Ese día la noche llego más rápido, aquel octubre
tapizado de gruesas y oscuras nubes enturbiaba aún más su atribulada alma. La
plaza se vació y Nacho recordaba las palabras suaves, pero aun duras de Silvia -
¿Qué harás cuando yo no esté? ¿Cuántas veces dijiste que nada es para siempre,
que incluso la tierra misma llegara inexorablemente a su fin y que en algún
momento el sol brillara por última vez? -Querido Nacho, no te preocupes por mí,
yo no valgo mucho. El dolor de la propia certeza de los hechos, el
cansancio brutal de aquellas pobres y definitivas palabras de Silvia, dichas en
otro momento, cuando aún quedaban jirones de tiempo
para amarrarse a su pequeño y desprotegido cuerpo, estallaban ahora
en todo su ser Ahora con la rabia absoluta del que está en el infierno y
sabe que no hay forma de salir. Las lágrimas se enfriaban indiferentes en aquel
rostro que odiaba a la vida y que a pesar de todo y de todos deseaba más
que nada un acto de redención, una última jugada de un ser destrozado,
pero aun altivo. Sí, Nacho quería plantarse frente a Dios (en el caso
último que existiese) e insultarlo. Explotar de una vez y vomitarle toda la
extraordinaria injusticia de un mundo hecho por un miserable, un ser supremo
que se entretuviera mirando como millones de seres, desde una mosca hasta cada
hombre, viviesen inmersos en la misma basura que ese ser desparramo para horror
de sus hijos. ¿Qué padre podría ser tan sádico?
Nacho levanto el cuello de su campera y entro en un bar,
ahora el frío era intenso. En el fondo, con una pequeña copa de alguna
bebida alcohólica, una muchacha de tal vez 20 años, miraba el vacío.
Entonces un hombre grande y mal vestido se sentó junto a ella, cambiaron algunas
palabras y salieron juntos del bar, Nacho los vio entrar en un hotelito que
estaba enfrente. Otra chica esperando su cliente calentaba las manos
sosteniendo una taza de café con leche. Sí, Dios es una mierda, pensaba
Nacho. Esa noche ya nada ni nadie lo sacaría de ese profundo pozo. En tanto
miles de hombres y mujeres corrían a los colectivos o trenes y luego de
agotadoras jornadas. Abombados llegaban a los suburbios mientras los
televisores se encendían brillando, para ojos que solo podían ver (pero no entender) imágenes
repetidas hasta el hartazgo, por conductores hipócritas y parásitos de
turno para que mañana, luego de otros colectivos o trenes, después de llegar a
cada trabajo, comentaran tal o cual programa.
Ahora en su cuarto Nacho miraba hipnotizado la ventana
helada, a lo lejos una sirena lastimaba el casi silencio de la noche.
La Mancha de humedad del techo comenzó a girar, primero
despacio, luego rápido hasta convertirse en un torbellino, en el que Nacho
subía, atrapado igual que la realidad. La mancha lo absorbía, entonces se
hundió en un sueño pegajoso y brutal. La cara de su madre, patéticamente
pintarrajeada le gritaba palabras incoherentes. Su padre acurrucado en un
rincón, con su eterna botella de caña en la mano, miraba absorto el suelo.
Nacho escapando de su madre, de su padre, de todo, corrió cuadras y cuadra,
mientras un cielo de nubes suciamente grises lo seguía. No podía huir. Escapar
de la maldita y enorme ciudad. Luego vio a Silvia y la respiración se hizo más
suave. Despertó horas después, cuando aún la noche silenciaba la corrupción, la
ignorancia, el abandono de millones de criaturas lanzadas quien sabe por quién
y porque a este mundo enloquecedoramente brutal.
Había llovido, el asfalto empapado enfriaba aún más su
pobre alma.
A las cinco del mañana sentado en el eterno bar de Manolo,
espero su café con leche. Esa mañana Silvia no llegó, pasaron días y luego el
mes. Finalmente, abatido supo por una amiga que había regresado a su Santiago
del Estero. No hubo carta ni aviso, solo la angustia infinita del silencio de
la silla frente de él. Fue entonces cuando en el cerebro de Nacho salto la
idea. Una extraña y espantosa idea. Redención. Sí un acto de tal magnitud que
sirviese para despertar, para levantarse y mirar, aunque fuese una vez, al
horizonte. Para gritarles a los poderosos que son una mierda. Para decirle a
todos lo que profesan, creen o viven de la cruz, que todo es una farsa, una
burda mentira. Que la cruz, un elemento de tortura fuese puesto como símbolo de
la más grande operación de marketing de la historia humana, mostraba hasta qué
punto la imbecilidad de los hombres acepta ciegamente cualquier cosa. Furioso
Nacho imagino muchas formas de venganza, entonces se dio cuenta que no buscaba
venganza, si no comprensión. Despertar, sí sacar de la abulia, mostrarles a
todos la injusticia, señalar a los asesinos, a los corruptos, a los políticos,
a los jueces, a su propia y brutal madre su falsedad, la vergüenza misma de
llamarse humanos. Soñó con un día glorioso en que de alguna manera cada hombre
y mujer entendiese el engaño. Comprendiese que la religión misma sumada (y
potenciada) por el poder de turno creo el infierno en el paraíso. Prometiendo
cielos improbables a cambio de obediencia debida. Diezmos por supuestas bendiciones.
A cambio ofrecieron mágicos y duros santos de yeso para pedirles y agradecerles
por el infierno. A vírgenes de madera que lloran lágrimas de cera. Nacho
pensaba una y otra vez en las estupideces dichas tantas veces por los príncipes
de la iglesia. Una leve sonrisa torció sus labios: ser virgen, el estado más
puro para ser santo ¿Acaso Dios no nos hizo a su imagen y semejanza?, ¿no nos
dio órganos sexuales? ¿No es hermoso el amor y el sexo juntos? ¿Desde cuándo la
castidad implica santidad? ¿O no puede haber un sádico o asesino casto? ¡Que
idiotez!
Había comenzado a aclarar cuando entró el flaco Matías al
bar. Saludó a Manolo, pidió su caña y se sentó frente a Nacho- ¿Cómo andás
pibe? –Nacho en silencio, con todas sus ideas dando aun vuelta se sonrojó
–mal-dijo. En ese momento Manolo prendió el televisor y la noticia volvió a la
mente de todos – En Estados Unidos dos inmensas torres habían sido destruidas
en el más grande atentado suicida.
-¿ves pibe? –Dijo Matías –allí está, siembra tempestades y
cosecharas tormentas. El odio pibe, el odio. Dale que va primero los negros en África, sacados
a patadas como animales. Un continente entero despedazado y robado. Luego
vinieron aquí ¿A qué? A jodernos a todos. A reventar a los pobres indios. Mira, mira
la tele, todo de afuera, nada nuestro. Es así, el hombre es una mierda.
Entonces dijo de pronto Nacho, si Dios nos hizo a su imagen
y semejanza, Dios es una mierda,.en el caso que exista, digo. Todos en el bar
lo miraron sin saber que decir. Nacho mantuvo fija su mirada, amenazante,
comprendiendo desesperadamente que nadie iba nunca a comprenderlo. Levantó el
cuello de su campera y caminó lentamente hacia el bajo. El cielo ahora más
claro comenzaba a despertar a los hombres.
Se sentó en la Plaza San Martín, al pie del gran ombú.
Entonces una música que nunca había escuchado llegó a su cerebro como un
bálsamo supremo. Alguien sentado cerca escuchaba una pequeña radio. Nacho se
dio vuelta, era un ciego, un mendigo esperando los rayos del sol. La melodía
bellísima hacía sonreír al pobre hombre. Nacho miró al cielo extasiado. Cada
nota trepaba por todas las cosas haciendo que la fría mañana tomase color.
Comprendió de pronto que ese efecto era solo para el él y el ciego. La
muchedumbre, las gentes que pasaban a su lado seguían en su ominoso mundo.
Cerró los ojos y disfruto ese momento de sutil belleza. Se levantó puso un
billete en las manos del ciego, no como una limosna si no como un símbolo. Un
agradecimiento por ese vaso de agua fresca que le había regalado sin saberlo.
!Que difícil es lograr que el lector sueñe, y aun más que se comprenete en los sentimientos de un personaje, maravilloso.
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