Si hay algo que detesto es la
palabra creer, ya que implica necesariamente la aceptación de algo no probado,
ni visto jamás. Es claro que el creer lleva a la fe. A veces necesaria, otras
trayendo lo más espantoso de a locura humana. Pero siempre usada por los que, a
través de los siglos, han sometido a los pueblos de mil maneras diversas. Por eso
nada de supercherías en mi vida, quizás al final me equivoque, no lo sé, pero
al menos, en esa situación no me habré sometido a los verdugos de la mente
humana. A aquellos que idearon paraísos supuestos para tapar el infierno real
de la opresión en esta vida.
Si me equivoco y un ser me espera
del otro lado para el castigo, alzaré mi frente y le gritaré con todas mis
fuerzas que aborrezco a un Dios que ha permitido tanto dolor en esta pobre
tierra. Quizás me hable del libre albedrío, en cuyo caso reiré a carcajadas,
diciéndole que las religiones fueron inventadas, para ahogarlo. Como ven no
creo (y perdón por la palabra) en la magia ¿Quién podría creer hoy en ella? En
lo sobrenatural. Por ello esta historia me sorprende. La idea de un collar que
solo se achica no es racional. Es obvio que alguna explicación científica
podría encontrarle. Sin embargo, no puedo dejar de soslayar que existen
HECHOS, cuya naturaleza no podemos explicar. Al menos con la ciencia actual.
Sospecho que nos esperan verdades tan oscuras y tenebrosas por descubrir, que
espero no estar para verlas. La ciencia nos iluminará o nos destruirá
definitivamente.
Esta historia absolutamente
verídica, va más allá de la simple y pueril vida de todos los días. De la
“realidad” que suponemos absoluta. Explora las razones humanas más oscuras y
¿por qué no? Situaciones, que, a la luz del simple conocimiento diario,
resultan absurdas. Como sea, el lector podrá aceptar la narración con estupor o
como un simple divertimento. Aclaro, por último, que los restos de Julián
fueron encontrados esparcidos en un amplio terreno. Cuando llegó la primavera y
la nieve dio lugar a la gramilla, también fueron encontrados los pocos despojos
de su padre y de su amigo Peter. El arma aún está guardada en la Fiscalía de
Colmar, Francia. Me lo trasmitieron de la forma que sigue. Todas las
circunstancias que rodearon el drama han sido supuestas por mí, aunque
siguiendo con rigor las investigaciones de las autoridades locales, las cuales
siguieron fielmente el desarrollo de los hechos, ya que la excelente policía
local desarrolló un nuevo método de pesquisa. Por ello, aunque las situaciones
no sean exactas, ofrecen una secuencia lineal del drama.
La pregunta final es: ¿Qué se
oculta tras las sombras que aún nubla nuestra precaria mente?
El timbre sonó esa noche, con un chirriar extraño. Quizás el temporal de lluvia, el viento furioso contra los cristales o la interminable tristeza de haber perdido a su novia, a la que había amado y (aún en el final menos esperado) seguía amando, le imprimía a sus sentidos, una exasperación desenfrenada.
Su padre, un hombre que
había combatido en la guerra de Bosnia, todavía se paraba recto como
una estaca y portaba el clásico aire militar, que nunca había abandonado. Su
hijo intentó muchas veces que le contará historias de aquella época, pero
siempre fue inútil. La brutalidad de la guerra nos son temas para contar en
familia Julián, -le decía-. Lo que su padre no sabía es que su hijo había
encontrado el Diario de Guerra. Ya qué siendo Oficial de alto rango describía
al fin del día o a veces de la semana, lo ocurrido en toda la zona a su
cargo.
Julián callaba ese conocimiento,
pero no podía dejar de odiar a ese ser, que, aunque le había dado la vida, no
dejaba de ser un monstruo. Aquel hombre nunca se había arrepentido de los
hechos espantosos en que participara. Es obvio que su hijo, escuchaba, en las
ocasiones, que llegaba al bar del pueblo, rumores. Palabras entrecortadas,
miradas de soslayo. La sospecha que había sido un criminal, flotaba silenciosamente
en el aire. Sin embargo, el pueblo tiene una cualidad: el silencio osco de sus
habitantes. Por ello Julián intuía el desprecio palpable de las gentes. Pero el
Diario le abrió los ojos.
Sobre la repisa descansaba,
quizás para siempre, la pistola que había traído. Él la levantaba, la limpiaba
con esmero y hasta solía irónicamente hablarle
-¡Cuántas veces me salvaste la
vida!- Julián le tenía terror, no le gustaban las armas. Pero aquella, siempre
visible y cargada, le decía que había cegado muchas vidas, quizás demasiadas.
Se acercaba y con asco observaba el cañón. ¿Cuántos hombres serían ahora solo
huesos? ¿Cuántos nunca más volvieron a ver a sus seres queridos? El arma
inerte, pero poderosa, seguía esperando y el, en el colmo de su dolor, seguía
torturándose con la imagen de Elvira, con su cara perfecta. Veía sus ojos
llorosos en el despido final, un amor que no debía haber terminado. Echándose
nuevamente la culpa, abrió la puerta de la casa. Bajo una nevada intensa,
el amigo de su padre simplemente dijo -buenas noches Julián, bueno qué buenas
noches ni ocho cuartos estoy empapado-
Fue directo al sillón, frente a
la chimenea. Sin su capote, ahora mostraba su poderosa espalda.
Su amigo, con una generosa copa
de licor, simplemente le dijo -toma, te vendrá de perlas-
Julián silencioso y cabizbajo, se
apoltronó en el taburete del rincón. Escuchaba, sin intervenir, la charla de
los dos guerreros. Pero no se referían a aquellos tiempos, nunca lo hacían.
Hablaban de hechos triviales, de su vida actual. La conversación se fue
haciendo cada vez más lejana. Apenas un rumor llegaba hasta él. Entrecerró los
ojos. Pensó otra vez en Elvira. Volvió a abrirlos, entonces algo fantástico,
aunque trivial ocurrió. La luz del fuego bailaba sobre el cuello del padre de
su amigo. Se levantó, y se puso frente a él, justo delante de su padre. Los
interrumpió de golpe. -Algo le pasa en el cuello- le dijo-. El ex militar
asombrado se tocó la camisa, entonces Julián ruborizándose dijo. -claro es un
collar, el reflejo del fuego. discúlpeme- Comenzó a alejarse cuando la
fuerte voz de Bruno, el amigo de su padre le dijo- Unis Vanius Tertius. Es lo
que dice el medallón. ¿Quieres saber qué significa? El padre de Julián
intervino -no es un buen momento, además es una patraña-
¿Qué patraña? -preguntó
Julián
Por un instante, su mente volaba
a otro lado, lejos del dolor, de la ausencia, de la pérdida.
- ¿Extraño no?, un hermoso
collar, casi una corta cadena y éste, digamos medallón-
-Déjalo allí, Julián está pasando
un mal momento -dijo su padre.
- ¡Quiero saber!-
-Trae Whisky, y siéntate, aquí
junto al fuego, será una noche larga. -dijo, mientras acariciaba el medallón.
El frío había aumentado, la
intensidad de la tormenta hacía crujir a los árboles. El brutal viento blanco
finalmente había llegado.
Peter, le dijo a su amigo
-prepararé el cuarto de arriba, imposible irte con esta noche. Y no tortures al
muchacho con tus historias. En una hora tendremos la cena lista
Ahora estaban solos. El ex
militar colocó otro leño al fuego. Julián hipnotizado por las llamas, volvió en
un instante a su recuerdo. La veía caminando hacia él, contenta, con el cabello
suelto. El abrazo, la ternura, la dicha infinita de saberla a su lado.
Afuera un lobo aulló. Prolongó el
grito que poco a poco fue tapado por la furia de los elementos.
- ¡He muchacho! , ¿estás aquí?-
-Sí dijo Julián, lo siento- ¿Cómo
es esa historia del medallón?
-Del collar -aclaró Peter -La
guerra es algo espantoso. Tienes la suerte, la dicha, que nunca vas a estar en
ella. Ésta es una buena época.
En una noche como esta, hacía
guardia en el búnker. El enemigo se encontraba muy cerca y esperábamos el
ataque. Por aquel tiempo yo creía que estaba del lado correcto. ¿Sabes algo?
Cuando te encuentras en un combate nada importa y por aquel tiempo. -Se detuvo
unos instantes, tomó un trago, miró al fuego y dijo- -fue una contienda
espantosa. La novedad de la carnicería estribó en el enorme poder que
ejercieron los medios de comunicación y en lo eficiente que resultó la
mercadotecnia política. El nacionalismo balcánico fue real e histórico, pero el
repentino ascenso de un estilo agresivo se debió a maniobras de los políticos
nacionalistas. Una sociedad civil en movimiento puede ejercer un contrapeso a
las mentiras y verdades a medias que acostumbran a soltar políticos ambiciosos,
pero debido al contexto de la época - eso no era posible en Yugoslavia.
Aferrado a mi ametralladora esperaba simplemente un cuerpo para destrozarlo.
Ese y solo ese era mi objetivo. Destruir. Creía en mi nacionalismo, en mi
razón. Es increíble cómo nos manejan. La propaganda de los medios fue perfecta,
como siempre. Los políticos, sentados en sus sillones, muy lejos del conflicto,
causaron la muerte de cientos de miles de personas. La brutalidad se sumó a un
sistema de agresión nunca visto.
La guerra también puso sobre el
debate la capacidad de persuasión de las Naciones Unidas. Se supone que un
organismo encargado de promover la paz debe mostrarse a la altura de las
circunstancias. Al ordenarles a sus tropas no entrometerse en la refriega de la
ex Yugoslavia, el papel de la ONU como intermediaria, resultó una caricatura.
Mientras, nosotros matábamos y cada muerto hacíamos una marca en nuestros
fusiles. ¿Sabes algo? Solo piensas en cuerpos, en carne caminando. Solo hay que
lograr que dejen de hacerlo ¡Y no me preguntes! Te lo digo no me importaba.
Julián fascinado, por escuchar
por primera vez hablar sobre la guerra, temblaba. Miró el arma sobre la repisa
y pensó que, debido al fuego de la chimenea, debería estar caliente.
Peter siguió con los ojos, ahora
rojos, impulsado por una fiebre que desataba los peores recuerdos, hablaba
solo, perdido, en la locura del pasado.
-Estábamos parapetados en un
edificio destruido. Los francotiradores asesinaban a cada civil que intentaba
cruzar la plaza. Un muchacho corrió, tratando de protegerse con los
árboles. Sonó un disparo. Pude ver claramente de donde había salido. El muchacho
cayó y quedó tendido en el asfalto, mientras un charco de sangre se abría como
una flor. Una chica corrió hacia él, la dejaron llegar hasta el cadáver y le
dispararon. Alcanzó a arrastrarse y allí quedaron juntos, muertos. Vi esos
cuerpos que se habían amado, pudrirse durante días al sol. ¿Sabes que hice? Por primera
vez dejé de lado todas las técnicas de guerra. Todas las precauciones. Esperé
la noche y di un gran rodeo. En mi locura quería llegar al flanco enemigo. Al
cuarto piso de donde habían disparado.
Julián hecho otro leño al fuego.
Dijo-hijos de puta
-Cargué mi fusil, los prismáticos
de visión nocturna. Dos pistolas con silenciador, mi cuchillo y alimentos para
cuarenta y ocho horas. Durante el día permanecía escondido y avanzaba en la
noche. Al fin llegué al edificio. Quieto, inmóvil esperé. En una de las
paredes se había abierto una pequeña entrada. Me arrastré. En el silencio,
todos dormían, hasta el ruido de un disparo con silenciador hubiese sido
escuchado. El guardia se acercaba. En un solo movimiento estuve atrás de él y
le corté limpiamente la garganta, mientras le tapaba la boca. Me saqué las
botas y subí por las escaleras. Todo era oscuridad, pero la visión nocturna me
daba todas las ventajas. Al fin llegué hasta las habitaciones. Todos dormían.
Entonces descubrí al francotirador. Su fusil descansaba apoyado a su lado.
Solo cinco cuerpos. No utilicé mi fusil. Portaba una metralleta. En un
pandemónium de explosiones acabé con cuatro. Ni se dieron cuenta de lo que
ocurría. ¿Te dije cuatro? El francotirador, aterrado quiso tomar su arma, no
pudo. Otro disparo le inutilizó el arma. Se quedó allí. En ropa interior frente
a mí. Temblaba, imploraba. Le pregunté si él había matado a la pareja y le prometí que,
si decía la verdad, le perdonaba la vida. Confesó y le disparé debajo de la
rodilla. Le tapé la boca con una cinta y le até las manos. Le vendé la
herida e hice que se vistiera. El cielo empezaba a clarear. En pocos minutos
vendrían más hombres. Lo colgué por la ventana. Quedó con la cabeza hacia
abajo. Salí de allí y dije por radio a mis hombres que se preparan. Tuve
suerte, demasiada. Llegué sin dificultades a mis líneas. Él seguía colgado. Al
fin llegaron varios hombres e intentaron soltarlo. Ya en mis líneas estaba yo,
con mi fusil. Esa mañana di cuenta de quince hombres, que intentaron soltarlo.
El día había llegado. La mordaza de la boca se le había caído. Gritaba. Llegó
el medio día y comencé el trabajo. Mientras pensaba en la pareja al sol, hice
el primer disparo. Así impacté una y otra vez sobre aquel hombre, pero ningún
disparo fue mortal. Uno de mis hombres me pidió el arma. Hizo el último
disparo.
Julián temblaba, ahora comprendía
la razón por la cual su padre nunca quiso contarle.
Reunió fuerzas y preguntó - ¿Pero
y el medallón?
-Ah, el collar y el medallón. ¡lo
más importante! Me dejé llevar por el recuerdo de aquellos días. Antes de
colgarlo afuera de la ventana vi el collar, extrañamente corto y el medallón.
Se lo saqué. Sonrió, aun sabiendo que lo matarían. En ese momento no pude
entenderlo. Más tarde lo hice.
¿Sabes lo que no puedo
sacra de mi mente? ¡El olor a carne quemada! El humo de los disparos.
- ¿Eso es todo-preguntó Julián
- ¿Todo? - ¡Que va! Unis
Vanius Tertius. Significa: se achicará en ti. Mucho tiempo no le di
importancia. Un día por pura casualidad, llegó a mis manos un extraño libro, un
Grimo.
- ¿un Grimo?
-Un Grimo es un libro antiguo
sobre magia.
-No creerá usted en la
magia.
-Yo creo en las armas, dijo
Peter, aunque algo raro tiene este collar.
- ¿Raro?
El padre de Julián llegó en ese
momento -la cena está lista
-Pero, estamos en lo mejor
-protestó Julián.
-Después seguimos -dijo Peter.
-No le habrás hablado de aquella
época al muchacho
-Para nada- Respondió. Solo
historias.
Julián se mantuvo expectante, el
relato lo había sumido en un frenesí de horrores, que se sumaban a la perdida
de Elvira, a la tormenta y al aullido de los lobos, que ahora se escuchaban
claramente.
Cenó en silencio mientras los
mayores hablaban.
El Medallón, el hombre colgado,
la pareja pudriéndose al sol.
Deshecho en mil pedazos se
levantó de la mesa, tratando de ocultar sus lágrimas. Su pobre alma de muchacho
solitario intentaba no apagarse, sobrevivir, en el invierno que nunca
terminaba. Soñaba con una playa, con un mar azul y un sol inmensamente tibio.
El frio ya estaba en sus jóvenes huesos.
Aquella pareja murió uno al lado
del otro. No tuvieron pérdidas, solo un instante de dolor y quedaron unidos
para siempre. En cambio, él, habiendo perdido lo único que le daba sentido a su
vida, era solo era un muchacho viviendo en una granja aislada, solo con su
padre y los libros.
Ella hastiada de la soledad, dejó
aquel páramo, buscando otros horizontes. A su forma lo había amado, al menos un
tiempo.
La primavera duró tan poco y el
verano, en que ambos corrían descalzos por la hierba, acabó tan rápido que
ambos, a pesar de haberse amado infinidad de veces, terminaron abruptamente.
Ahora Julián atrapado en la soledad, en aquel silencioso infierno blanco,
padecía cada segundo. Cada día se transformaba en una tortura. Aun cuando
emprendía largas caminatas por el bosque, armado con su fusil, no lograba
borrar la cara de Elvira. Su cuerpo tibio, en sus brazos, aquellos brevísimos,
pero fundamentales instantes, actuaban como un bálsamo y también como un hierro
al rojo sobre su piel helada.
Mientras se secaba las lágrimas,
escucho el vozarrón de Peter -¡He muchacho, ven aquí, ahora viene lo bueno¡
Si bien la monotonía, la infinita
soledad de su alma, podría desaparecer, al menos un instante, con la historia
de Peter, no dejaba volver una y otra vez el dolor brutal que sentía en su
corazón. Una mano de acero lo apretujaba. El ahogo trepaba desde su pecho hasta
su mente febril e inundaban sus ojos.
Cuando escuchó la voz de su padre
llamándolo, se levantó indolente y permaneció parado, como si no estuviese
allí, frente a los dos amigos.
-Siéntate muchacho -le ordenó
Peter y toma esto. Tragó la bebida y el fuego en su estómago, lo trajo a la
realidad.
Allí estaba escuchando la
historia del collar y su medallón.
-Te dije, comenzó Peter -que le
saqué el collar a aquel desgraciado. Estaba seguro de su muerte y supo que no
sería rápida. En último instante, antes de colgarlo, me miró y sonrió. En
ese momento no entendí por qué, luego lo sabría ¡y vaya de qué manera!
Pasaron meses. Fueron los peores
momentos de mi vida. Esa guerra parecía no terminar nunca, mientras los
cadáveres se apilaban en las calles de a miles. Un día explotó muy cerca de
nosotros una granada. No fue la metralla lo que me lastimó el cuello. Fue un
trozo de mampostería. Sangraba copiosamente. En el improvisado hospital
intentaron sacarme el collar, para limpiar la herida. Fue imposible. Utilizaron
las tijeras para cortar cables de acero, sin resultados.
-Julián dijo ¿Pero no tiene un
gancho?
-Sí. Intenta desabrocharlo.
Julián hizo fuerza, tiró, colocó
una pequeña navaja, debajo del seguro.
- ¿Has visto?
Entonces Julián dijo- ¡Es una
broma! Usted se lo sacó aquel hombre.
-Es cierto, y recordarás que
también te dije que aun sabiendo que la muerte más espantosa le esperaba,
sonreía.
El padre de Peter dijo algo
acerca de las historias de terror, que era tarde y que se dejaran de
estupideces.
El tiempo empeoraba. Se acercó a
la ventana y vio claramente la figura de un gran lobo negro. -Ya están aquí,
molestarán toda la noche
Peter se levantó, abrió la
puerta. Un brutal golpe de viento helado entró en la habitación. Sacó su arma y
disparo cerca del lobo, tres veces. No quería matarlo.
Los estampidos espantaron a
Julián. No los esperaba.
Cerrada la puerta, el fuego se
normalizó y él volvió a las preguntas. Se había despabilado. El Frío, los lobos
y el arma en la repisa lo alertaron. Algo extraño ocurría. Una sensación de un
vago temor lo invadía.
-Julián casi gritó Unis Vanius
Tertius. El Grimo, la magia.
-¡Eso es! Muy bien-
-Entonces es una cuestión de
magia-dijo Julián
¡-Más patrañas! -dijo su padre
No, no es magia, es algo mucho
más oscuro, tenebroso.
El collar solo puede ser abierto
si otra persona lo acepta.
-Julián, con una risa histérica
dijo –Ja ja ja, ¿Por qué no lo ha regalado?
-Nadie lo ha querido.
-Es hermoso, dijo Julián.
- ¿Lo quieres?
- ¿Por qué no?
-¡Basta! -dijo su padre -Fue de
un muerto, no llevarás eso encima.
-Julián se quejó - ¿Entonces
crees en la historia? Si me lo regala y no me gusta, se lo regalaré a otra
persona.
Cabizbajo Peter dijo -Muchacho no
tengo derecho a pedirte que lo aceptes, existe algo más.
- ¿Qué dijo? -dijo Julián
-Cuando comprendí que no había
forma de quitármelo, comencé a investigar.
¿Pero qué buscar? Intuía que la
sonrisa de aquel desdichado, al quitarle el colgante, significaba algo. Un
coleccionista de joyas me dijo que debía ser muy antiguo. Finalmente, un
viejo profesor me recomendó una serie de libros antiguos. Pero no sería
sencillo hallar alguno. Esos libros se encontraban diseminados en el mundo.
Guardados y protegidos en algunas iglesias.
- ¿Protegidos? pregunto
Julián
-Guardan algunos secretos que
necesitan ser resguardados. No pueden hacerse públicos.
El padre de Julián intervino entre
contrariado y divertido -por favor en serio vas a asustar inútilmente al
muchacho.
Julián cada vez se involucraba
más y más con la historia. No había logrado quitarle el collar.
Un escalofrío corrió por su
espalda. Miró las llamas y luego el arma sobre la chimenea.
La figura de Elvira se perdía
ahora en una bruma que lo cerraba todo. Se alejaba, se deshacía en la nada,
como un fantasma vago y cruel. Sintió terror de perder al menos su imagen, de
no poder recordarla nunca más. Entonces el aullido de un lobo lo trajo a la
realidad. Peter hablaba y hablaba. Escuchó la frase justa -y al fin logré
encontrar uno de los Grimo. En un viaje a Irlanda, recorriendo monasterios,
tuve acceso a una pequeña biblioteca. Me dejaron hacer. Evidentemente
desconocían la importancia de aquel volumen. Y allí estaba el dibujo del collar
y el medallón. Fue pura suerte.
- ¿Y eso es todos? casi gritó
Julián
-Vamos a acostarnos, es
tarde-dijo su padre
- ¡No protestó- Julián - ¡Quiero
saber! Intuía que, si se acostaba, si cerraba los ojos, el dolor volvería a él.
La mancha de humedad del techo, empezaría a girar y girar. Toda su habitación,
la casa aislada en la nieve y hasta el mismo bosque, darían vueltas y vueltas,
hasta enloquecerlo. Otra noche de insomnio, con la figura de Elvira escapando,
mientras los copos caían mansamente, agotando los colores, quemando la vida
misma. No, no, prefería permanecer despierto.
Reponiéndose, intentado liberar
su mente del peso inexorable del dolor, hizo otra pregunta - ¿Por qué crees que
se abrirá si me lo regalas?
-Debes aceptarlo
- ¡Lo acepto -dijo Julián!
-Peter, con el ceño fruncido dijo
-no tengo derecho, eres joven, te lastimará
- ¿Lastimarme? Es solo metal.
- ¡Julián, basta! -dijo su padre
Muchacho -dijo Peter -aunque
estamos alejados de los grandes centros poblados y a unos kilómetros se
encuentre el pueblo, no somos diferentes al resto de la gente. Pensamos y
actuamos en un mundo que suponemos real. Que no hay otras cosas, cosas que no
vemos pero que están.
Julián sentía ahora todo el frio
de la noche en su alma vacía. Hundiéndose en la nieve, perdido para siempre.
Esas palabras lo acercaban más a un pozo siniestro y sin embargo quería saber
más. Preguntó - ¿cosas, que cosas?
-Está bien, cuéntale todo,
termina de arruinarle la mente -protestó su padre
-Si no lo hago, dijo Peter -vivirá
engañado. Muchacho, no es magia, pero algo hace que el collar se achique en el
cuello de su dueño
Julián se rio con un espasmo, que
no era sino temor. ¿Cómo va a encogerse? -dijo
-Sí muchacho, muy lentamente se
acorta.
- ¿Usted lo ha visto?
-Hace seis años que lo llevo,
desde el día en que aquel desdichado sonrió, porque sabía que al llevármelo, me
estaría condenando.
-El metal no puede reducirse solo
- protestó Julián.
-Te dije que solo percibimos una
parte de la realidad. Hay otro mundo, ahora, aquí a nuestro lado. Es siniestro
y peligroso. Nuestros sentidos no son exactos, solo parciales. Así un perro
huele lo que nosotros ni siquiera imaginamos. Otros animales perciben sombras,
movimientos y sonidos que están lejos de nuestra racionalidad. Si captásemos
TODA la realidad nuestra mente sucumbiría. Veríamos colores y formas moverse
como fantasmas.
La palabra fantasma le trajo a
Julián la imagen borrosa de Elvira. Pensó que la muerte lo llamaba lenta e
inexorablemente, atrayéndolo a un vacío sin formas ni esperanzas.
- ¡Patrañas!, papá tiene razón.
Es un cuento.
-Mejor que creas eso -dijo Peter.
Te terminaría matando.
Fuera de sí Julián gritó ¡lo
único que me mata es este maldito lugar! El bosque, los lobos grises, el
paupérrimo pueblo en que solo sobreviven viejos. Esto harto, harto del viento y
los aullidos. De la nieve que nunca termina. Sueño con un sol que ilumine y
brille para siempre. Odio los árboles oscuros y el bosque que se traga el día
cada vez más corto. ¡Lo acepto! -gritó: Verán que es una estupidez. Al decir
esto el collar se desprendió del cuello del Peter. De un salto Julián lo tomó
mientras su padre gritaba - ¡no, no lo toques! -
Peter se frotaba el cuello, aún
sin creerlo. Toda la situación se había salido de control.
-Somos libres, ¡déjalo, déjalo,
suéltalo! -ordenó Peter.
-¡Te matará! Gritaba su padre.
-Es cierto, es verdad hijo, no lo hagas.
Julián desafiante, con los ojos
enrojecidos dijo- ya estoy muerto. ¿Un simple collar que perteneció a un
muerto? ¿Acaso imaginan que voy a creer semejante estupidez?
Desesperado Peter grito, tapando
hasta el sonido del brutal viento -¡se achica, te acogotará!, de alguna forma
cada vez pesa más sus átomos se vuelven más y más unidos, no sé cómo, tal
vez la piel, el contacto humano o alguna reacción química que
desconocemos-¡suéltalo!
Desafiante Julián alzaba la voz -
¡claro y me eligió a mí para matarme!
-Peter desesperado ahora
imploraba, déjalo, déjalo, es cierto, vos mismo no pudiste sacarlo
Julián en un frenesí de locura,
reía con una sombría mueca - ¡Se te cayó, así de simple! Ustedes ¿guerreros,
soldados? Solo un par de asesinos. Me han querido ocultar sus atrocidades, pero
ahora no más, ya lo sé. Los Balcanes ¿Quién le vendió las armas a cada bando?
Los norteamericanos y los europeos ¡Por favor! Matar inocentes, al pueblo, todo
en nombre de la religión. De la maldita religión. No hay dios, solo una un
grupo de israelíes, que desde la Reserva Federal de los Estados Unidos deciden
la suerte de millones de seres indefensos y la Comunidad Europea. Soy un
muchacho, pero no soy estúpido. Ustedes son el final de la cadena. Los que
tiran del gatillo. Ahora vienen con idioteces.
Estos meses de soledad me han
mostrado el mundo tal cual es. Comprendí la necesidad humana de creer, de
ilusionarse ¡sí las ilusiones! Así deseando una vida mejor nos hundieron en
ideologías religiosas, políticas. Crearon iconos mesiánicos de cualquier
índole. Crearon así una un mundo a su antojo. Establecieron valores morales, a
los que debíamos seguir, porque eso era lo bueno. Lo mejor. ¡Toda una patraña
de corruptos! Idearon un modelo del mundo para contrarrestar los miedos y darles
sentido a los sufrimientos. Para que los aceptaran sin decir ni una palabra.
Hasta hacernos creer que la guerra misma es necesaria. Sí, nos ilusionamos,
creímos y esa creencia no es otra cosa que una falsedad impulsada por el deseo.
De esa forma nos han engañado, conducido de las narices. Pero esa ilusión no
tiene que ser por fuerza verdadera, nunca lo fue. Al final comprendí que las
esperanzas son solo ilusiones mágicas. Pero el hombre ha aceptado el dogma. Nos
forzaron la mente, los pensamientos y suponemos que el mundo que nos han
querido vender realmente sucederá. Sucumbimos a la idea maravillosa de la
esperanza y aquí estamos sentados, inútilmente mirando cómo la escala de
valores, que constituye nuestra identidad moral e ideológica es una farsa,
creada y sostenida por perversos. Así la ilusión nos ha mantenido pasivos,
ingenuos, dependientes. Sentados en la inacción, esperando el milagro que nos
salve. Incluso en el último momento de la vida, sabiéndose perdido para la
eternidad, el hombre sueña con lo que le prometieron. Ya saben que toda
ideología triunfalista termina al fin golpeándose con la realidad, que un día
pone fin a sus ilusiones. Sí, sí, ¿Qué quedaría del pobre ser que pierde hasta
a esperanza? La definitiva frustración.
Julián rojo de ira temblaba con
el collar en sus manos. Su padre y Peter se acercaban lentamente, intentando
encerrarlo. Se dio cuenta y retrocedió, poniéndose atrás del sillón. -¡Quietos!
-gritó. -ni un paso más. Tú, papá me trajiste a este páramo, solo para
esconderte, para que no te encuentren. Nada te importan mis palabras, ni mi
sufrimiento. Fuiste un verdugo frio y desinteresado. Jamás te habría detenido
el dolor del otro. Ustedes son solo carroña, me alejaste de mamá, me condenaste
a la más estricta soledad. ¿Acaso pensaste un momento en mí? ¿En lo que me
sucedería?
Perdí lo más hermoso, Elvira se
fue, harta de esta vida blanca y helada. No pude ofrecerle ni siquiera el
amparo de la ternura. Estoy muerto por dentro. Ya no me queda nada. Seco como
un árbol agotado.
De un salto llegó a la chimenea y
tomó el arma. Los dos amigos gritaron angustiados. Su padre dijo-suéltala
Julián, está cargada. Él miró el cañón, tocó el seguro y dijo-ya lo
sé. ¿Cuántas vidas quitaste con ella?
-Basta, déjala y suelta el
collar
- ¿Por qué lo haría? ¿No mataban
para ser libres? ¿Para liberar a algunos de otros? ¿Ven? Está ansiosa, espera
calladamente más muertes. Es cierto, hace ya mucho que no quita vidas. Podría
probarla, luego irme, escapar de esta cárcel. Nunca los encontrarían. Es más, los
lobos no dejarían ni un solo rastro suyo. Además, nadie conoce su paradero,
nadie. Así lo han hecho.
-Soy tu padre ¡basta Julián!
-No, ya no lo eres, dejaste de
serlo hace mucho tiempo. Siempre supe lo que fuiste, solo que no tenía el valor
de aceptarlo. Pero ahora es distinto, veo todo claro
Peter intentaba moverse
lentamente y llevó su mano hacia la cintura.
-No lo lograrás-dijo Julián, la
bala llegará antes que saques tu arma.
-Muchacho -dijo Peter, en un tono
adulador, sabía tratar con terroristas, para eso lo habían entrenado -nadie va
a hacerte daño. Lo del collar es cierto, si te lo colcas te matará y esa
pistola podría dispararse. Estás nervioso, es natural, tal vez un viaje a la
ciudad te sentaría muy bien, pero el peligro estaba allí, una vez más, lo
sabía. Su vida corría peligro. Ahora que se había liberado del fatídico colar,
ese adolescente estúpido ponía todo en juego.
Julián corrió un sillón y se
sentó. El collar extrañamente le pesaba. Lo apoyó sobre una pierna. Fue como
colocar un ladrillo. Era pequeño y sin embargo su peso…pero no desvió su
atención. Siguió con el arma recta, firme, como su padre le había enseñado. Sus
ojos se mojaron, las lágrimas resbalaban mansamente.
En una imagen fugaz, Elvira
apareció ante él, como un ángel, tratando de salvarlo de la muerte. Pareció
escucharla, nombrarlo, susurrar su nombre. Recordó la cabaña abandonada, del
viejo Tom. Aquella noche en que la nieve flotaba casi con delicadeza. El fuego
chisporroteando en la chimenea. La alfombra, la breve cena que habían llevado y
el cuerpo magnífico de ella, que se dejaba llevar por las inexpertas manos de
él. Afuera la noche terriblemente oscura y adentro el amor y el placer
descubriéndolos juntos.
Su padre creyendo que dudaba le
dijo -está bien hijo, es lógico, vamos a salir de aquí, en cuanto la tormenta
termine viajaremos. Podríamos ir al sur, ¡unas vacaciones! ¡Eso! ¿Por qué no?
Los dos hombres rieron -¡es una
excelente idea! dijo Peter. Olvidemos esta noche, abramos una buena botella de
ese vino excelente que tienen y hagamos planes.
Los dos hombres creyeron que
podrían escapar.
Julián callaba, seguía en aquella
noche maravillosa con Elvira. Entonces nuevamente el dolor regresó a su pecho.
Una mano de hierro apretando su corazón. ¡Elvira! Las palabras finales
explotaron en su alma deshecha -Me voy dijo Ella -se acabó. - ¿No me amas le
preguntó Julián -¿Debo elegir, le contestó y ya lo hice? Él le rogó, le
imploró, lo hizo todo, pero ella quería la libertad.
La acompañó hasta la estación, la
vio subirse al tren. No pudo decirle nada, solo lloraba en silencio. En un
vacío aterrador, donde ya nada importaba. Sonó el silbato como un disparo. El
tren comenzó a moverse. Él corrió a la par del vagón. Elvira lo miró un
instante, atreves del vidrio empañado. Y quedó solo, para siempre, sabiendo que
nunca más volvería a verla.
Los primeros días pasaron
amargos, casi no se alimentaba y perdió peso.
Llegó el largo invierno y cada
día se levantaba como un autómata. Entonces comenzó a beber, buscaba olvidar.
Pero en las noches, solo en su cama, todo giraba. El techo de madera, la casa,
todo. Primero un tono gris bañaba la penumbra del cuarto y luego, como un
caleidoscopio, surgían miles de colores. Imágenes inverosímiles. Caras
horribles. Dolor. Veía fuegos, llamas, escuchaba gritos. No lograba detenerlo.
Cada noche sufría el horror de ese viaje nocturno a las marismas del alma. Se
preguntaba la razón de su sufrimiento. El de los hombres en general ¿Por qué el
destino o lo que fuese se ensañaba con los simples mortales, seres que no le
habían hecho mal a nadie? ¿Dónde estaba Dios? ¿Dónde?
Cuando al fin llegaba el sueño,
la cara de Elvira regresaba y su boca se abría como un abismo inmenso,
gritándole -Ya elegí. El tren se alejaba.
Y otro día empezaba una y otra
vez. Un cadalso infinito. Mil veces subiendo al patíbulo, hasta el fin del
tiempo.
Volvió a la sala. El collar se
hundía en su pierna. Quiso dejarlo sobre el sillón pero no pudo.
Los dos hombres se habían
acercado mientras él volaba hacia Elvira.
El disparo sonó con un estruendo,
retumbando en la sala. La bala pasó a centímetros de Peter y destrozó el jarrón
sobre uno de los estantes.
Los dos hombres comprendieron en
ese instante, que sus vidas peligraban.
El padre de Peter jugó su última
carta, avanzó hacia su hijo
-Mátame, mátame ¡Soy tu
padre!
El segundo disparo le reventó la
rodilla. Con un grito de dolor cayó al piso sangrando profusamente.
-¿Qué has hecho muchacho? Dijo
Peter, arrodillándose al lado su amigo. Disimuladamente buscó el arma en
su cintura, pero Julián esperaba el movimiento. El tercer disparo le dio en el
hombro haciendo que la pistola cayera lejos de él.
Con un esfuerzo inmenso Julián
logró levantarse con el collar en una mano y en la otra el arma. Ya todo estaba
hecho o mejor dicho una parte.
Ahora deseaba, aún más que a
Elvira. Volvió a preguntarse dónde estaba Dios. Qué ser cruel e injusto
custodiando a la barbarie humana. Cuanta mentira para justificar al dominio del
poderoso sobre el inocente. Para hacerle creer a este último, que aún después
de todo el sacrificio y dolor de una vida, quedaba una estúpida esperanza en la
nada.
Los dos hombres gritaban.
Ató las manos y los pies de Peter
e hizo lo mismo con su padre.
Abrió la puerta y toda la
tormenta ingresó helando el recinto. Con un esfuerzo sobre humano los arrastró
afuera. La nevada había concluido. Los alejó solo unos metros de la casa, justo
donde empezaba el bosque.
Peter lloraba, el hombre que
había matado a decenas de personas, el guerrero imploraba. Su padre habiendo
perdido mucha sangre, le gritaba
-¡no irás lejos!
Cuando hubo terminado, regresó a
la casa y limpió toda la sangre.
Tapó con cuidado el disparo que
había roto el jarrón.
Miró por la ventana. El gran lobo
negro se acercaba y tras él la manada. Su hocico gigante lanzaba vapor. En ese
momento cruzó sus ojos rojos con los de Julián.
Durante un rato escuchó los
gritos desgarradores.
Esa noche volvió a nevar. Por
primera vez pudo dormir, sin que el mundo girase. Hasta Elvira parecía no haber
existido nunca.
Por la mañana cargó su mochila y
buscó el sendero.
El cielo inmensamente azul no
presagiaba nieve.
Miró hacia el bosque, los cuerpos
no estaban y otra nevada no mostraba huellas de la carnicería.
Estaba decidido a marcharse,
buscar a Elvira. Sí, la encontraría, ella iba a entender. Quería otro mundo,
calor, gentes, una nueva vida. Ahora lo lograría. Su padre había guardado
una pequeña fortuna. Había matado, es cierto, nadie lo sabría. Después de todo,
aunque había asesinado a su padre y a Peter, los dos eran carniceros.
Criminales brutales, en una guerra que no era suya. Ni siquiera el patriotismo,
nada, solo dinero.
Una imagen fugaz llegó hasta él.
Vio a su madre alzándolo, subiéndolo a una hamaca y atrás, a su padre
hamacándolo. Tendría cinco años. Nunca, nunca más volvería a aquella época
feliz.
El viento trajo la música
monótona del pinar, un silbido tétrico y repetido. Las ramas se golpeaban entre
sí, retumbando, trayendo frías notas que estropeaban los nervios. Pero otra
música lo sacó unos instantes de aquel solitario páramo. El carrusel girando y
girando y él trepado a un caballito de madera, su madre riendo en cada vuelta,
saludándolo. Ahora se veía en una pequeña cama. Su padre arropándolo. De la
otra habitación le llegaba una extraordinaria música, lenta al principio y
luego, con una dulzura exquisita, trepaba por el cuarto, invadiéndolo en una
alegría única y suprema. Mucho tiempo después, a sus ocho años, volvió a
escuchar aquellos maravillosos sonidos y supo entonces que un tal Beethoven, la
había escrito para deleitar a los espíritus más sensibles. Ahora sentía vibrar
su alma, lo acompañaba en esa mañana helada. Pero, no, no tenía que
pensar, sacó la idea de su mente, pero no pudo evitar el llanto.
Hundió sus pies en la nieve. Paso
a paso. La estación distaba algunos kilómetros. Tomaría el tren. Pasaría por
varias ciudades y su rastro se perdería. Ahora él tenía un sueño, una esperanza
y caminaba hacia ella.
Aquella noche había nevado mucho,
mientras él dormía. Cada paso le costaba un gran esfuerzo. Un pie y luego otro
y después el siguiente. Transpiraba. Entonces sintió el peso enorme en su
mochila. Aumentaba. Entonces recordó haber guardado el collar. Intentó sacarse
la mochila y no pudo. Una mano estaba helada, había perdido el guante.
Era inverosímil. Las correas parecían soldadas a sus hombros. Sus dedos no
servían. Se sacó el guante de la mano izquierda, tiró del cierre de la correa.
La extrema temperatura lo había soldado. Era inútil
Exhausto, a los dos kilómetros,
tuvo que sentarse en un árbol caído.
El cielo se encapotó y comenzó a
nevar. Logró hacer un kilómetro más, pero ya no pudo distinguir el sendero.
Todo estaba blanco. Hizo un último esfuerzo, como si pisara sobre una blanda
marisma, la profundidad de la nieve lo fue sumergiendo. Cavó con las manos,
como si nadara en arena.
Buscó el cuchillo en la mochila,
para cortar las correas, pero no lo alcanzó.
El peso aumentaba y lo enterraba
casi de espaldas. Recordó el collar. Aterrorizado vio al gran lobo negro solo a
unos pasos. Lo rodearon cinco grandes bestias. El Líder avanzó. Sentía el miedo
de Julián. Éste extrajo el arma disparó una vez, dos, tres y cayeron tres de
los animales. Gatilló una última vez, pero ya no quedaban municiones.
La gran bestia miró a los otros
lobos muriendo, luego fijó sus ojos en el muchacho caído. El odio asomaba en
ellos, supo que Julián ya no ofrecía peligro.
En el momento en que el lobo
negro le mordía la garganta, su último pensamiento fue la imagen de Elvira, que
lo envolvía con sus brazos tibios, mientras él recorría su cuerpo, su último
pensamiento fue la imagen de Elvira, que lo envolvía con sus brazos tibios,
mientras él recorría su cuerpo increíblemente bello, amándola hasta el delirio.
Casi sintió el calor de aquella noche junto al fuego, en la cabaña del viejo
Tom. Todo se volvió blanco, vació, sin formas. Solo el viento helado fue
testigo. La nada al fin había llegado.
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