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sábado, 17 de abril de 2021

Una Carta desde el Abismo

 

Tal vez algunos aún recuerden la tragedia del submarino Kurk . En el año 2000 durante una práctica en la que el submarino debía disparar dos torpedos sin explosivo, a un buque de batalla, estallaron por la fuga de su propelente. Debido a la herrumbre en la carcasa de uno de los torpedos. La compuerta que separaba la sala de torpedos del resto del submarino estaba abierta, la onda expansiva se propagó a varios compartimentos, incluyendo el puesto de mando, llenándolos de humo y llamas. El capitán intentó ordenar un soplado de emergencia, que hace que el submarino ascienda rápidamente a la superficie, pero el humo le venció. La boya de emergencia no se desplegó. Minutos después tuvo lugar una explosión mucho más grande, al chocar la nave con el fondo marino. Explotaron entonces una media docena de torpedos. Los reactores nucleares se desactivaron.

Se abrió un agujero de 2 m² en el casco del navío, que había sido diseñado para soportar profundidades de 1 kilómetro. La explosión dejó abiertos el tercer y el cuarto compartimento. El agua entró a razón de 90.000 litros por segundo, matando a todos los que se encontraban en su interior. El quinto compartimento contenía los reactores nucleares del submarino, protegidos por 13 cm de acero. La mampara del quinto compartimento resistió la explosión, haciendo que las barras de control nucleares se mantuvieran en su lugar evitando un desastre nuclear.

Muchos supervivientes se refugiaron en la parte trasera del barco 4 horas después del accidente.

Tras reflotar parte de los restos del submarino el 8 de octubre de 2001 fueron recuperadas tres notas de los supervivientes, solo dos fueron hechas públicas y no en su totalidad. Recientemente un operario que se encontraba realizando tareas de desguace, en lo que queda del Kurk encontró la nota que sigue y la hizo pública en Internet.  No se ha podido establecer el apellido del autor (las autoridades rusas no lo permiten) Dice así: 

Querida Dariya: Te escribo estas pocas palabras casi sin luz. Nuestro querido Kurk yace deshecho en el fondo del mar. Debíamos lanzar dos torpedos de prueba. Explotaron. Muchos camaradas han muerto. Luego chocamos con el fondo y sobrevino otra terrible explosión. 23 camaradas estamos refugiados en la popa, pero el agua está entrando. Estoy tirando y mojado. Es el último día de mi vida en esta penumbra espantosa, pero estoy lejos de aquí, me imagino a tu lado aquella tarde de abril en nuestra hermosa Sochi a orillas del Mar Negro. ¿Recuerdas aquella tarde en el río Psou? Llevabas puesto tu trajecito azul. Nos amamos tanto esa noche. La luna grande nos regaló su luz iluminando nuestros cuerpos por el ventanal. ¡Te amo tanto amor! En estos últimos minutos de mi vida te extraño inmensamente.

Morir aquí solo con mis 25 años. No te apenes amor, solo sufre lo necesario. El tiempo te hará aceptar esta desgracia. Te doy desde esta oscuridad final, la libertad. Busca un buen hombre que te de lo que yo ya no puedo.

El agua ya llega a mi cintura ¡Dios!  Que helada esta.

Muchos camaradas murieron por no escapar hacia aquí. ¡Qué afortunados fueron!  Sabes que escapar de un compartimiento averiado y trasladarse a otro en buen estado está totalmente prohibido por el Estatuto Naval y el Código de Honor de los marineros. Cada uno debe permanecer en su puesto hasta el fin, tratando de impedir que el agua o el fuego se propaguen por el barco. Ahora es inútil. La linterna parpadea, queda poco tiempo y tantas cosas para decirte. A mi lado está mi amigo Pavlev, dile a su viuda que muere como un hombre y que la ama profundamente. Otros hombres lloran. Nadie grita, solo el agua que busca nuestras almas.

Miro la escotilla inútil. Nadie puede escapar. Morir aquí o afuera ¿qué más da?

Mis últimos recuerdos son para ti. Aquella tarde que cenamos en la primavera al pie de aquel gran árbol tan verde. El cielo azul, por el que cabalgaban aquellas inmensas nubes blancas. Tu les ponías nombres. Yo no dejaba de mirar tu hermosísima figura y te deseaba. Esperaba el roce de nuestros cuerpos. La tibieza de tu vientre. Hundirme para siempre en tus ojos y amarte hasta el fin de los días. Luces en la noche, estrellas prendidas casi para nuestro puro y gran amor.

Ahora llega la imagen de tu padre en su negocio. La bruma de la mañana, el aroma del pan recién horneado. Tus manos exquisitas untándolo con aquella mantequilla dulce. Tu sonrisa mirándome, mientras yo te hablaba del mar, de los viajes. Y nos reíamos por una broma de tu padre.

Todo se ha convertido en gris, un color plomizo que se apaga de apoco. Es la negrura de la muerte que se aferra a nuestra piel aterida. El agua llega hasta mi pecho. Ya no intento moverme. Algunos lloran en un silencio morboso. Es que nos han preparado para esta hora. Ser fuertes y afrontar el sacrificio por la patria. Palabras vacías dichas por burócratas insensibles. Ellos están bajo el sol, nosotros aquí.

Hermosa Dariya un último recuerdo, siento el sol en la piel, abro mi camisa y me acaricias. Tendidos sobre la hierba que explota en un verdor sublime. Te ríes, tu blusa se abre y tus pechos se me antojan como dos grandes colinas.

Sí siento el perfume de tu pelo Mis manos alcanzan para abrazar tu cintura. De pronto el cielo nos regala una lluvia intensa, corremos descalzos, alcanzamos la cabaña y me gritas ¡ámame! ¡Ámame!

Adiós dulce amor. Olvídame rápidamente. Pondré esta carta en un tubo plástico. Si alguna vez retiran nuestros cuerpos de esta tumba ojalá te alcance este postrer saludo. Abriré mi boca y tragaré el agua de una vez. Será rápido. Mi dulce, dulce Dariya, te he amado tanto.

 

viernes, 14 de agosto de 2020

El Misterio del Mater Dei

 


Esta historia fue narrada a mí por un marinero chileno. Me la ofreció para publicarla. Según él es absolutamente verídica.

Estando yo en el sur de Chile, en el puerto de Valparaíso, contemplaba el anochecer cuando un extraño sujeto, un hombre mayor, se sentó a mi lado. Durante un largo rato hizo silencio. Cuando el sol finalmente se ocultó, tras una suave bruma me dijo -extraños fenómenos los que puede producir el océano, en los hombres y en los barcos- Me preguntó si quería escuchar una historia. Le dije que sí. Tal vez sus ojos, que miraban más allá del horizonte, su vieja gorra de Capitán o su voz profunda y su piel arrugada por mil soles me anunciaron que valía la pena demorarme unos minutos más.

“En el año 80 pertenecía la tripulación del Viking, Barco pesquero de la Empresa Royal Mar. 50 Metros de eslora y 12 de manga nos había permitido pescar en los mares chilenos sin mayores contratiempos. En cualquier tipo de clima. El Capitán recibió un llamado de la Capitanía. Deberíamos volver a puerto. Un trabajo que no imaginábamos nos esperaba. Regresamos extrañados por tener que suspender la pesca.

Dos días después amarramos y nos enteramos que remolcaríamos un viejo barco mar afuera y deberíamos hundirlo.

Cuando lo vi en el muelle posterior, esperando cansinamente su muerte, sentí una gran congoja. El Mater Dei llegaba a su fin. La compañía ya no pagaría la amarra y se corría el riesgo que se hundiese allí mismo.

Paradójicamente contaba con nuestra misma eslora. Sus días como pesquero concluyeron mucho antes. El clima se había ensañado con cada jarcia. La cubierta se deshacía lentamente bajo las lluvias y los vientos dejaron un oscuro color de óxido en el acero.

En la Capitanía nos dijeron que habría sobrevivido a la II Guerra como barco de transporte de tropas y muertos. Al día siguiente ingresé en el Puente de Mando, cada control estaba en alemán. Su origen era indudable.

Llegó la hora. Dos remolcadores lo llevaron hasta la boca del puerto. Tiramos un grueso cable de acero y comenzamos el largo viaje hacia su último destino.

Recuerdo la hora. Las 12 exactas, pusimos proa hacia los 62 grados de Latitud Sur. Navegaríamos 30 millas. Una vez allí se abrirían las exclusas de sentina y se iría al fondo. Fui al Puente. El Capitán Enriquez frunció el ceño. -No me gusta- - ¿Qué pasa Capitán- ¿Pregunté - ¿Es extraño, pesa mucho menos que nuestra nave? Gran parte de la estructura, maquinarías, etc. han sido removidas. - ¿Y? - -Nos está tirando. No logró subir a más de 6 nudos- - ¿Y la corriente? - -La tenemos por popa- -Avíseles a los muchachos que revisen el cable de arrastre, por las dudas-

Fui a popa y miré al Mater Dei. Una luz brilló en el Puente, era imposible. Perplejo baje al comedor pensando quizás en un reflejo de nuestro barco en los sucios vidrios.

Seis marinos y el cocinero cenaban en silencio. Nadie hablaba. La atmósfera mostraba la preocupación que embargaba al grupo. El cocinero rompió el silencio -ese barco no me gusta, además escuché rumores en la taberna- - ¿Qué rumores? - Pregunté -Pues que su nombre no es el que tiene escrito- -Claro que no, es alemán-Le dije - ¡Allí está! la maldición del mar por cambiarle el nombre- -Deje de decir sandeces y cuentos de vieja- Me retrucó: - ¿Id. no sintió algo, no vio nada? Hice silencio pensando en la luz.

Seguimos unos minutos callados. Un estallido sacudió el barco. Corrimos a cubierta. El cable de arrastre se había cortado. El marinero Gómez, un muchacho joven gritaba con su brazo roto. El Latigazo casi lo parte en dos. El Capitán vociferaba, gritaba órdenes. El Mater Dei se alejaba rápidamente. A coro el cocinero y tres marinos exclamaron - ¡es imposible se aleja contra el viento! - Viramos en redondo a toda máquina. Nuestra nave libre de la carga volaba en dirección al prófugo. Finalmente lo alcanzamos. Nos abarloamos. Lanzamos cabos por popa y proa. Junto a dos hombres saltamos al barco condenado.  Aferramos fuertemente los calabrotes. En ese momento el barco, como si contase con hélices direccionales empujó brutalmente a nuestro barco. Caímos al suelo. Los cabos resistían. -El Capitán asomado a la barandilla gritaba - ¿Qué diablos ocurre? - Fue Chávez que respondió -Quiere irse Señor- ¡No diga estupideces! Preparen otro cable por popa- Nosotros seguíamos a bordo esperando la nueva amarra. El viento golpeaba un tambucho. Corría a cerrarlo y miré hacia la oscuridad interior. Acepto que quizás lo que vi fue producto del momento, de mis nervios. Allá abajo una tenue luz brotaba de las entrañas. Juro haber visto una sombra en el Puente. Grité - ¡abajo hay alguien! - Esta vez el Mater Dei o como se llamará brincó desesperado como queriendo librarse de las ataduras. - ¡Vámonos! -Gritaban casi en pánico mis compañeros. El cable de remolque estaba en su lugar. Saltamos a nuestro barco y soltamos las marras de la banda de babor. El cautivo salió disparado, hasta que el cable de arrastre detuvo brutalmente su escape. - ¡Cuidado! ¡Salgan de la popa! - El Capitán volvía a sentir la fuerza descomunal que ejercía sobre nosotros.

El mar, ahora encrespado creaba grandes montañas de agua. Cuando bajábamos una gran onda el Mater Dei se abalanzó sobre nuestro barco. ¡Nos embestía! A pocos metros de la popa cambió de dirección y destrozó el cable. - ¡Maldito barco! - Rugió el Capitán. Quedamos espantados. Lo vimos apuntar su proa hacia nuestro través. Nos embistió. Todos caímos. Se abrió un rumbo por sobre la línea de flotación.

Aquel viejo barco se fue hacia el horizonte. Serían las 6 de la tarde. El sol comenzaba a hundirse.   El mar ahora increíblemente calmo nos dejó ver por última vez a aquella briosa nave que no estaba dispuesta a morir.

Perseguirlo carecía de sentido. Se dio aviso a Prefectura. Al día siguiente dos aviones de la Armada, un Guardacostas y un helicóptero barrieron las aguas sin resultados.

El regreso se hizo en silencio y nunca lo comentamos ¿Quién lo creería?

He sido un hombre que nunca creyó en lo sobrenatural y allí están los hechos. Dicen que, de alguna manera, cuando en un barco han ocurrido hechos tremendos, la memoria de los hombres queda impresa en el navío. La guerra, eso es, la guerra. Ese barco no quería morir.”

Las estrellas estaban ahora brillando. El Viejo marino se levantó. Buscó algo en su raída chaqueta y me extendió el reloj. Lo tomé. Pude leer algo en alemán. Sonrió. -Nunca le dí cuerda, no tiene la rueda y como ve marca la hora con exactitud 21 horas. Estaba en el Puente de Mano de aquel barco- Me miró. Saludó con la cabeza y se perdió en la bruma del muelle. Una calle más arriba la taberna invitaba a entrar. Seguí de largo pensando que les habría pasado a los hombres de aquel navío. En las penurias y en lo afortunado que he sido. Y en que mi absoluta certeza en la ciencia se había hecho añicos.