche observé las
señales desde la costa. Desperté al Cabo y él mandó un radio a Trelew. Pues
aquí no hay gente en un radio de sesenta kilómetros a la redonda, Me dijo que
puede ser alguien que se comunica con algún submarino, por eso me mandaron
hacer la guardia en la torre. Domino con los binoculares un radio de 18
kilómetros. Que nos ataquen no hay peligro, ya que la única forma de acercarse
es por mar y los vería. Ya probé el arma, disparando algunos tiros sobre la
playa...”
Esa
carta fue escrita antes de cenar y llegó a Buenos Aires casi un mes después.
Nadie prestó atención al notable hecho que narraba.
Otra
carta fue despachada mucho más tarde, pero esta vez no la envió desde la
estafeta postal de Camarones. Fue mandada desde San Antonio Oeste.
En
una de sus estancias en Camarones conoció a una chica, Mabel, la hija de un
estanciero, viajaba cada tanto al norte. Así que aprovechó uno de sus viajes y
le pidió que la despachara desde allí. Así se lo cuenta a sus tías. En ese
momento se produce un cambio sustancial en su vida en la isla ya que comienza a
compartir la llegada de los submarinos.
Aquélla
monótona vida se vuelve repentinamente peligrosa. Sus jefes ven el riesgo que
Alejandro contara lo que allí pasaba. Tenía que fingir. Hacer como que no le
importaba. Debía aceptarlo todo. Temía que sus cartas fuesen interceptadas y
leídas, por eso le pide a su amiga que las envíe desde otro lugar. Había
comprendido en el peligroso juego en que se encontraba.
Carta desde la Isla
Leones, 5 de mayo de 1960
Querida Magda, Lolo,
Mariela y Enrique:
Les parecerá extraña
esta carta enviada desde San Antonio Oeste, le he pedido a Mabel (la chica de
la que les hablé) que la despache desde allí, viajará muy pronto. Han ocurrido
algunas cosas y temo que los oficiales la abran y la lean. De todas maneras seguiré enviándoles otras, cuando pueda, desde
Camarones para no despertar sospechas.
Recordarán que en la
última carta les conté de las luces que descubrí en la noche, las mismas
provenían desde tierra hacia el mar. En estos lugares desérticos no hay un alma.
Cuando di el aviso estaba presente el suboficial y el oficial. Se miraron de
una forma extraña. Hicieron silencio hasta que oficial dijo -esas señales deben
ser para uno de los submarinos. Esa noche no se dijo nada más, aunque se me
dieron orden de montar guardia en la torre.
Les conté de la gran
tormenta que disfruté, mientras la estufa a gasoil apenas lograba contener el
frió que pasaba a través de los cristales. Me había abrigado con la gruesa
campera que Mariela me mandara en la última encomienda. A pesar de estar
cansado y de mirar cada diez minutos hacia el exterior con los binoculares,
pude leer parte de la novela de Jack London “Colmillo Blanco”. El sueño
intentaba vencerme pero la jarra de café caliente sobre la estufa logró
mantenerme despierto.
Desde abajo se oía un
zumbido, mis dos superiores conversaban. A la altura en que me encontraba solo
escuchaba un rumor, de pronto, en el
preciso momento que salía de la novela, del lobo en la nieve, unas palabras se
hicieron totalmente claras
-Es imposible que
realicemos los contactos sin que el pibe los vea.
-Se lo vamos a decir.
-Sí, pero ¿Y si
después avisa?
-Sí, pero nada,
carajo. Es una orden y basta, ya veremos como arreglamos el tema. Un frío
corrió por mi espalda, algo pasaba y no sería nada bueno, sospecho que tiene
que ver con los submarinos. Ya les contaré, pero la próxima carta saldrá de
Camarones y no hablaré del tema, tengan paciencia. Más adelante Le pediré a
Mabel que la mande de otro lado.
Alejandro.
Carta desde la Isla
Leones, 10 de junio de 1960
Otra
carta enviada por su amiga Mabel, esta vez desde Comodoro Rivadavia, tiene
fecha del 10 de junio de 1960, aunque dadas las circunstancias las fechas son
relativas. Dice lo siguiente:
Querida Magda, Lolo,
Mariela y Enrique:
¡Pasaron tantas cosas
desde la última carta! Ustedes no lo creerán. He tomado algunas precauciones.
No puedo despachar inmediatamente cada carta. Debo esperar un viaje a Camarones
para los reabastecimientos, guardé muy bien la presente, por temor a que la
oficialidad la lea. Así en mis recorridas por isla para cazar liebres (son del
tamaño de perros chicos), con mi rémington al hombro, encontré una cueva, un
verdadero refugio natural, allí dejo lo que escribo. Mabel me hizo el favor de
enviarla, esa chica es un sol. Estuvimos hablando y la verdad….es que a este
marinero perdido tan lejos, le vendría muy bien una novia. Es la hija de Don
Braulio, un productor de lana de ovejas en la zona. ¡Buen partido para éste
porteño! A ella le gustaría vivir en Buenos Aires, ¡quién sabe! En una de
esas…pero aún falta para que me den la baja y regrese. Además si quisiéramos
formalizar un compromiso, yo debería tener trabajo. ¡Estoy cambiando!
Vamos a lo que está
pasando aquí. Al día siguiente de las señales vistas desde tierra, el suboficial
me llamó y me explicó que dos días después desembarcaría gente de un submarino
para tener una reunión con el oficial. Dijo que vendría de muy lejos, así que
le pregunté si de Puerto Belgrano o de Mar del Plata, se rió y me exigió
guardar silencio, que no debería abrir la boca a nadie nunca y así tendría yo
mis beneficios.
Un miércoles por la
mañana divisamos la silueta del submarino. De un bote de goma descendieron
cinco personas con extraños uniformes. Todos estábamos en la playa. A este y al
sur de la isla, mirando hacia el mar, se abre una pequeña bahía que no se ve
desde el continente. Si bien la profundidad permitía acercarse más, la nave
permaneció lejos. La embarcación estuvo al rato sobre la playa ¡no podía
creerlo! Marinos salidos del fondo del tiempo. El Capitán, tres marineros y un
Oficial formaban la comitiva. Traían una caja de metal. El Capitán llevaba una
campera de cuero con piel en el cuello. Me miró y pude ver en su pecho dos
medallas.
Se me dio orden de
alejarme, así que no pude entender lo que hablaban. No eran argentinos. Miraba
la silueta de la nave, los dos cañones antiaéreos sobre la torreta. Buscaba
saber la procedencia hasta que la imagen de una de las medallas abrió mi mente.
¡La Cruz de Hierro! Una de las condecoración más famosa Alemana ¡cuántas veces
la había visto en las ilustraciones de la Enciclopedia de la Segunda Guerra!
¡Alemanes! El
submarino es un viejo Lobo Gris Clase XXI, reconozco su forma y tamaño ¡Cuánto
he leído sobre esas máquinas!, ahora estaba allí a mi alcance, pero la guerra
terminó hace 15 años ¿Cómo es posible?
Esa maravilla fue una
de las últimas que produjeron. Gracias a sus poderosos motores eléctricos y su
casco, esos submarinos son capaces de sumergirse a 270 metros. Fueron los más
rápidos !16 nudos de velocidad! 76 metros de eslora, 23 torpedos y ¡la
increíble autonomía de 15.500 millas a 10 nudos!
Los alemanes y los
argentinos intercambiaron paquetes ¿serán regalos? Cargaron en el bote una
larga caja de madera que no había visto en el faro. Se saludaron y partieron.
Media hora más tarde no quedaban rastros de la nave.
El Oficial se me
acercó y dijo -¡ni una palabra!
Esa noche el
suboficial envió un radio extraño, una serie de claves y posiciones, no pude
entender claramente el mensaje. No era normal, nunca había ocurrido, es más me
han entrenado como radio operador y aquello carecía de sentido. Pude entender
solo unas letras, repetidas varias veces AZZ92.
Mis superiores
intercambiaron extrañas miradas, era evidente que esperaban mi reacción. Nada
dije. Traté de parecer indiferente.
Estoy preocupado, no
cuenten nada y esperaremos. La semana próxima hay fiesta en el pueblo, así que
saldremos de este encierro.
Un abrazo a todos y
díganle a Mario que me escriba ¿Dónde anda?
Alejandro
Carta desde la Isla
Leones, 14 de Julio 1960
Querida Magda, Lolo,
Mariela y Enrique:
Espero que hayan
recibido la última carta. El invierno se siente y me falta ropa, necesito
camisas de frisa, ropa de lana y una buena campera impermeable.
Hace una semana que
no podemos ir ni a la costa. El mar está terrible. Hay olas de varios metros,
que entran en todas direcciones.
Tuvimos fiesta en
Camarones. Fueron todos, incluso Mabel. Bailamos hasta agotarnos. Ella se fue y
seguimos en la casa que alquilamos. Se armó una timba hermosa. El suboficial me
regaló un montón de plata. Me dijo -anda a jugar, eres de los nuestros. Es
evidente que ocultan algo, pero yo no digo nada. Sus negocios tendrán. No me
explico donde se abastece el submarino, como llegó tan al sur. En fin veremos.
Antes que me olvide, mi superior me preguntó por qué no les escribía, sospecha
algo, así que les mando esta carta desde Camarones. He tenido cuidado así que
no hay riesgo ahora que la lean.
Manden la ropa un
beso a todos,
Alejandro, un
marinero solitario.
Carta desde la Isla
Leones, 17 de Agosto 1960
Querida Magda, Lolo, Mariela y Enrique:
Nuevamente esta carta
va por medio de Mabel que viajó a Madryn.
Otra vez el submarino
y los alemanes. En este desembarco bajó gran parte de la tripulación. Hicieron
noche en el faro. Trajeron comida y bebida, no entendí nada. El Capitán habla
separado de todos con mis compañeros. Juntos trasmitieron un radio, de nuevo esas
siglas AZZ92.
Se les nota el
cansancio de muchos días en el mar. A pesar del clima y el viento caminaron de
un lado a otro de la isla, hasta cazaron a un lobo marino. Tienen una edad
promedio de unos 40 años. Yo sigo siendo el pibe. Me invitaron cigarrillos,
para mi sorpresa no eran alemanes si no ¡norteamericanos! Al fin tabaco de
verdad, estoy cansado de fumar yerba mate.
Se llevaron tres
grandes cajas que trajimos de Camarones, creí que eran suministros para
nosotros. Yo no pregunto. Así que sigue el misterio, realmente no me importa,
que hagan lo que quieran, mientras me dan unos pesos, así este pobre soldadito
puede divertirse cada tanto en el pueblo.
Saludos y besos para
todos. Hace tiempo que no pregunto nada de tío Federico y su mujer, cariños
para ellos también. ¡Que Mario me escriba! ¿Qué le pasa que no es capaz de
mandar cuatro letras?
El Escape de la Isla
Leones
Esa
fue la última carta desde la isla. Tiempo después escribió otras espaciadas que
mandara a nuestro padre. En una de ellas relata sus últimas horas allí.
Llegaba
el momento que nunca imaginó, escaparse, lo que significaba ser desertor. No le
quedó alternativa. Una noche, después de la partida de uno de los submarinos,
el Oficial y Suboficial (Alejandro se había ido a dormir) tomaron demás,
alzaron la voz, él se despertó y los escuchó claramente
-El pibe sabe
demasiado y es peligroso
-Mañana hablaremos y tomaremos
una decisión.
Tenía
que huir. Cruzar el estrecho, llevarse el bote, remar él solo, siendo la
embarcación para diez personas. Acumular alimentos, ropa, un arma corta, para
poder cazar.
Pensó
que darían el aviso por radio y en pocas horas lo detendrían. Además Camarones
quedaba a sesenta kilómetros y allí todos lo conocían.
Tendría
que perderse en la estepa, alejarse no al norte, ya que seguramente lo
buscarían en camino a Buenos Aires Iría
hacia el sur, no por la ruta 3, quizás al oeste, hacia la cordillera.
El
invierno dificultaba todo más. Si se quedaba su vida no valdría nada.
Así
que esa noche, sumido en la desesperación urdió un plan. No dejó nada librado
al azar.
Por
la mañana el viento había amainado un poco.
Se
quedó solo en el faro por un par de horas. Estudió la carta náutica y el Libro
de Mareas. Era miércoles, el jueves la pleamar sería desde la siete de la
mañana. La marea correría a través del canal. Si salía desde la playa podría
aprovecharla y llegar quizás más fácilmente al continente, lo que facilitaría
la navegación.
Hizo
una lista rápida de las necesidades mínimas: a) Ropa b) Alimentos c) Una
pequeña tienda de campaña para protegerse de los vientos y la lluvia d) Mapas,
unos binoculares pequeños, una pínula que oficiaría de brújula y demás
elementos indispensables para soportar las inclemencias del clima en las
estepas sureñas.
Sacó
una pieza de la radio para que no pudiesen avisar enseguida. No tendrían el
bote, que quedaría en el continente. Los bloquearía, al menos por unos días.
Necesitaba tiempo.
Preparó
una mochila, con ropa, una bolsa de dormir, una pequeña lona marrón, para
acostarse o usarla para cubrirse y camuflarse. Tomó un arma, una luger y tres
cajas de municiones. Esa arma de 1908, la vi mucho tiempo después en la casa de
un tío. El Capitán de uno de los submarinos, en un segundo desembarco, se la
había regalado al Oficial. En las cachas le habían grabado el águila alemana y
una esvástica, seguramente en la Segunda Guerra. El arma es de 1907.
Llevar
la pistola empeoraría su situación, pero la necesitaría.
El
tema de la comida era complicado, las conservas en lata pesaban demasiado.
Eligió todo aquello que le proporcionaría muchas calorías.
Tomó
también un cabo de varios metros, un cuchillo de monte, varias cajas de fósforos,
protegidas del agua, linterna, algunas velas, un yesquero (para producir
chispas y prender fuego). Una radio Spica, pilas, papel, lapicera, analgésicos,
antibióticos, algunas vendas, azúcar, café, un jarro de acero, una ollita,
zapatillas, ropa y su par de botas.
Escondió
todo cerca de la costa y esperó al siguiente día. Se alimentó lo mejor que pudo
y se durmió rogando que no lo mataran.
En
la libreta que llevó cuenta que esa noche soñó que volvía a Buenos Aires y
denunciaba a sus superiores, lo condecoraban como un héroe y detenían al
submarino.
Aún
era de noche cuando despertó. Se colocó la campera, un gorro de lana y una bufanda. El viento
helado hizo que dudara, estuvo a punto de regresar y acostarse. En la costa
recuperó su mochila y un bolso con las provisiones, los puso en el bote junto a
un bidón con agua. Con un enorme esfuerzo logró que la embarcación flotara.
Allí descubrió que a lo largo del bote estaba el mástil, la botavara y la vela
junto a los cabos y jarcias. Seguramente el Oficial pensaba navegar en la
mañana. No lo dudó. En un tiempo record todo estaba listo. Subió al bote que
había puesto proa al viento. Movió la
caña del timón y dócilmente el pesado bote comenzó a moverse. La ruta sería
otra.
Comenzó
a soplaba un fuerte viento sur, tanto que mi hermano tomó una mano de rizo, es
decir acortó la vela para reducir la enorme fuerza que generaba el viento. El
bote igual escoraba casi 30 grados, por lo que debía derivar y volver a orzar
cuando las olas lo permitían. Ahora se dirigía al norte.
Hacia
las tres de la tarde pasaba Camarones, pero lejos de la costa. El viento seguía
claramente del sur.
Ató
la caña del timón en un momento en que las olas lo permitieron y logró comer y
beber. Antes del anochecer se encontraba a muchos kilómetros. La suerte lo
acompañaba. Si se hubiese bajado frente a la isla, apenas podría haber
recorrido quizás 20 kilómetros.
Ya
era de noche cuando enfiló a la costa y desembarcó. Lo supo después, había
pasado Trelew y estaba al sur de la península de Valdés ¡logró recorre más de
230 kilómetros! Toda una proeza por que la navegación no era toda en línea
recta.
Existen
algunas personas que a pesar de no tener práctica con la navegación a vela,
poseen la maravillosa e innata capacidad de navegar. Alejandro no solo logró
dominar el pesado bote. Hizo mucho más. Según narró, varias veces las olas
estuvieron a punto de voltear la precaria embarcación. Una mano en la driza de
la mayor, la otra en la caña del timón. El viento y una habilidad única lo
alejaron lo suficiente de la isla Leones, para que su rastro no fuese
encontrado.
La
suerte lo depositó en una pequeña caleta. Bajó todo y empezó a caminar, pero
volvió sobre sus pasos, hizo algo peligroso pero sencillamente inteligente.
Sacó su arma y disparó varias veces debajo de la línea de flotación. Los
disparos atravesaron el bote en ambas bandas. Se desvistió, subió a la
embarcación y la hizo navegar, amarró la caña del timón y se lanzó al agua.
Casi congelado llegó a la costa. El bote no tardó a hundirse. Nunca más lo
encontrarían, ni tampoco su rastro.
Repuesto
del frío y tras un buen trago de ginebra partió hacia la inmensa y solitaria
estepa patagónica. Ahora estaba solo y lo buscarían.
El
cansancio lo dominaba. Encontró una pequeña saliente rocosa, extendió la lona y
se durmió enseguida.
Por
la mañana, prendió fuego con unas maderas y desayunó. Según sus cálculos estaba
cerca de la Península de Valdés. No debería ingresar en ella. Caminaría hacia
el oeste, tratando de evitar los pueblos y las rutas. Buscaría una Estancia
para conseguir trabajo. Mientras tanto no enviaría cartas ni llamaría a sus
tías, ya que el hacerlo denunciaría su existencia y su paradero.
Luego
de varios días de búsqueda por mar y aire, la Marina finalizó la búsqueda. Es
notable que nada se dijo, ni siquiera a su familia. Un silencio hermético
cubrió la huida. Oficialmente se lo dio de baja, como a cualquier ciudadano que
termina normalmente el cumplimiento de su Servicio Militar. Su familia guardó
silencio.
Sus
tías habían leído las últimas cartas, por ello imaginaron que había escapado.
Simplemente esperaron con gran preocupación.
Como
la Marina desconocía las cartas que mi hermano hiciera enviar a su amiga Mabel,
no interpelaron a la familia. Si hubiesen sospechado algo, vaya a saber qué
hubiese pasado.
El conocimiento del
desembarco del Submarino Alemán
Aquí
tenemos un punto importante:
Uno
puede suponer que la oficialidad del faro trataba con los alemanes en forma
particular. Tal vez contrabandeando diversos elementos y que la Superioridad
desconocía totalmente esos sucesos, sin embargo no es así. Al más alto nivel se
ocultó la huida y deserción. Al darlo de baja no hubo una investigación, pero
durante cuatro días se lo rastreó intensamente. Esto surge de dos periódicos de
la zona. Mencionan escuetamente la búsqueda de un marino perdido en el
mar.
Estimo
que hubo muchos actores en esta tragedia. El o los submarinos trabajaron
apoyados sin duda por el poder político de turno. ¿Qué hacían en nuestras aguas
esas naves? ¿Cómo lograban mantenerlas y contar con repuestos, víveres,
combustible, etc.? No puede haber otra explicación que el suministro permanente
desde tierra y mar.
Es
evidente que quienes fuesen necesitarían una base en algún lugar.
Respecto
de otros submarinos, cuya llegada a la Argentina tenemos totalmente
documentada, el U530 y el U977 en Mar del Plata, en 1945, ocurrieron tiempo
después de terminada la II Guerra en Europa.
¿Cuántos
otros llegaron a nuestras aguas? ¿Cuánto tiempo estuvieron operativos? Son
preguntas inquietantes. Recordemos el reciente documento desclasificado, en que
las autoridades argentinas hacen específica mención a la navegación hacia
nuestras costas de varios submarinos en 1945.
El U530
El Acta de Rendición
y la gran recepción en Argentina
En
mis investigaciones, respecto de la información mencionada con lujos de
destalle por papá y mi hermano, encontré algunos documentos no relacionados
directamente con ellos pero sumamente sugestivos. Veamos la acogida que
tuvieron los marinos del U 530 en su rendición en Mar del Plata en julio de
1945.
“En Mar del Plata a
los diez días del mes de julio del año1945, por la presente y ante el
comandante de la División de Submarinos de la Armada Argentina, Capitán de
Fragata Julio C. Mallea, el comandante del submarino alemán U 530, Teniente de
Fragata Otto Wermuth, rinde incondicionalmente el buque a su mando y lo
correspondiente tripulación cuya lista se agrega al acta. El Teniente de
Fragata Wermuth declara que el submarino U 530 del que ha desembarcado toda su
tripulación, se encuentra en condiciones de seguridad, que a su bordo el único
explosivo existente es el de una cabeza de torpedo sin percutor y que no hay
ningún elemento o dispositivo previsto para hundir el buque o dañarlo total o
parcialmente. Este acto, con la lista del personal agregada, es redactado en
castellano y alemán, labrándose cuatro copias en cada idioma. El texto en
castellano es el único auténtico. Firman la presente acta el comandante alemán
y el comandante argentino actuantes.”
(*) "El
10.7.1945 arribamos a la Argentina. En la madrugada llegamos al puerto de Mar
del Plata. Todas las armas, torpedos, maquinarias y aparatos importantes fueron
destruidos y arrojados al agua. Los motores Diesel del sumergible fueron hechos
funcionar sin agua y sin aceite a fin dejarlos inservibles. Amarramos dentro de
la Base Naval Argentina. El capitán fue llevado al despacho del comandante.
Fuimos abordados por aproximadamente 30 marinos argentinos. Nos recibieron
calurosamente, nos abrazaron y nos regalaron cigarrillos. Antes de bajar de la
nave dimos un triple "hurra" a nuestro submarino. Luego nos
trasladaron al acorazado Belgrano. De inmediato nos dieron una excelente
comida, con abundante fruta tropical. Luego nos trasladaron a unas barracas. Nos
sentimos muy bien, teníamos buena comida y hasta de vez en cuando la banda de
música tocaba para nosotros en el comedor.
Tomaron nuestros
datos personales y entre otras visitas, recibimos la de funcionarios de las
embajadas británica y estadounidense y también de altos oficiales argentinos.
El tratamiento en la Base fue muy bueno. Pusieron a nuestra disposición todos
los implementas deportivos. Después de dos semanas de cuidados nos trasladaron
a Buenos Aires y de allí a una isla (Martín García). En ella permanecimos ocho
días. Los argentinos querían que nos quedáramos, pero ante las presiones de los
yanquis, tuvieron que deportarnos. Nos trasladaron al hotel de Inmigrantes en
Buenos Aires. Los oficiales encargados de nuestra vigilancia hacían compras para
nosotros. Por la noche bebíamos abundantemente y la comida era buena, con toda
clase de exquisiteces. Tuvimos que firmar cualquier cantidad de autógrafos e
intercambiamos infinidad de recuerdos. Teníamos que cantar continuamente, total
había bastante aceite para nuestras gargantas. Antes de trasladarnos al
aeropuerto nos sirvieron un suculento desayuno. Al arribar a la base aérea otra
vez un “sacrificio”: otra comida. Nos sacaron innumerables fotos acompañados
por la oficialidad argentina. Uno de los pilotos tenía dolores de cabeza, así
que una parte de la tripulación quedó un día más en la Base Aérea (donde nos
habían trasladado) Por la noche nos llevaron al cine. Nos dieron los lugares de
honor en compañía de los oficiales argentinos. Luego otra vez a comer, a beber
y a cantar. Lástima grande que tuvimos que abandonar ese hermoso país. Hubo una
gran despedida. El Comodoro de la Base dijo en su discurso de despedido que no
nos consideraban prisioneros de guerra, sino simplemente camaradas alemanes.
Luego se despidió uno por uno de nosotros, estrechándonos la mano. Mientras
tanto la banda de música tocaba: “Viejos camaradas”.
Apenas tenga la
posibilidad pienso volver a la Argentina. Tengo muchísimas direcciones e
invitaciones.
El traslado en avión
a los Estados Unidos tardó cuatro días, entre trámites y esperas. La estancia
allí fue buena, tanto el alojamiento, como la comida y el trabajo.
En barco nos
trasladaron a Bélgica y desde el puerto tuvimos que marchar con nuestras
mochilas al hombro infinidad de kilómetros hasta el campo de prisioneros.
El tratamiento por
parte de los belgas fue pésimo. Nos
trasladaron al campo número 2218. Tres días después nos llevaron al campo
número 22. Antes de llegar otros prisioneros de guerra nos gritaban que les
tiráramos los cigarrillos y otras pertenencias, ya que nos iban a quitar todo.
Realmente nos sacaron todo: relojes, ropa, cigarrillos, jabón, en fin todas
nuestras pertenencias. Tuvimos que dormir en carpas en el suelo con una manta,
pese al frío reinante. No se nos permitía hacer fuego. La comida era una
basura. Te puedes imaginar que los ingleses y belgas los tengo en el estómago
peor que si hubiera comido 10 kilos de jabón de fregar. Después de once semanas
de este miserable tratamiento en Bélgica sigo aquí. Soy el único que quedó. Al
resto de mis compañeros del submarino los trasladaron a Inglaterra”.
(*)
Traducción de una carta del año 1947escrita desde un campo de prisioneros de
guerra en Bélgica por uno de los tripulantes del U 530 dirigida a un familiar
en Alemania.
Alejandro y su
deambular por la Patagonia
Nunca
sabré que pensaba papá de su hijo abandonado a su suerte. Tampoco porque nunca
fue en su búsqueda.
Respecto
de su doble vida en el pueblo con su amante no lo culpo. Entiendo que en
aquella época no era sencillo blanquear una relación como la que mantuvo. A
cualquier hombre podría haberle pasado. Además el matrimonio con mi madre no
funcionaba bien. Ella hizo mucho por mi hermana y por mí, en aquellas épocas
difíciles. Sin embargo nunca sentí, ni en mi infancia ni adolescencia que nos
faltara algo. A diferencia de mi hermano crecí con un gran sentimiento de
fuerza interior. Ello ayudó a que la distancia entre mis padres no me afectara.
Vuelvo
a pensar en lo singular de la conducta de mi padre, que ante los hechos
extraordinarios que vivió, hiciera silencio. Sobre todo por haber convivido con
el hombre más odiado del planeta.
Ninguno
de nosotros supo con quién compartiera aquel tiempo. Al menos eso suponía. Tal
vez él pensara que nadie le creería, a pesar de la foto y un par de recuerdos
que el Anciano le obsequiara. Su relación sentimental con Frieda, adorada por
aquel viejo enfermo, pero aún lúcido y poderoso, traería finalmente
consecuencias que aún llegan hasta nuestros días.
Finalmente
mi hermano escapó de aquella prisión en la Patagonia. Casi congelado llegó a la
costa y se perdió durante años su paradero. Deambuló de estancia en estancia
como peón rural. Años más tarde, totalmente cambiado regresó a casa de sus
tías.
Como
dije papá no se preocupó demasiado por su hijo. Solo hizo varias llamadas a su
amigo militar, en el más alto nivel. Comprendió que estaría en algún lugar en
el sur del país. A su vez Alejandro no imaginó, tiempo después, las correrías
de nuestro padre y menos aún con quien se encontraba.
Que
huyera por causa de un submarino alemán y que papá, estuviese en un viejo
pueblo con quien fuese en otras épocas un ser poderoso me desconcierta. Como he
mencionado ambos hechos finalmente estuvieron relacionados.
Alejandro
se sabía perdido. Regresar a Buenos Aires significaría su fin, sería detenido y
acusado por desertor. Creyó que su familia correría un gran riego si lo
escondía. Quienes quieran que fuesen no permitirían nunca que él dijese la
verdad. Además no contaba con pruebas. Lo único que había intercambiado con uno
de los alemanes fue la medalla, que yo encontré en una de las cartas. (La
cambió por una pipa). ¿Pero que prueba era esa? Por más que lo pensaba solo le
quedaba el escape, dejar pasar el tiempo, esperar.
Mientras
caminaba hacia el oeste, mi hermano pensaba en los ideales que acuñara cuando
se afilió al Partido Comunista y fuera la causa de su castigo en la isla
Leones. A la precaria luz de una vela escribía incansablemente en su libreta.
Imaginaba
un mundo nuevo. Una luz que brillara sobre la inmundicia. Que la verdad llegara
como una tromba de agua dulce y fresca sobre las conciencias. Soñaba con la
posibilidad de un cambio tan enorme que los propios pilares de nuestro
“conocimiento” caerían hechos añicos. Comprender que lo aceptado durante
generaciones no era más que una sarta de inventos, elucubrados para mantener el
statu quo. Para que todo siguiera igual, así las masas de la población creerían
que se producían cambios. Que el ciudadano es respetado. Que hay valores. Si el
saber llegara, tal vez muchos seguirían su vida sin comprender lo inmenso del
nuevo mundo por crear. Otros abrazarían esa nueva esperanza como una
oportunidad única.
Cuando
todas las ideologías hubiesen desaparecido, allí brillaría ahora una antorcha
nueva, deseada, ansiada, como la palabra de un queridísimo profeta, largo
tiempo esperada.
Sí,
muchos no lo entenderían, pero el encantamiento ya se habría roto y muchos
caminarían el nuevo sendero. Sin velos, sin más mentiras. Sin dogmas.
Andando
con sus pocas pertenencias, ese segundo día, soñaba con eso. No era un
guerrero, solo un pobre muchacho asustado, que deambulaba en soledad en las
grandes estepas del sur.
Visto
ahora, desde la distancia, con el conocimiento de la tragedia de las utopías,
todo se ha vuelto gris. Con el fin de cada sueño, pienso con tristeza en la
naturaleza humana. En lo prodigioso de tanta estupidez de un ser al que se le
ha dado la maravilla de la mente Y sin embargo solo unos pocos han hecho añicos
el sueño colectivo.
La
sociedad igualitaria, con las mismas posibilidades para todos, se terminó un
día. Brutales guerras sangraron a los países ahora “libres”. Dejando abierto
solo un camino, el del puro capitalismo. Así en nuestro siglo XXI no solo los
países periféricos son los que sufren la pobreza sino los países más ricos
también.
Cierro
los ojos y veo a mi hermano caminando y caminando, mientras se acercaba la
segunda noche. Creyendo en sus sueños, en un mundo mejor, más humano.
Abro
cualquier diario leo hoy cifras escalofriantes. En Estados Unidos hay millones
de seres sin empleo, al igual que en Europa. Las clases medias caen y caen. Ya
no quedan sueños, ni siquiera esperanzas de mejorar. Así las tasas de suicidio
trepan en esos lugares. Y eso sin pensar en el drama del África, muchos de sus
países abandonados definitivamente a las hambrunas terminales y a las guerras
con armas fabricadas en occidente.
El
capitalismo ha creado éste horror social, un salvajismo nunca visto. ¿Sabe por
qué? por la falta de ética de las economías desarrolladas y también porque sus
reglas maximizan las desigualdades. Las economías trabajan así para el 1% de la
población mundial que tiene el 47% de la riqueza del planeta, sin impórtales
ningún costo. ¿Hay que acabar entonces con el capitalismo?, ¿Con la fuerza
individual que crea riquezas y nuevas tecnologías que mejoran, a veces la
calidad de vida?
Lo
que todo deberíamos hacer es comprender.
Los
mandatarios de los países que manejan la economía mundial, siempre son
designados por la expresión del poder financiero mundial.
Se
acercaba la segunda noche y Alejandro no encontrando refugio alguno. Armó su
pequeña tienda de campaña en lo más profundo del desierto. Aún contaba con
algunas velas. Encendió una. Afuera el viento corría en aquella soledad. Por un
instante se asomó y miró maravillado aquel cielo casi blanco de estrellas.
Calentó una de las latas de conserva bajo esa mínima pero fundamental llama y
cenó.
Antes
de dormirse escribió el registro del día (que luego utilizaría para enviar sus
cartas). Antes de cerrar los ojos pensó en el hombre. En un nuevo orden mundial
que lo libraría de las ataduras. Faltaba poco…
Luego
de cinco días de dura caminata, cruzó la Ruta ocho.
Cuando
sus provisiones se agotaban llegó a un camino que se bifurcaba, debía elegir.
En el de la derecha se marcaban claras huellas de carros. Otra vez la suerte
fue en su ayuda. A lo lejos una camioneta se acercaba, levantando grandes nubes
de polvo. El hombre al volante, tal vez desconcertado por ver a ese muchacho
parado en la nada, aminoró la marcha y se detuvo. Alejandro se acercó y el
conductor le preguntó a donde se dirigía.
-Estoy
buscando trabajo, señor –le dijo–. Tal vez su forma de expresarse, distinta a
la de los rudos hombres del lugar, le llamó la atención. Quizás su aspecto de
tremendo cansancio. Lo hizo subir y lo llevó a lo largo de la Ruta cuarenta.
Hablaron poco, ya que mi hermano agotado, no tardó en dormirse.
Hacia
el anochecer se despertó justo cuando la camioneta entraba en una tranquera. Le
preguntó al hombre donde se encontraba. En mi casa muchacho y hay trabajo, pero
primero a cenar y descansar, mañana hablaremos –le dijo–. Así terminó aquel
día.
Antes
de acostarse, en el galpón destinado a los peones, caminó hasta el aljibe a
lavarse. La luna inmensa asomaba desde el horizonte y comenzaba su carrera en
el cielo nocturno. Se sentó, por un breve instante, sobre un tronco. Un
cachorro se acostó junto a sus pies, entonces en ese mínimo momento, respiró
hondamente y se sintió por primera vez en mucho tiempo feliz. Atrás quedaban
meses de largos sufrimientos (a pesar de sus escapadas a Camarones y sus
juergas apañadas por los oficiales) Se alejaban los malos recuerdos. La lucha
contra la brutal e indiferente naturaleza. Sí, el viejo faro en aquella isla
perdida, en el remoto sur, ahora sería solo un recuerdo. El submarino, los
alemanes, el suboficial, todos. Se acostó y anotó estas impresiones. Su último
recuerdo fue para Mabel. Quién sabe si volvería a verla.
Se
despertó a las nueve de la mañana, mucho después que los peones.
A
las seis ya todos estaban en el campo en sus puestos. Se levantó rápidamente y
fue a la casa principal. Golpeó con temor. Don Eusebio Díaz abrió la puerta
sonriente.
-¡Muy bien el nuevo
peón ha descansado! Alejandro casi tartamudeando, sin saber que decir se excusó
-Lo siento, señor me
quedé dormido
-Ya veo, ya veo, ven
a desayunar y charlamos.
-No Señor. Voy a
trabajar ¿Qué hago?
-Ya habrá tiempo,
quiero que me cuentes sobre vos y ¡toda la verdad! Acá estarás seguro.
Mi
hermano al escuchar la palabra seguro se puso rígido, pero al mirar los ojos de
Don Eusebio comprendió al instante que aquel era un buen hombre y que no
correría peligro. Así que una vez que desayunara abrió su alma y contó todo.
Si
es verdad que los ojos son el espejo del alma, los de su nuevo patrón
irradiaban la luz de un ser amable y bondadoso.
El
hombre robusto, con un buen estómago, sostenido por una rastra llena de
monedas, con la cara bien colorada y gruesa nariz, manejaba la Estancia en
plena Patagonia. La cría de ovejas y la producción de lana abastecían a buena
parte del país.
Luego
de escuchar la larga historia de su nuevo empleado le dijo:
-Muchacho acá tienes
a un amigo, nadie sabrá nunca tu paradero, si no quieres. Hay que dejar pasar
el tiempo y luego se verá, pero a tu familia hay que escribirle. Estarán
terriblemente preocupados.
-Sí Señor. pero..
-Llámame Don Eusebio
-Está bien, pero si
envío una carta sabrán mi paradero.
-Es cierto, ¿qué
haremos?
Entonces recordó en un
instante de dolor a Mabel, ahora la extrañaba inmensamente.
-Tal vez cuando usted
viaje a algún lado podría enviar la carta, así no podrán rastrear la
procedencia.
-¡Muy bien! Eres
inteligente muchacho. Ahora ve a trabajar, recorre las instalaciones, algo
habrá que puedas hacer.
-¡Gracias, gracias,
gracias, Don Eusebio, haré todo lo que digan!
Así
pasaron varios días. Mi hermano trabajaba hasta el cansancio. Su patrón
maravillado no se cansaba de repetir una y otra vez al Capataz ¡es un excelente
muchacho!
Luego
de la primera semana todos lo apreciaban y cuidaban al “muchacho de la ciudad”.
Don
Eusebio comprendió que mi hermano, por más que se esforzara en comportarse como
un peón, nunca lo lograría. No podría pasar desapercibido. Sería peligroso si
algún peón contara, fuera de la Estancia, que allí había aparecido un muchacho
de la ciudad. Por ello inventó una buena historia y lo hizo pasar por su
sobrino. Claro que todos lo trataban con respeto y no le daban tareas pesadas.
Sin embargo él se enojaba y pedía el mismo trato que los demás.
Un
día el patrón lo llamó y le dijo
-Prepara la carta,
mañana salgo para el norte, así la despacho, no hay que esperar más –le dijo su patrón.
Como había hecho con Mabel, fueron llegándole a su familia, de distintos puntos,
cada vez que Don Eusebio viajaba. Pero no encontré esas cartas, se han perdido.
Allí
estuvo tres meses. Fue feliz a pesar de la lejanía, del trabajo y de no poder
regresar a su ciudad, a su casa, a su vida. Pero nada dura para siempre, ni es
eterno. En algún momento el final llega inexorablemente.
Un
día Don Eusebio llamó a mi hermano y lo invitó a cenar. Fue entonces cuando con
lágrimas en los ojos le dijo que corría peligro, que tendría que irse.
Le
habló de su hijo, casi de la misma edad que él, muerto al ser aplastado por un
tractor. Supo de la muerte de su mujer, en el parto de su segundo hijo.
Alejandro lo detuvo “Mi madre murió
cuando yo nací” –le dijo–. Ambos se abrazaron llorando y allí entendió que
lo quería como al hijo que había perdido.
-Ayer en el bar del
pueblo tres hombres preguntaron por un muchacho de Buenos Aires. Nadie dijo
nada, ni una palabra, por suerte. Tienes que irte antes que lleguen. Te llevaré
bien al norte, a cientos de kilómetros de aquí. No te encontrarán. No quiero
que te vayas…
-Es necesario, no voy
a ponerlo en riesgo, y no sé cómo agradecerle.
Esa
noche mi hermano estaba destrozado. Nuevamente debería estar solo y
desamparado, pero también por el dolor que le causaba a ese buen hombre que
tanto había hecho por él. Además cuando creía que ya lo habían olvidado, todo
empezaba de vuelta. Huir, huir, quién sabe a dónde.
A
la noche del siguiente día Don Eusebio despertó a Alejandro. La camioneta había
recorrido cientos de kilómetros.
-Llegamos –le dijo–. Su voz
reflejaba un infinito dolor. Se bajaron del vehículo. Estaban en una Estación
de Servicio. Un cartel anunciaba que alquilaban cuartos.
-Quédate esta noche
aquí y mañana bien temprano camina veinte kilómetros a través del campo, te vas
a encontrar con una ruta de tierra. A tres kilómetros de allí hay un puesto,
pregunta por Don Rosales y dile que yo te mando. Te dará trabajo. Cuando hayas
descansado bien, arma tu mochila, llévate todas las provisiones que puedas
cargar y ocúltate en los bosques no menos de un mes, te perderán el rastro.
Alejandro
lloraba en silencio. Se abrazaron sin decir palabra y Don Eusebio partió, con
su alma deshecha, hacia la noche.
Ahora
mi hermano, parado en la oscuridad volvió a sentir el peso insoportable del desamparo.
Esa
noche tremenda soñó con su cuarto, allá en la inaccesible Buenos Aires. ¿Dónde
estaba ahora Dios, dónde?
En
la mañana, luego de un buen desayuno regresó a su pieza y acomodó las pocas
pertenencias que tenía. Su ropa, la pequeña tienda de campaña, un nylon para
cubrirse de la lluvia, una frazada, su cuchillo y otras cosas que había traído
de la Isla, incluso el arma. De pronto un grueso rollo de papel rodó por el
piso. Asombrado lo levantó. Don Eusebio había escondido una pequeña fortuna. Junto
al dinero una breve carta decía “Querido muchacho cuida mucho este dinero, si
te lo hubiese ofrecido, sé que no lo hubieses aceptado. Voy a extrañarte,
cuídate mucho te quiere: Eusebio.”
Sentado
en la cama rompió a llorar. Aquel tierno viejo le daba no solo dinero (que
necesitaba), se llevaba lo mejor que un ser un humano puede pedir: cariño.
Aquí
sus notas se interrumpen, quizás por los lugares que tuvo que pasar, tal vez
por la vida a la intemperie, que le obligaba a vivir casi como un animal.
Más
tarde envía a nuestro padre, Mario, diversas cartas. No existió jamás
comunicación entre ambos.
Preguntando
yo (muchos años después) a nuestro tío Enrique si tenía noticias sobre aquella
época de mi hermano, si mi padre le comentara algo, jamás le dijo nada.
Aquellas cartas, aún después de tanto tiempo, amarillas y casi borradas, me
sumen en un estado de desesperación y congoja.
Las Cartas (*)
Querido Papá
Te escribo estas
palabras que quizás sean las últimas. Estos meses he pasado por grandes
privaciones. Nuevamente sin techo. He tenido que sobrevivir parte del invierno
a la intemperie. En uno de los pueblos que estuve solo un día, estaban
buscándome. Otra vez el miedo. Esa misma noche tomé mi mochila y huí.
Muchos kilómetros en
la inmensidad me alejaron de todo peligro. Encontré una cueva y allí permanecí
casi un mes. Ya no te reirás de mí. ¿Cuántas veces me dijiste “no sabes hacer
nada”? ¡He puesto trampas!, es tan sencillo. Cacé conejos y varias liebres.
Logré hacer un buen abrigo con las pieles, ¡casi me convertí en un indio!
¡Cómo deseo saber de
cada uno de ustedes! ¿Cómo están las tías? ¿Y Mariela? ¿Tu familia, Elsa,
Germán y Liliana? ¡Qué ganas de volver!
Te escribo con la
incertidumbre de no saber si recibirás ésta carta. Lo hago para no volverme loco.
¿Qué significa decirle algo al vació? ¿Cómo estar seguro que escuchas el ruego
de un ser abandonado a su escasa suerte? ¿Cómo saber del cariño si nunca
recibiré una respuesta?
Mi soledad es tenaz,
dura y la imagino como una terrible compañera.
En el silencio de la
noche, cuando el implacable viento golpea las rocas y agita los árboles con
rudeza, escucho las voces. Extraños sonidos que ningún habitante de Buenos
Aires supone siquiera que existan.
En los tristes días
de lluvia he deambulado, tapado con un plástico, por bosques inhabitados.
Absorbiendo hasta mi cerebro cada olor. El crujir de las ramas. El viento
acariciando las hojas trémulas. El paso de los pequeños animales.
Cada anochecer, en
que las sombras se extienden hasta la oscuridad absoluta, he sentido mi alma
plena y menos sola. ¿Es posible que mi familia no me busque? Mi mal ha sido la
ingenuidad. Tendrías que haberme sacado de aquel lugar miserable. Haberme
protegido. Quizás hayas tenido tus razones. Tal vez no imaginarás al tormento a
que me someterías y lo que es peor, la certeza del abandono absoluto.
El hombre no ha
nacido para la soledad, al menos yo. Deseo tanto verlos. Ansío desesperadamente
el contacto humano. Pero solo me queda esta vana ilusión que me escuchas. Como
si estuvieses a hora a mi lado.
Cada día pienso en mi
niñez en aquel caserón de Flores. Imagino a mi madre que nunca vi. Algunas
veces lejanos pájaros sobrevuelan las rocas. Pienso que ella quizás sea una de
esas aves y vea este pequeño y solitario punto,
perdido en la inmensidad de estas tierras solitarias pero también con
colonias de hombres perversos y brutales. Aunque para ser justo he encontrado seres nobles que me han dado su
ayuda.
Nunca podrás imaginar
el dolor inmenso que se siente no escuchar durante días y a veces meses una voz
humana. Duele en el centro del pecho. Sorda y calladamente mientras lloro en
silencio.
En estas últimas
palabras igual te digo con todo mi corazón que te quiero y lo seguiré sintiendo
aun cuando ya no sea nada para vos. ¿Qué me queda sino?
Termino contándote
que ahora veo una enorme águila, dando vueltas tan alto. Es la libertad lejos
de los hombres, fuera de todo.
Te quiere Alejandro.
PD Si aún vivo
enviare otra carta en unos meses.
Querido Papá
Hoy no voy a seguir
cargando mi desesperación sobre vos. Quizás todos paguemos las culpas y
entonces el destino inexorable te alcance y veas el mal causado a tu hijo. Si
no fuese así y solo quede el vacío del olvido, entonces nada importará. La
muerte fría, inexorable y silenciosa, nos habrá alcanzado a todos y el dolor infringido a los inocentes no tendrá
sanción alguna.
Ni castigos ni
redenciones, simplemente olvido. Si así es, tampoco existirá un dios y nada
habrá valido la pena, ni el sacrificio, ni la esperanza. Ni preguntas ni
respuestas. Y una eternidad vacua nos hará desaparecer.
Cuando ya el cuerpo
no exista y la última persona que me recuerde, me olvide, entonces habré
desaparecido para siempre. No lo sé, la esperanza de poder escapar de este
infierno, de esta persecución tenaz e inexorable, se va perdiendo.
He soñado a menudo
con la idea de un laberinto. Estoy adentro, intento encontrar no la salida si
no el interior. Corro, llego a una pared y vuelvo a desandar el camino. Así
pasan días y días sin encontrar el final de mi propio y único centro. Si allí
está el Minotauro, cual monstruo temible, aún puedo derrotarlo y salir. Si por
el contrario solo encuentro al Caos, entonces no tendré ya ninguna esperanza.
No, no voy a seguir
echando culpas, me queda poco papel, está oscureciendo y se acaba la vela.
Quiero contarte una
pequeña historia. En un lugar de nuestro ancho país encontré durante un mes
trabajo (ya te dije que no puedo describir ni lugar, ni nombres, ni fechas, eso
sería peligroso). Los últimos meses he tenido la dicha de poder trabajar para
satisfacer las necesidades mínimas. El invierno ha pasado y aumenté mi peso en
algunos kilos. Tengo nueva ropa y mi ánimo ha mejorado.
Conocí a un anciano
muy querido y respetado, en la estancia. Ya no cumple tarea alguna y se ocupa
de charlar con los peones. Por las noches nos reunimos casi todos, alrededor de
un fogón y asombrados lo escuchamos. Él nos incita a participar, a hacernos
preguntas. En un principio pensamos que estaba un poco desequilibrado. Por
respeto a sus años le prestamos atención. Con el transcurrir de las noches
comenzamos a comprender que aquel pequeño ser, casi centenario, era un regalo
para todos nosotros.
Algunos muchachos,
sencillos y con muy poca instrucción, se transformaron en hábiles pensadores.
Diría cuestionadores. Ese hombre nos enseñó algo maravilloso, aprendimos a
pensar. A comprender que la realidad, lo externo, todo aquello que creíamos
verdadero, solo es el resultado de los impulsos que nuestros sentidos nos
brindan. Así damos por cierto infinidad de temas que se nos imponen desde
afuera. ¿Por quienes? Aquí esta lo terrible, por quienes poseen el poder. En
forma metódica y sistemática preparan al individuo desde el nacimiento. Los
padres ya han sido domados, se encuentran adaptados. Así el hijo bebe de la
misma copa.
Una noche en que nos
quedáramos solos, el anciano me regaló
una charla que ya no olvidaré mientras viva. Recuerdo cada palabra.
El cielo inmensamente
blanco de estrellas casi nos deja sin aliento, tal fue su hermosura. Una mínima
brisa nos deleitaba. Luciérnagas, cientos de ellas, se prendían y apagaban,
solo para nosotros, entonces comenzó una maravillosa conversación. Aún la
recuerdo.
-¿Qué ves hijo?
-Veo la vida
-Bien y ¿qué más?
-Que estamos solos y
que todo esto es para nuestros ojos. Miles de otros seres están ahora en las
ciudades, durmiendo, caminando, esperando otra vez el amanecer.
-Exacto, ciegos. Sus
edificios y calles de cemento han ocultado tanto el horizonte que ya han
perdido la idea de su existencia. La asfixia de vidas irremediablemente
desperdiciadas.
-Sí, pero hoy el
hombre tiene acceso a innumerables elementos que le hacen la vida más sencilla.
-¿Sencilla? ¿Crees
acaso que la modernidad, la ciencia ha permitido una vida cómoda? Bien entonces
definamos que es comodidad. En primer lugar es indiscutible que para un grupo
de personas la vida diaria se ha facilitado en comparación con toda la historia
humana. Claro que solo para un grupo. Países desarrollados, democracias, etc.
¿Cómo lo lograron? Con técnicas y científicos. Recursos obtenidos gracias a la
explotación sistemática de las “Colonias”, a las guerras, etc. Así alcanzaron
el orden en sus comunidades.
Sus expertos
realizaron grandes avances que se tradujeron en comodidades para parte de sus
pueblos y en armas para sofocar a otros. Mientras tanto la otra mitad del mundo
se debate en una pobreza extrema. Seres sin ninguna posibilidad, que
precisamente no viven “cómodos” y solo les espera una larga agonía hasta su
muerte. Ahora los que viven “con
confort”, en los países desarrollados
¿son plenamente felices? ¿Están contentos con sus vidas, con sus
trabajos, con sus mujeres, con sus hijos? Viajas a tu trabajo en una ciudad
abarrotada de personas, tardas horas entre ida y vuelta. Tienes calefacción en
invierno, vacunas para no enfermar, medicamentos para prolongar la vida.
Elementos para no pensar y “divertirte”. Televisión, programas preparados para
ver solo una fracción de la realidad. Al otro día te levantas y sigues. Una y
otra vez recorres ese mismo e inmutable camino. Cada hora de tu vida hasta el
fin. Entre tanto alguna vez votas a tus políticos y “eliges” más días iguales,
más noches de insomnio.
En algún lugar del
planeta otros hombres y mujeres crean elementos tecnológicos, que la mayoría de
las veces no sirven para nada. Vas y los
compras, vuelves a tu trabajo. Vendes lo único que posees: tú fuerza de
trabajo. ¿Para qué? Para pagar lo indispensable para tu vida pero también para
adquirir todas aquellas porquerías que alguien te convenció que son imprescindibles. Te hacen creer que es el
único mundo posible. La verdad es otra, hay que alimentar al monstruo, el gran
mercado necesita que compres y compres. Entonces los que viven en los países
“desarrollados” ¿Son felices?
Mira Alejandro: aquel
punto es Venus, el de más allá es Saturno. Imagínate ahora que estas allí
mirando hacia la tierra ¿Qué verías?
-No te vería a vos
claro, ni a la Argentina, quizás solo un pequeño punto azul.
-¡Muy bien has leído
sobre el espacio! En ese pequeña planeta, han transcurrido unos 4500 millones
de años. La vida se formó hace ya mucho, pero la especie humana, de ese enorme
tiempo, solo hace dos que pisa el
planeta. Dos millones de años. La historia escrita tiene menos de diez mil
años. Los avances científicos impresionantes que vemos llegaron hace menos de
cincuenta años. En esa mínima esfera han pasado los sueños, alegrías y
tragedias de todo el género humano. La tierra se encuentra vagando sola en la
inmensidad del vacío y te aseguro que no hay otra donde ir.
En el principio,
cuando los hombres comenzaron a vivir en pequeñas aldeas, tomaban de la
naturaleza solo lo que necesitaban. Al no haber técnicas ni máquinas, dependía
de la fuerza de sus brazos. El sustento se conseguía solo con el trabajo físico. Por eso los hijos
significaban más brazos para trabajar. Luego domestica animales para compensar
su escasa fuerza física.
La agricultura cambia
la historia del hombre, con su desarrollo se acaba, para una parte de la
población, la incertidumbre y el hambre.
El equilibrio entre el hombre y el planeta se
mantuvo intacto hasta hace menos de sesenta años.
Mucho antes las
personas comenzaron a migrar a las ciudades, abandonado el campo. Así el
campesino se transforma en ciudadano, deja de trabajar la tierra, ahora compra
y vende.
Pero hay un paso
fundamental, el descubrimiento y uso a escala global del carbón y el petróleo
Con éste último se liberó el hombre de trabajar la tierra, otorgándole
comodidades como nunca había tenido (aunque no todos).
En solo sesenta años
la población mundial se triplicó.
Todo se acelera. Las
maquinas reemplazan al brazo. El equilibrio frágil y delgado con la naturaleza
se agrieta peligrosamente.
De miles de millones
de seres, la mitad vive en ciudades. Hubo que inventar los ascensores, eso
permitió crear edificios más y más altos, más lugares, más gentes, más y más
energía a producir. Se industrializa la tierra. Ya no importa en general el
clima, ni el tiempo
¿Sabías que un litro
de combustible genera el poder de cien manos trabajando veinticuatro horas?
Tractores, millones de ellos, abriendo las entrañas de la tierra, sacando,
acelerando el proceso. Se podría alimentar a casi todo el mundo, pero ¿Qué se
produce mayormente en los campos?
Alimentos para ganado. Complejas organizaciones, petróleo para los
camiones, para las fábricas, insumos inmensos para obtener carne. Ahora
necesitamos cien litros de aguan para obtener un kilo de papas., Cuatro litros
para obtener un kilo de carne. Cuatro litros para cosechar un solo kilo de
arroz. Cientos de millones de bocas esperan que el despilfarro de energía y
recursos les lleven alimentos.
El equilibrio se
deshizo en añicos, ¡la tierra por primera vez muestra su agobio! Más petróleo,
más energía, ya, ahora. La agricultura se ha vuelto petrolera.
El estilo de vida, la
supervivencia tal como está planteada depende del petróleo. Estamos amarrados a
una cadena, pero no olvides: en un futuro próximo el equilibrio entre el hombre
y la tierra será muy débil. Y ésta sin duda va intentar recuperarlo o morirá.
El derroche de
energía es de tal magnitud que es difícil entender. Hay ciudades que brillan
por las noches con tal intensidad que podrías verlas desde la luna.
Antes las distancias
separaban a los hombres, hoy en pocas horas se va de un continente a otro.
El movimiento de
mercaderías consume energía a un ritmo brutal. Imagina los barcos cargados
¿Necesitas una lata de arvejas? La traen
de las antípodas, nosotros que podemos producirlas. Eso es derroche.
¿Sabías Que ya hay
cientos de millones de vehículos? En setenta años los recursos mineros habrán
comenzado a agotarse.
¿Ves? Vivimos en el
gran negocio. El espejismo brilla con una intensidad que los grandes intereses
se ocupan de alimentar. Solo es ganar dinero. ¿Está mal ganarlo?, ¿Es malo
acaso vivir con comodidades? No, no es malo, pero si para tener facilidades hay
que arruinar el único lugar que tenemos, está mal. Esta Tierra, es única,
irrepetible y agotable. Nada vale la destrucción de la biodiversidad, de la
vida, de los animales, de los mares. No somos los dueños, no tenemos el derecho
de hipotecar el futuro de los que vendrán después. Esa es la paradoja
¿Desarrollo y bienestar a costa de enfermar el planeta? ¿O volvemos a la
carreta? ¡Todos quieren la naturaleza, pero nadie está dispuesto a ir a píe!
¿Estás todavía allá
lejos en el espacio profundo?
-Sí, ahora veo un
pequeño mundo azul maravilloso y único, ahora todo esto me aterra.
-El miedo paraliza,
solo tienes tu voz, quizás puedas enseñárselo a otros…te queda una pequeña y
dulce esperanza. No hay ideologías, lo único que realmente importa es la
comprensión, el saber. Entender significa libertad, pero también dolor. Muchos
darán vuelta la cara, se reirán al escucharte, no les importará.
Me oíste, esta noche.
Estas aquí, haciendo cálculos, pensando quizás en quien te ha engañado hasta
ahora.
Entender es un camino
sinuoso, áspero. Tendrás dudas, sufrirás, quizás seas ridiculizado por otros
hombres, y en un punto te volverás peligroso, deberás tener cuidado.
-Gracias.
-No me agradezcas,
veo en tus ojos que ya eres uno de esos hombres. ¡No digas nada! No voy a
preguntarte. Intuyo mucho dolor. Sigue tu camino. Es duro decirte esto ¡no
confíes en nadie!
Así terminó aquella
noche bajo esas estrellas inmensas, iluminando nuestras almas. Ese anciano me
dio una felicidad que no había tenido en mucho tiempo. Sí, a pesar de la dura
realidad he empezado a pensar, es maravilloso.
En la mañana fuimos
al pueblo, la suerte me sigue acompañando, no bajé del camión y pude ocultarme.
Tres hombres me buscaban. Otra vez a correr por los campos, dormir bajo la
lluvia, las estrellas o el viento. Nuevamente la tristeza de la soledad, la
incertidumbre de días vacíos. Escapar siempre hacia otros horizontes.
No sé cuándo volveré
a escribir, te mando todo mi cariño”
Alejandro
La vuelta a Buenos
Aires
Judith
Pasaron
años y un día regresó temeroso a Buenos Aires. Era otra persona.
Harto
de la soledad, del implacable sur, golpeó un día la puerta de la casa de sus
tías y se instaló en su pieza.
El
tiempo le había quitado la candidez de la adolescencia. Ahora era un hombre
taciturno y callado, aunque tratara de mostrar otra personalidad.
En
un principio nadie lo molestó, quizás porque aquellos que años atrás lo
buscaran ya habrían muerto. Eso es lo que él suponía.
Poco
tiempo después de su regreso, abrió un negocio en la calle Nazca, en Buenos
Aires, una sandwichería. Empezó a ganar dinero, no mucho, pero suficiente.
Él
solía pasar parte del día en un bar de la esquina, dejando a sus empleados a
cargo del negocio. Seguramente se sentía un “gran patrón”.
A
una calle se encontraba una pensión que alojaba a extranjeros. Un día entró al
bar una chica alta, muy linda. Se miraron, la invitó a tomar un café.
Judith,
de largos cabellos casi blancos, siempre abría esos grandes ojos, que mostraban
una profunda tristeza y un alma atormentada. Era húngara.
Había
vivido los últimos horrores de la guerra siendo niña. Junto a su hermana fue
abandonada en un orfanato. Posteriormente su padre las encuentra y viajan a la
Argentina. Cómo llegaron no lo sé. Mi hermana Liliana estuvo a su lado,
aconsejándola. Muchos días le hacía compañía y trataba de mostrarle que alguien
se ocupaba de ella, que le importaba. Había comprendido la enorme soledad que
ese ser desprotegido irradiaba. Tristeza que Alejandro no sería capaz de
desterrar.
Llevó
a su nueva mujer a la casa de sus tías. Una pequeña habitación fue todo lo que
le ofrecieron. La maltrataron. Nunca la consideraron una más. Así, aquel
desdichado ser, rodeado de personas indiferentes, se hundía en un pozo sin fin.
La
existencia de Judith siempre fue un enigma. Perdida en un país absolutamente
distinto al suyo, se casó con mi hermano habiéndose conocido solo unas semanas
antes.
Recuerdo
sus ojos cansados, su andar lento, arrastrando sus pequeños pies.
En la celebración familiar y casi patética de
aquella unión, pude observarla minuciosamente. ¿Cómo puede ahora llegarme cada
sensación, cada imagen, con la perfección de una fotografía, después de tanto
tiempo? Sus manos temblaban en forma permanente. Se las frotaba. Me llamó la
atención que mirara permanentemente a la puerta.
Su
andar lento y agobiado, su boca ancha y levemente caída, impregnó la reunión
con una sutil y casi imperceptible tristeza. Tal vez presagiando su suicidio,
poco tiempo después.
Alejandro
no daba señales de estar feliz. Más bien parecía contrariado. Como sea ahora
tenía una mujer. Ya había dejado de ser un chico grande cuidado por unas viejas
tías.
Algunos
pocos y aislados comentarios me permitieron conocer algo de su historia. La
soledad de largos años en un orfanato, junto a su hermana, debe haber sido extraordinariamente
dura. Su niñez se pierde en un mundo en guerra. No imagino como pudo sobrevivir
al holocausto. Durante tres terribles años, aquella niña llenó muchas veces sus pulmones con aquel olor
aceitoso de la muerte.
Las
altas chimeneas del campo oscurecían una y otra vez los cielos. El viento
llevaba el humo gris hasta el orfanato. Luego el frío implacable, el hambre y
la soledad aplacaron todo deseo de vida.
Llegó
a Buenos Aires permaneciendo en una pensión, en la zona del Barrio de Constitución,
luego en otra del Barrio de Flores.
Una
vez que conoció a Alejandro se encaminó directamente a su final.
A
su llegada a la Argentina contaba con treinta años. Ella se le acercó en el
bar, enseguida mi hermano se dejó fascinar por su acento. Él, tímido y retraído
creyó encontrar en aquella mujer, su otra parte. Sin embargo el dolor, cuando
ella se suicidó, lo perseguiría un largo tiempo.
Otra
vez me asalta la frágil imagen de Judith. Creí durante todo este tiempo que
ella se unió a él para soportar un poco mejor la vida. Como si un perro
abandonado en otra ciudad recorriera calles y calles sin volver a encontrar el
olor de su dueño.
Cuando
ya no hay respuestas ni futuro, y ni siquiera la fútil e inútil esperanza en un
más allá, entonces te encuentras en el infierno, hasta el fin de los días.
Judith
fue obligada a arrancarle la verdad a su esposo, la cual desconocía. Supo que
vendrían por ella y luego por él.
En
la necesidad de encontrar a nuestra perdida hermana Ana, recurren a Judith. Una
pobre inmigrante. Así la obligan a sacarle información a Alejandro.
Un
día fue abordada por varios hombres, muy cerca de su casa. La obligaron a subir
a un auto. La encapucharon y la trasladaron a una casona no lejos de allí. Le
preguntaron por la hermana de Alejandro. Fue amenazada y llegaron a darle un
par de golpes. -No lo sé, no lo sé –gritaba ella. Uno de los hombres vociferaba
-¡No te hagas la estúpida! ¿Dónde está la otra hermana de tu marido? Tuvo un
ataque y perdió el conocimiento. La reanimaron comprendiendo que desconocía
aquel nombre y su paradero. Así que le exigieron que le sacara la información a
su esposo. Ellos la vigilaban constantemente. Si no cumplía sería deportada.
Sencillamente
estaba enamorada profundamente de mi hermano. Sabiendo que tarde o temprano la
buscarían, que le quitarían a su amor (que a pesar de todo era lo único que la
vida le había dado) se suicida.
Durante
un tiempo no entendí por qué la buscaron a ella y no a él. Más tarde comprendí
la razón: debían ser prudentes. Nuestro padre conservaba sus relaciones en las
altas cúpulas militares. Los que querían a Ana, nuestra hermana (yo aún
desconocía su existencia) tenían que trabajar en las sombras. Un escándalo
podría llevar a perder toda la operación, por ello decidieron esperar el momento
oportuno.
Cuando
Judith murió mi hermano, en un frenesí de desesperación destruyó todo lo que se
encontraba en su habitación. Gritando y maldiciendo una y mil veces a Dios por
su suerte.
Saltó
del respaldo de la cama matrimonial, una carta arrugada. Una mueca gigantesca
del destino. En esa despedida final su mujer le explica sobre las personas que
la retuvieron. Y le pregunta -¿Quién es Ana?, nunca, nunca lo sabré. Le dice
que ellos dos no tenían futuro, pero que llegó amarlo intensamente. Por primera
vez en su penosa vida sintió el calor y la ternura de un buen hombre. Le pide
perdón y que no sufra por ella. Finalmente. En las últimas palabras de su vida
escribe: Gracias amor por los días que me diste.
Así
pasó Alejandro aquella época. Nunca pudo entender el proceder de aquel ser
amado. La única persona que quizás en algún momento le devolvió una mirada de
ternura. Sin embargo ésta vivencia extrema tendría consecuencias futuras para
él. Fue la primera vez que escuchó el nombre mágico: Ana.
El
paradero de nuestra desconocida hermana sigue siendo la clave.
Olga
Mi
hermano contrataba gente para su negocio, que crecía. Ingresó otra mujer, Olga,
que no tardó en buscar a Alejandro, incluso ante la cara de Judith, que sufría
incalculablemente.
Once
meses duraría su matrimonio. Judith muere por una sobredosis de barbitúricos.
Rápidamente Olga contrae matrimonio con mi hermano.
Si
bien no estuve a su lado, no puedo entender la ambigüedad entre el dolor de la
pérdida de Judith y su rápido casamiento. Pero así es el alma humana, oscura,
profunda e incierta.
Quien
sabe que pasaría en ese tiempo por la mente de mi hermano.
Su
nueva esposa en poco tiempo se hizo dueña del negocio y posteriormente de la
casona de Flores y de casi todos los bienes de las tías (que menos una ya
habían muerto) En tanto Alejandro, lejos de toda capacidad de reacción seguía
su vida. Pero algo se estaba gestando dentro de él.
Mi
hermano y Olga (que no podían tener hijos) buscaron en el norte del país a un
chico y lo adoptaron. Sacándolo de la miseria de un rancho paupérrimo. Ya
hombre ese hijo mostrará su verdadera naturaleza convirtiéndose en un ser
despreciable. Cuando solo quedaba una de las tías vivas: Mariela, se adueña de
lo que quedaba de la fortuna y deja a su tía (que había hecho todo por él) en
la miseria y el abandono.
El
destino (aunque no creo en él) o la sucesión de casualidades fueron tejiendo la
telaraña en que distintos seres cayeron. Mi padre deambulando en su trabajo,
lejos de casa, enamorándose perdidamente de una maravillosa alemana.
Acompañando en sus últimos días a un ser que influyera absolutamente en parte
del siglo XX. Una persona frágil y pérdida como mi hermano. Judith atormentada
por su pasado y cómplice involuntaria del peor poder político. Olga y su hijo
seres despreciables, ajenos a lo que ocurría y por último Ana, la joya de la
civilización. Buscada hasta el cansancio para arrancarle su secreto.
Ana
Alejandro
tal vez intentando olvidar el pasado guardó en su mente el nombre que Judith
mencionara. No imaginó en ese momento que Ana era su hermana. Un día la
buscaría en el enorme sur.
Todavía
hoy no imagino lo que puede significar que se llegara a conocer su existencia y
paradero, ni las consecuencias inmensas que podrían acarrearle a gran parte de
la humanidad.
Por
un tiempo mi hermano sencillamente siguió su vida. Nadie volvió a molestarlo.
Quizás la operación de búsqueda se cerró provisoriamente.
Años
después (y sin que Olga lo supiese) Alejandro viajó al sur a intentar
encontrara a nuestra hermanastra. Inventó un viaje al campo para tratar la
compra de unos porcinos.
Durante bastante tiempo intenté develar el misterio.
¿Cómo supo mi hermano que Ana era su hermana? Es evidente que Judith lo alertó.
Sus captores mencionaron el nombre. Es obvio que él interpelo a nuestro padre
(tiempo después) Papá sabía de la existencia de esa hija (que nunca conoció) y
le dio la información a su hijo. Estoy seguro que solo accedió a confesar la
existencia de Ana. No le dijo nada más. Ni su extraordinario poder. Y mucho
menos con quien, él, había compartido aquellos años.
Si
bien mi hermano conocía al dedillo el sur argentino encontrarla no sería
sencillo, por la simple razón que ella vivía oculta al mundo.
Cuando
partió en su búsqueda contaba con la información de la zona donde ella
probablemente estuviese. De todas formas el territorio era muy amplio. Ubicarla
sería casi un milagro. Pero tuvo suerte.
Por
esa época comentó que lo seguían. Entraba a un bar y alguien lo miraba. Al
salir caminaba, a veces cuadras y cuadras y creía ver a extraños personajes. En
ese tiempo, realizó el último viaje al sur, en una búsqueda que acabaría con su
vida. Deambuló por incontables pueblos, buscando a su hermana Ana. Corría con
una ventaja: conocía la mayoría de los parajes, estancias, caminos y gentes.
En
un pequeño pueblo, a orillas de la cordillera, encontró finalmente su rastro.
Una
mañana cargó su mochila y siguiendo una huella subió por la ladera de una
montaña. Los pinos le cerraban a veces el precario camino. En un lugar equivocó
el paso y se vio obligado a trepar grandes rocas.
Hacia
el atardecer, exhausto estaba por darse por vencido, entonces la luz de la
cabaña, como un maravilloso faro, surgió entre la foresta. Había alcanzado la
cima de la montaña. Con temor llamó a la puerta de aquella vivienda aislada del
mundo. La noche había llegado. Una figura celestial abrió la gruesa puerta. Ana,
mucho más alta que él estaba en la penumbra. El fuego del hogar recortaba su
figura imponente. Tartamudeando por los nervios, simplemente le dijo -soy
Alejandro tu hermano. Ella sin decir palabra lo llevó hasta la chimenea y puso
en sus manos una taza de chocolate caliente. Allí sentados frente a frente se
miraron largo rato.
Ella
reconoció en las facciones de mi hermano a nuestro padre. La miraba fascinado.
La representación viva de un ser de otro mundo estaba allí, en un bosque
perdido en la cima de una montaña. Ana se acercó y se abrazaron.
Alejandro
cuenta que le llamó la atención que fuese tan joven. En esa época ella tendría
unos veinte años, pero parecía una adolescente.
Le
preguntó si vivía sola. Ella asintió. Se levantó y tomó un retrato de papá.
-Nunca lo conocí. ¡Cuéntame, cuéntamelo todo!, mi madre me ha dicho tan pocas
cosas de él.
Aquella
noche maravillosa, esas dos almas se conocieron profundamente. Mi hermano
instintivamente comprendió que aquella nueva hermana suya, ese ser excepcional
corría riesgos similares a los de él. Aunque desconocía gran parte de la
historia.
Abrió
su alma, como antes lo había hecho con su patrón Don Braulio. La voz se le
entrecortaba por la emoción. Ana tomaba sus manos y lo miraba a los ojos,
rogándole que siguiera. Como impulsado nuevamente por aquella música convertida
en palabras continuaba el relato de su vida. Así llegó a aquel momento ¡Te
busque tanto! He pasado buena parte de mi vida huyendo. Creí que podrías tener
la respuesta. La razón por la que me persiguen –le dijo–. Ella se levantó y lo
abrazó. -Sabrás la verdad, pero antes cenaremos. Puedes lavarte y ponerte
cómodo. Mientras prepararé la comida.
Alejandro
recorría maravillado aquel estar en la cima de la montaña. Una gran sala
central con varios sillones frente a una gran chimenea que invitaban a sentarse
y mirar el fuego.
De
la sala principal se abrían cuatro más angostas. Todas repletas de libros en
sus paredes. Cientos de objetos y fotos llenaban varios estantes. En varios
portarretratos papá lo miraba desde el fondo de aquellas fotografías en blanco
y negro. Una mujer aún más alta que él lo abrazaba sonriendo. La madre de Ana
era tan hermosa e imponente como ella. Junto a ambos un hombre más bajo, un
anciano los abrazaba. El viejo se encontraba en muchas otras imágenes.
Tomó
una jarra de cerveza en sus manos. De fino cristal biselado con una tapa de
acero. Intentó leer la extraña inscripción en alemán pero no pudo. Ella se
acercó detrás de él, tomó la copa en sus manos y leyó: “Meinem Verehrten Kolonnenfuhere Weihnacheten 1916 Nowac Wachtmeister
Significa: A nuestro estimado Conductor de Patrulla, Navidad de 1916 en la
ciudad de Nowac. Es una jarra del ejército alemán de la Primera Guerra. Un
obsequio de navidad para un oficial muy estimado”. Él le preguntó si
hablaba alemán. Ella sonriente le dijo que sí, aparte de inglés, español,
italiano, francés y algo de danés. Mi hermano quedo perplejo.
Le
preguntó por tantos libros. “Los he leído
casi todos. Pronto viajaré a buscar otros” –le dijo–. ¿Quién era aquella
extraordinaria mujer que llevaba su sangre? ¿Cómo sobrevivía allí tan sola, tan
lejos y tan joven? ¿Quién habría construido esa hermosa cabaña? Miles de
preguntas se agolpaban en su mente.
En
poco tiempo un aroma encantador inundó el estar. Ana colocó la loza en la mesa,
los vasos, cubiertos y demás sobre un exquisito mantel. Una cesta de mimbre con
pan aún tibio y manteca. Alejandro hambriento no pudo aguantar y llenó un pan
con manteca y azúcar. Ana lo miraba sonriendo. Se disculpó Tengo hambre –le
dijo–.
Ella
se sentó junto al piano y comenzó a tocar. Él no entendiendo cómo lo habrían
subido, se dejó caer en un sillón.
Movía
sus dedos largos como si fuesen mariposas. Apenas tocaban las teclas. Una
melodía maravillosa condujo a mi hermano a lejanos lugares. Cerró los ojos
sintiéndose transportado, levitando sobre inmensos jardines. La música ahora lo
depositaba sobre una hierba furiosamente verde. Ana corría hacia él. A su lado
Mario, nuestro padre, los abrazaba. Su madre Noemí le sonreía. La melodía
trepaba hasta un cielo impecablemente azul. Negras nubes lo cubrieron y comenzó
a llover. Primero lentamente, luego intensamente. La cortina de agua al tocar
la tierra creaba un sinfín de exquisitos perfumes. El aguacero cesó
repentinamente y el atardecer trajo un sol perfectamente rojo, ocultándose
detrás del bosque.
Cuando
la última tecla dejó escapar un largo y perfecto suspiro mi hermano reconoció a
Judith que sonriendo se acercaba a él. La magia finalizó súbitamente. Abrió los
ojos maravillado. Simplemente balbuceó -Mi madre también tocaba el piano. -Ya
lo sé, nuestro padre se lo contó a mi madre. Ven, vamos a cenar -le dijo ella.
El
fuego creaba sombras en los vidrios. Afuera la noche inmensa los protegía en lo
profundo de la naturaleza. Al menos en aquella noche fantástica nadie podría
hacerles daño.
Ella
le contó mucho pero no todo. Sabía que su hermano ya estaba en peligro y si
toda la verdad fuese dicha podría ser peor. Le habló sobre el tiempo en que
papá y su madre estuvieron juntos. De su nacimiento en Bariloche.
Ella
y su madre también corrieron muchos peligros.
Acosadas
se refugiaron en un pequeño pueblo de Chubut llamado San Martín. Allí pasaron
desapercibidas.
Sabiendo
que tarde o temprano las encontrarían, Frida, su madre, regresó a Alemania, a
su pueblo natal. Ella decidió aislarse del mundo en ese lugar.
Contaban
con recursos económicos que le dejara un viejo alemán, a quien su madre cuidara
largo tiempo.
Hizo
construir la cabaña. Vivía cómoda con sus libros y su música. Solo una vez al
mes, a veces cada dos, baja a los pueblos.
Alrededor
de la montaña se encontraban pequeñas poblaciones, a la que llegaba por
diversos caminos. Así podían pasar meses en repetir el mismo pueblo. Por ahora
se encontraba segura.
Me
permito brevemente contar sobre la madre de Alejandro Noemí, mi madre Elsa y
papá. Noemí había invitado a sus amigas a una reunión. En ella presentaría a su
novio. Así una tarde, ante los presentes, tocaba el piano. Allí estaba el que
sería nuestro padre, cantando a vos en cuello un área de Opera, (tenía una
excelente voz). Cuando todos los invitados se retiraron, le pregunta a una
amiga -¿Qué te parece mi novio? -Ese hombre no es para vos, es poca cosa –le
dijo–. La amiga sería luego mi madre Elsa. Al poco tiempo Noemí y papá se casaron y ella se embarazó.
Muere en el parto y Alejandro sobrevive. Pasaron unos años y nuestro padre se
encuentra con mi madre. Se casan. ¡Qué paradoja! Allí estaba la amiga de Noemí
casándose con quien “era poca cosa”. Extraños son los caminos de la vida. Esa
mañana de lluvia, la que sería mi madre, salía del subte y mi futuro padre
entraba. Si cualquier hecho de aquel día hubiese sido solo un poco diferente,
yo no estaría ahora escribiendo estas líneas.
Ana
ocultó lo que era y su extraordinario secreto oculto en su sangre. Simplemente
le dijo que aquel viejo alemán, que su madre cuidara, había sido un líder
durante la Segunda Guerra mundial. Que esa era la causa por la cual la
buscaban. Sin embargo no le dio un nombre. Fue elíptica. Al enterarse de las
penurias sufridas por su hermano omitió lo más importante. Era mejor que
desconociera aquel secreto. Saberlo podría significar condenarlo a muerte. Si
en algún momento lo apresaran él no podría contar lo que desconocía.
Ella
volvió a tocar una suave melodía. Alejandro agotado por el cansancio y las
emociones del día, se durmió frente al fuego. Con infinita delicadeza lo cubrió
con una manta.
Aquel
ser que recién conocía y que llevaba parte de su sangre estaba llegando al
final de un largo camino. Intuía que aún le restaba sufrir la última parte de
su vida. Deseaba que se quedara para siempre con ella, cuidarlo pero era
imposible.
Por
la mañana desayunaron. El profundo aroma del café se mezclaba con el olor de la
leña. El pan, la manteca y la miel llenaron de gozo a Alejandro. En aquel breve
tiempo se sintió feliz y libre. Recordó de pronto a Don Eusebio, aquel patrón
bondadoso que lo cobijara en la estancia. Su alma se liberó por un tiempo de la
opresión y el temor. Sentía a Ana como un magnífico ser al que amaba y a quien
no quería dejar.
Antes
de las diez de la mañana estuvo listo. Tomó su mochila. Con los ojos llenos de
lágrimas le dijo a Ana “es hora”. Ella puso otra mochila en su espalda y
sorprendió a su hermano “Te acompañaré
hasta el pueblo, pero tomaremos otro camino. Hay que ser prudentes”. Él no
podía ocultar su alegría. Al menos estarían algunas horas más juntos.
El
día era extremadamente frío. Le dijo que estaba desabrigada, cuando el sol
bajara, en el regreso se helaría. Ella sonrió “No te hagas problema, las bajas temperaturas no me afectan” –le
dijo–.
Ella
cerró la cabaña. Emitió un extraño silbido. Del bosque en silencio surgió una
sombra furtiva. El hermoso y enorme animal, totalmente negro, se frotó contra
las piernas de Ana. “¡Qué perro enorme!”
Ella riendo agregó “No es un perro y te
ha seguido todo el camino. Como ves no será sencillo acercarse a mí. Se llama
Nigerman, es extraordinariamente inteligente. Prácticamente hablamos, aunque
sin palabras, las miradas o un gesto bastan. Puede matar fácilmente a un
hombre. Un ser de ese tamaño podría arrancarte la garganta de una sola mordida”.
Alejandro se alejó del animal. Ana le dijo: “No
le temas sabe quién eres”.
Así
comenzó el regreso por otro camino. Mi hermano se cansó rápidamente. Ana y el
animal daban grandes saltos sobre los árboles caídos. Casi parecían dos
criaturas semejantes. “¡Esperen!”
gritó. Ella se detuvo para descansar. El animal mirando hacia la foresta se
mantuvo inmóvil. “Estás helado” –le
susurró–. Sacó un termo con chocolate caliente y le sirvió. Nigerman se acercó
hacia él y clavó sus ojos rojos como fuego en los suyos. Ana rió “¡dice que eres muy lento”.
Se
acercaron a un barranco que les cerraba el paso. Ana abrió su mochila y sacó
una cuerda, atándola a un árbol. “Iré
allá abajo y la haré firme, tú bajarás por ella” –dijo–. De un salto se
dejó caer al vacío. Alejandro apenas alcanzó a gritar. Ella sin un esfuerzo se
incorporó. “¿Estas bien?” –le grito–.
“Perfectamente; ahora baja”. Cuando
estuvo a su lado le preguntó cómo no se había lastimado. Ella lo miró sin
contestarle. No podía decirle nada más.
Al
atardecer llegaron al fin al pie de la montaña. Comenzaba el sendero al pueblo
que estaba al otro lado. Al día siguiente podría tomar un micro y volver a
Buenos Aires.
A
lo lejos unos pastores conducían a un grupo de cabras.
El
animal había desaparecido en el bosque. Ana le dio unos chocolates. Alejandro
lloraba en silencio. “No quiero dejarte”
–le dijo–. “Es hora” –le contestó–.
Se abrazaron largo rato. Ella estaba muy emocionada “gracias por buscarme, no voy a olvidarte. Sabes que no debes hablar sobre mí” –le dijo–. Le juró que no lo
haría. “Eres una persona extrañamente
fantástica. Un hada que salió del bosque, eres mi hermana, jamás podría
olvidarte. Gracias por todo lo que me has dado. Me gustaría algún día regresar.
No he querido empañar tu vida pero no puedo irme sin decírtelo, papá ha muerto.
Siento que te enteres así. Con los ojos bañados en lágrimas le contestó “¡Pobre papá! Toda su vida fue triste y
difícil. Solo con mamá tuvo un tiempo breve de felicidad. En un principio
imaginé que venías para traerme esa noticia. Gracias por esperar hasta ahora y
no entristecer los lindos momentos que pasamos. Se acerca la noche vete o te
perderás, aún falta mucho camino”. Él comenzó a alejarse, no quería que Ana
lo viese llorar. Lo llamó. Se acercó a él. Con exquisita ternura secó sus
lágrimas. Puso en sus manos una pequeña piedra transparente sonriendo. “¿Sabes qué es?” –le dijo–. Su hermano
observaba aquella piedra cortada perfectamente. Irradiaba luces de colores en
su mano. “Es un diamante. Es un regalo,
tal vez lo necesites algún día” –le dijo ella–.
“Pero es muy caro –balbuceó–. Tengo otros, ve ahora”. Caminó algunos
pasos y se dio vuelta buscando por última vez a aquella figura celestial. Ya no
estaba, el bosque se la había tragado.
Se
acercaba la noche. Una primera estrella se dejó ver. El silencio absoluto se
quebró por un sonido lúgubre y agudo. El aullido trepaba más allá de los
bosques hacia el cielo intensamente negro. Alejandro temblando por el frío y el
cansancio apuró el paso.
El Final de Alejandro
En
el ómnibus de regreso pensó una y otra vez en la extraordinaria vivencia que
había vivido.
Volvió
sin decir ni una palabra a la familia. Pero interpeló a papá. Anotó en su
Diario algunas palabras más: Ayer hablé con papá. Le dije que había estado con
Ana. Se enojó, dijo que dejara todo aquello en el pasado. Me recriminó mi viaje
al sur y me exigió que la olvidara
Volvió
a su vida en Buenos Aires. A su negocio y a Olga.
Mientras
él se encaminaba hacia el fin de su vida, su hijo adoptivo crecía. La mala
semilla se preparaba para mostrar su cruel naturaleza.
Tiempo
después sufrió un desmayo y lo internaron en una clínica. Había tenido un
accidente cerebrovascular. Aunque la palabra accidente me resulta superflua y
casi pueril. Su muerte estaba decidida, quizás desde el mismo momento que huyó
de la isla.
Existen
muchas formas de matar a una persona. ¿Imaginan el temor de saberse vigilados?
Deben salir de sus casas y alguien se encuentra esperándolos.
Su
existencia transcurrió entre invisibles muros grises. A pesar de los inmensos
espacios abiertos en que anduvo, parte de su vida la vivió en una cárcel sin
salida. Esperaban que les dijera lo que ellos tanto buscaran.
Supongo
que por aquellos días el tema de los submarinos y los desembarcos habría
perdido importancia. El tiempo había pasado. No obstante siempre fue vigilado y
es posible que se enteraran de su último viaje al sur.
El
hecho extraordinario (y que me alivia) es que aquellos que buscan el secreto,
nunca encontraron a mi hermanastra.
Un
día llegué a la clínica donde Alejandro había sido internado. Entré en la
habitación, estaba solo. Ya no hablaba. Me acerqué a su cama y lo tomé de la
mano. Acaricié su cabeza. Quería decirle tantas cosas, pero no pude. Su mirada
me taladró, se esforzó moviendo los ojos de un lado al otro. Estaba paralizado.
Yo no entendía, hasta que seguí la línea de los ojos. Abrí el placard. Revisé
su ropa y en su pantalón descubrí la carta. Lo miré, abrió y cerró los ojos
varias veces. Me decía: “¡Sí, sí! La abrí y leí en voz alta. Mi hermano suspiró
y dejó de existir. Me acerqué a él, con el papel en la mano. Su cara no demostraba
el terror ante la muerte. La lectura actuó como un bálsamo y se fue tranquilo.
Así
terminó su vida y fue enterrado en el Cementerio de la Chacarita. Mientras el
cielo negro explotaba furioso, escupiendo ráfagas de lluvia helada, mientras
éramos vigilados. Allí estuvo otra vez el poder, buscando incansablemente el
secreto mejor guardado.
Cuando
la última palada de tierra cubrió definitivamente su historia, empezaba la mía.
Un largo y agotador viaje a lo profundo de la condición humana. Un análisis
descarnado de mi propia alma. Ahora podría conocer a mi hermana.
Mi
hermano escribió en ese papel una sola palabra completa: Ana y otras
incompletas y varias cifras. ¡Solo yo pude entenderlas! Un juego que hacíamos
de niños, las pocas veces que nos encontramos. ¡El esperaba mi llegada! Me
contaba sobre nuestra hermana y como encontrarla. Si yo no llegaba nadie más
podría entender la larga carta.
Alguien
dijo que comprender es una alegría, en éste caso no sería así. Decidir, decir
por todos, para bien o para mal. La posibilidad de cambiar la vida de millones
de seres o callar. Sigo siendo la última pieza de éste juego. Lo que queda de
la larga historia de mi familia.
muy interesante para leer, no solamente por la novela , sino por la parte historica y otros enigmas del 3 reich , como por ej: las mentiras de los aliados en la 2 guerra mundial.......no fue lo que contaron
ResponderBorrarGracias atrium
BorrarTe va a interesar http://segundaguerra.wixsite.com/el-lado-b
Borrarargentinaesclavizada.blogspot.com.ar
exelente !!
ResponderBorrarLas latas de combustible con la esvastica no son nazis. Pertenecen a la Anglo-Mexican Petroleum (una subsidiaria de de la mexicana El Aguila Petroleum) que operó en Gran Bretaña y Sudamérica desde 1913 hasta 1930 y su logo era una cruz esvastica. En aquella época el combustible era trasladado en latas y tambores. En este caso la AMP distribuía desde Dock Sud su combustible en la latas de 20 y 40 litros (estas ultimas en chapa galvanizada). Juan María Estrade (jmestrade@yahoo.com.ar)
ResponderBorrarInteresante y atrapante. Me gustó mucho!!!
ResponderBorrarFascinante!
ResponderBorrarMuy interesante relato o como se llame.felicitaciones.Intenso ,profundo ,atrapante...
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ResponderBorrarExcelente
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